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Capitulo 59 La confesión de Victoria

Salí del trabajo y Taylor insistió en llevarme a mi casa. Le dije que no hacía falta, que podía coger un taxi, así él tendría más tiempo de ver a su amigo el abogado.

Cuando llegué, eran las cinco. Me duché y me cambié de ropa. Le escribí un WhatsApp a Victoria para que supiera que ya había llegado a mi casa.

Me contestó enseguida:
“Ahora me acerco”.

Le comenté a mi madre que Victoria estaba muy rara últimamente, que algo le tenía que estar pasando, y que habíamos quedado en casa.
—Victoria es buena chica —dijo ella. Un poco loquita, pero buena; también es cierto que ella ha estado toda su vida sola, y bueno, supongo que no ha tenido que ser fácil, Isabelle.

—Sí, mamá, su vida no ha sido fácil.

A la media hora escuché un coche parar en la puerta. Me asomé por la ventana. Había preparado té; nos vendría bien. Abrí la puerta. Me llevé una sorpresa: tenía una buena barriga. No quise decir nada ni poner cara de asombro.

—Hola, buenas tardes, Victoria. ¿Cómo estás? Pasa, vayamos al jardín; allí estaremos mejor. Se ha quedado buena tarde, ¿verdad? —le dije, para romper el hielo.

—Buenas tardes, Isabelle. Estoy bien, gracias. ¿Y tu madre? ¿Y el pequeño?

Caminamos hacia la parte trasera de la casa y nos sentamos en la mesa del jardín.

—Mi padre ha querido ir a mirar algún coche para mí, y mi madre lo ha acompañado. Christopher se fue al parque con Ethan y Rex. Así que estamos solas, para hablar con tranquilidad. ¿Te apetece té o café con leche?

—Un té está bien, gracias, Isabelle.

Fui a la cocina por la tetera. Cogí un poco de hielo por si le apetecía el té fresco, agarré una bandeja con pastas de té y regresé al jardín.

—Aquí tienes. Échale hielo si quieres. —He traído unas pastas —le dije con una sonrisa. Bueno, cuéntame… ¿Qué es lo que pasa?

—No sé por dónde empezar, Isabelle… Me da mucha vergüenza.

—Vamos a ver, Victoria. Después de tantos años… ¿Tú, con vergüenza? ¡Tú, que siempre has sido tan atrevida! No me lo creo —bromeé.

—Pues sí, amiga. Yo, precisamente. Solo te pido una cosa: no me juzgues hasta que termine, por favor.

—No soy nadie para juzgarte, Victoria. Pero cuéntame, ¿qué te pasa?

—Empezaré desde el principio...

Conocí a un chico, como tú sabes. Me enamoré perdidamente. Me cuidaba, me consentía, me llevaba de vacaciones... Te envié fotos, ¿recuerdas? Hablamos de casarnos, de tener hijos más adelante. Cosas normales, por lo menos para mí. Me quedé embarazada antes de lo planeado, fue sin buscarlo, y por supuesto, se lo conté. Recuerdo que también te lo dije a ti.

Yo estaba feliz. Pensé que había encontrado por fin al hombre de mi vida. Pero los meses fueron pasando y él empezó a distanciarse. Seguía trabajando en la misma empresa, y él, día a día, se volvía más frío. Cada vez me ponía más excusas para no vernos. No sé si hasta le daba asco acostarse conmigo, porque dejamos de hacer el amor sin más. Yo le preguntaba, y él solo decía que eran cosas mías.

Un día salí del trabajo más temprano. En vez de pararme en el centro comercial como solía hacer, fui directamente a casa. Cuando llegué y abrí la puerta de la habitación... lo encontré con otra en la cama.

Se me cayó el alma al suelo en ese momento. Salí sin decir una palabra. Horas después me llamó por teléfono. Me pidió que fuera. Tonta de mí, pensé que iba a pedirme perdón… pero no.

Solo me dijo que si yo creía que alguien como él podía querer a alguien como yo. que había sido una más en su lista. Me dijo que el bebé era un bastardo —así, tal cual— que no podía ser suyo. Yo le juré que desde que lo conocí no había estado con nadie más, que ese hijo era suyo. Me puso las maletas en la puerta y me echó como si fuera un perro.

Lo llamé de todo, me engañó como a una tonta; tú siempre me has dicho que iría con cuidado, que los hombres son muy listos, y ahora mira cómo me veo. Eso fue hace tres días. No me atreví a llamarte antes.

Sé que me advertiste muchas veces sobre él. Tú no confiabas. Yo pensaba que lo decías por envidia... que tú lo tenías todo y yo no. Que eras una egoísta. Pero después de estos tres días… me he visto sola, Isabelle. Y me he dado cuenta de que los que creía amigos no lo eran. Y que la que pensé que era egoísta, era mi verdadera amiga.

Siempre fuiste tú la más juiciosa de las dos.
¿Crees que podemos seguir siendo amigas?
¿O soy yo la mala persona… la egoísta? ¿Qué voy a hacer ahora con un bebé, cómo lo voy a criar?

—Yo no soy tan fuerte como tú, Isabelle.

—Victoria, no eres egoísta, ni mala. Solo te enamoraste de la persona equivocada, y eso no es un delito. Eres humana. Y las personas, a veces, nos equivocamos. Eso no nos hace ni malas ni frágiles: nos hace personas. Lo importante es que te has dado cuenta. Y ahora viene un bebé en camino… ¿Es niño o niña? Y saldrás adelante como yo; hemos sido siempre amigas, las amigas están para ayudarse, estaré a tu lado cuando me necesites.

—Ni siquiera sé si es niño o niña. Tengo miedo, Isabelle. ¿Seré una buena madre como tú? Solo pensarlo me da pánico. Ni siquiera he tenido valor para saber el sexo del bebé.

—Claro que vas a ser buena madre, Victoria. Y si quieres, puedo acompañarte cuando decidas saberlo. No estás sola.

—Admiro la fuerza que tienes. Tú, que luchaste por tu hijo en un país extranjero, sola… con un par de ovarios bien puestos. Gracias, Isabelle, por tus palabras.

—No tienes que darme las gracias. Cuando yo llegué, tú me apoyaste. Ahora me toca a mí. Vamos, alegra esa cara… que tu bebé sepa que tiene a la mejor mamá del mundo. Por cierto, quiero que sepas que oficialmente soy la tía —le dije para sacarle una sonrisa.

Pero se lo dije muy en serio; para mí ella es la hermana que nunca tuve. Estaría a su lado en todo momento. Victoria ahora me necesitaba y no pensaba fallarle.

Esa tarde hablamos hasta pasadas las ocho, sin parar. A Victoria le cambió la cara; por lo menos sonreía. Ahora sabía que no estaba sola. Yo estaría ahí, siempre que me necesitara. Sin dudarlo ni un solo momento.




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