Volver a Tí

Capitulo 65 Las mentiras

Isabelle:

Me levanté a las siete de la mañana, preparé el desayuno, oí un ruido por el pasillo. Salí a mirar; desde que me ocurrió eso en mi casa, cualquier ruido me pone nerviosa. Era mi hermano.

—¿Qué te pasa, Isabelle? ¿Te asusté?

—¿Se puede saber por qué vas tan en silencio por el pasillo? Me asustaste. ¿No puedes dormir? Todavía es temprano.

—No, ahora voy durmiendo mejor. Antes me costaba mucho poder dormir, acostumbrado al ruido por la noche, los entrenamientos de madrugada... Estoy mejor gracias a ti y a Taylor; nunca os podré agradecer lo suficiente. ¿Sabes, Isabelle? Ahora sé lo importante que es la familia, y tengo a Ethan para recordármelo. Él es una de las razones por las que tengo que seguir adelante. Esta vez voy a dejar el mundo de las drogas. No quiero que Ethan conozca esa parte de su tío, ni ser una mala influencia para él.

—Me alegro muchísimo, Christopher. Yo sé que tú puedes, y eres más fuerte de lo que crees. Eso me lo has demostrado cuando te tenían encerrado en peleas clandestinas. Eso no es de débiles, sino de hombres fuertes.

—Sí, creo que el estar allí me ha valido para aprender a ser más fuerte y creer en mí. Porque yo mismo no me quería y ahora me he dado cuenta ¿Me puedo hacer un café, hermanita?

—Toma, está corto de café como te gusta. ¿Te acuerdas? Hoy me traen mi nuevo coche. Lo recogeré en el almuerzo, en un momento.

—Sí, me acuerdo. Estarás contenta con tu Ford Puma. Tiene buen tamaño, y si más adelante quieres otro más grande, ya sabes que lo puedes cambiar. Isabelle. Estoy buscando trabajo de lo que sea; si te enteras de algo, me dices.

—Eso está bien. ¿Pero por qué no vuelves a estudiar? Siempre te gustó también la arquitectura, como a mí. Eso lo hemos heredado de papá.

—Soy mayor, ¿no? Además, para poder estudiar, antes tengo que ganar dinero para poder hacerlo. Pero tienes razón, no lo descarto. Gracias, Isabelle, por tus consejos.

—Para eso estamos, hermanito.

Nos tomamos un café y unas tostadas y seguimos hablando, recordando viejos tiempos. Sin darnos cuenta, me dieron las ocho. Y yo, como siempre, tenía que llegar tarde. Llamé a un taxi y llegué en poco tiempo. Gracias a Dios, apenas había tráfico. Entré y me dijo el portero que todos estaban en la sala reunidos. Pensé: otra vez. Yo estaba ayudando en un proyecto a Sabrina; nos habíamos hecho buenas amigas. Llamé a la puerta. Enseguida me respondió Amelia.

—Isabelle, llegas tarde, media hora. Que sea la última vez. Siempre te pasa lo mismo y después pones las excusas del taxi, del tráfico o tu hijo, como si los demás no tuviéramos problemas también. Si vuelves a llegar tarde, te despido.

Me quedé sin palabras. Ahora no me podía permitir quedarme sin trabajo.

—Sí, Amelia, no volverá a pasar. Se lo aseguro.

Me puse al lado de Sabrina. Ella me miró seria. No le dije nada.
Cuando terminó la reunión, me fui a mi oficina, cogí mi portátil y me puse a trabajar sin levantar la vista del ordenador.

Al cabo de un rato alguien tocó la puerta.

—¿Puedo pasar, Isabelle? Solo te quería pedir perdón. Te tenía que haber defendido en la reunión, pero me dio miedo; no quiero perder mi trabajo. Parece que Amelia se ha levantado con el pie izquierdo. Y lo ha pagado contigo.

—Yo tampoco, Sabrina. Pero no pasa nada, tranquila, ya está olvidado.

Sabrina salió de mi oficina y después Amelia entró rápido.

—¿Sabes dónde está Taylor? Le estoy venga a llamar y no responde. Me estoy preocupando. Él no es así. Nunca llega tarde, y si lo hace, llama por teléfono.

—Anoche hablamos. Me dijo que tenía que ir al abogado, pero pensé que sería a la hora del almuerzo. Lo llamaré ahora mismo.

Llamé a Taylor. Estaba nerviosa.

—Taylor, cariño, ¿estás bien?

—Sí, amor. ¿Ocurre algo? He tenido que ir al ayuntamiento y he estado en un túnel atascado una hora sin cobertura. Amor, llegaré en un momento, estoy cerca, tranquila. ¿Te has dado cuenta de que me has llamado cariño?

—Sí, lo sé. Está aquí Amelia, y me ha dicho que te ha llamado un montón de veces, y me he puesto nerviosa.

—Dile que estoy bien, amor. Estoy ahí en quince minutos. Nos vemos ahora. Te quiero, Isabelle.

—Está bien. Amelia viene en quince minutos, me ha dicho.

—Sí, lo he escuchado. Cuando llegue, quiero hablar con los dos. Perdona, he sido muy borde contigo esta mañana. Perdona. Esta mañana discutí con mi marido por una tontería, y lo he pagado contigo.

—Tranquila, Amelia. Tienes razón, siempre llego tarde, y no tiene excusa. Lo siento. No volverá a pasar.

Amelia siempre se había portado conmigo muy bien, y gracias a ella estaba aquí trabajando. Pero el gritarme delante del resto de compañeros no me gustó nada. A partir de ahora no iba a llegar tarde. Y la iba a tratar como lo que era: mi jefa y nada más.

Quince minutos más tarde llegó Taylor. Entró en mi oficina, se acercó a mí y me dio un beso.

—Buenos días, amor. Perdona, te tenía que haber mandado un WhatsApp esta mañana. He salido rápido de casa y después el dichoso atasco. ¿Me perdonas?

—No, no te tengo que perdonar nada, cariño. Vamos, nos espera en su oficina Amelia.

—Está un poco... digamos que hoy no es su mejor día. He llegado media hora tarde por estar con mi hermano; se me fue el santo al cielo. Pero bueno...

—No le hagas caso, no te preocupes, amor. Vamos entonces a ver qué dice.




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