Cuando salí de casa de mi madre, estaba muy enfadado. A ella le importa una mierda lo que yo piense o haga, pero lo que tenía muy claro es que todo esto se había terminado ya.
Iba pensando en la conversación que había tenido con Antonio. Lo que me dijo de esa tal María... Según él, sabía dónde podía estar mi hermanastro. Cogí la autovía en dirección a Shere Street, Guildford, en el condado de Surrey. Tenía que ir a la dirección: C/ Middle Street n.º 22.
Hice un par de paradas más en estaciones de servicio. Me compré una botella de agua fresca y llamé a Nicholas.
—Hola, Nicholas. Estoy en Shere, Surrey. Me va a ser imposible llegar a la hora que quedamos. ¿Podemos quedar en otro momento? ¿O más tarde?
—Hola, Alexander. ¿Qué ha pasado? ¿Y qué haces ahí? Está bien, pero quedamos a las 5. Tengo una cita a las 7 de la tarde y no quiero llegar tarde. Anoche conocí a una chica que está buenísima. Ya sabes que yo no busco enamorarme, solo quiero llevármela a la cama. Y si es buena, pues acostarnos cuando nos apetezca... hasta que me aburra. Ya te contaré cómo me va.
—He estado hablando con mi madre… más bien discutiendo. La he amenazado, pero se lo ha tomado a risa. Así que ahora solo me queda cerrarle el grifo económico, para que se dé cuenta. ¿Sabes lo que dijo? ¡Me amenazó con echarme de su casa! La casa es de mi padre, y según el testamento, era para mí cuando él ya no estuviera. Mi madre no tiene nada que hacer. No la voy a echar de casa, pero sí a cerrarle el grifo.
Y Antonio me contó algo. He venido a averiguarlo… pero ya te contaré.
Bueno, Nicholas, nos vemos a las 5 en la oficina. Chao.
—Vale, Alexander. A las 5 estoy allí. Nos vemos.
Cuando llegué a Middle Street, eran las tres de la tarde. Tenía hambre. Entré en un bar pequeño y me senté en una de las mesas. Se me acercó una camarera simpática. Me ofreció lo que tenían para comer y pedí un fish and chips con ensalada y una botella grande de agua. Había tomado la decisión de que, para mí, el alcohol se había terminado.
Como decía mi padre: “El alcohol nos nubla los pensamientos en algunas ocasiones”. Y tenía razón.
Le pregunté a la camarera si conocía a una tal María que vivía en esa misma calle, en el número 22. Me miró con cara extraña. Le dije que era mi tía, pero que llevaba sin verla desde niño. Me contestó que le sonaba su nombre, pero que preguntaría al dueño del bar, que él sí la conocería de fijo. Le respondí: “Estupendo, muchísimas gracias”.
Al cabo de un rato, la camarera me dijo que el dueño del bar no conocía a María. Le di nuevamente las gracias y salí del bar.
Dejé el coche aparcado y fui caminando hasta la dirección. Toqué el timbre, pero no me contestó nadie.
La vecina de al lado se asomó por la ventana y me preguntó:
—¿Qué quiere? ¿A quién busca, joven?
—Busco a la señora María, pero no está. ¿Sabe usted dónde la puedo encontrar?
—La señora María ha tenido que viajar a su país por asuntos familiares. No sé cuándo volverá.
—Está bien. Le dejo mi número de móvil. Dígale que me llame sin falta. Soy amigo de Antonio —ella sabe quién es, un antiguo amigo—. Muchas gracias, señora. Que tenga usted un buen día.
—Se lo daré. Muchísimas gracias, joven. Igualmente.
Me di media vuelta y cogí el coche. Tenía que volver a Londres lo antes posible o llegaría tarde. Nicholas no me perdonaría; se enfadaría conmigo. Él no se perdería su cita por nada… Mujeriego hasta el final, siempre había sido así.