Cuando Alexander salió de mi oficina, entró Sabrina, y detrás iba Amelia. Las dos me miraron como esperando una explicación.
—¿A qué ha venido Alexander, Isabelle? —preguntó Amelia. ¿Por qué os habéis quedado a solas?
—No, perdona, Amelia. Cuando llegué de almorzar, él estaba hablando con Sabrina. Yo me senté a trabajar mientras ellos conversaban, porque desde luego no era asunto mío. Después se acercó a mí y le pidió a Sabrina que nos dejara a solas. Me dijo que tenía un proyecto nuevo y quería que lo llevara yo. Por supuesto, le dije que tenía que hablar contigo, que yo solo soy una trabajadora y no tomo decisiones de esa envergadura. Le pedí que saliera. Eso fue todo, Amelia.
—Eso es cierto, Amelia —añadió Sabrina. Yo escuché la conversación. Ella le pidió que saliera de la oficina. Él no se lo tomó muy bien, claro, aunque tengo que decir que es muy simpático. Nunca había tenido el placer de hablar con él.
—De todas maneras, no puedes echar de la oficina a Alexander. ¿Quién demonios te crees que eres, Isabelle? ¿La dueña de la empresa? Porque actúas como tal. Es uno de nuestros mejores clientes. Espero que no se haya enfadado, o me veré obligada a echarte de aquí, sintiéndolo mucho.
Salió de la oficina sin darme tiempo a explicarme, enfadada. Parece que cualquier excusa era buena para ella para decirme que estaba despedida; no le hice caso. Me quedé terminando mi trabajo. Me levanté y le dije a Sabrina que ya tenía todo preparado para que ella pudiera presentarlo mañana. Ella se llevaría los galones, y yo, el “muchas gracias” de Sabrina; le di las gracias por defenderme. Sabrina había estado escuchando detrás de la puerta; supongo que no llegó a escuchar toda la conversación, si no me hubiera preguntado, porque no es mala, pero sí un poco chismosa.
—Muchas gracias, Isabelle. Sin ti no lo hubiera presentado tan rápido ni tan bien hecho. Has nacido para esta profesión. Te juzgué mal cuando te conocí… Te pido disculpas.
—No hay nada que perdonar, Sabrina. Ha sido un placer trabajar contigo. Espero que tengamos la oportunidad de volver a hacerlo, si Amelia quiere, claro. Hoy ya me ha dicho lo del despido dos veces; tal vez pronto esté en la calle.
—No digas eso ni en broma, Isabelle. Eres una de las mejores. Amelia no se puede dar el capricho de perderos, porque sois dos. Estoy segura de que, si tú te vas, Taylor se iría contigo. Eso llevaría a la empresa a grandes pérdidas, y seguro que perderían clientes. Así que olvídate de eso. Amelia lo dice para quedar por encima de ti.
—Bueno, yo ya me voy, Sabrina. Hasta mañana, guapísima.
—Hasta mañana, Isabelle. Que tengas buena tarde. Y felicidades por el coche, es muy bonito.
—Muchísimas gracias, guapísima —le contesté.
Parece que al final nos vamos a hacer hasta buenas amigas, después de todo pensé.
Me pasé por mi antigua oficina, y Taylor estaba trabajando. Le pregunté si le faltaba mucho y me contestó que no. Le dije que le esperaría fuera para no molestarlo, pero me pidió que me sentara en mi antigua mesa. Así lo hice.
Alguien llamó a la puerta. Taylor contestó.
—Adelante.
Entró Amelia. Al verla, cogí mi móvil, como si no la hubiera visto. No quería problemas. Pero enseguida me llamó la atención.
—Te tengo que pedir disculpas, Isabelle.
—No pasa nada, Amelia —contesté enseguida.
Taylor preguntó de inmediato:
—¿Qué es lo que pasa, Amelia? ¿Algún problema?
—No, Taylor, para nada. Ha sido un malentendido. ¿Verdad, Isabelle?
Amelia me estaba poniendo contra las cuerdas. No podía decirle nada a Taylor; si lo hacía, los dos podríamos perder el trabajo, y Taylor no es de los que se callan las cosas. Ahora sé que Amelia no es trigo limpio y que solo se mueve por sus intereses.
—Claro, Amelia, pero no te preocupes —le respondí, y para quedarme por encima de ella, le sonreí. Me acerqué a Taylor y le puse el brazo sobre el hombro.
—¿Has terminado ya, cariño? —Tengo que pasar por el centro comercial un momento —le dije a Taylor sonriendo.
Amelia me miró. Lo vi muy claro: a ella le gustaba Taylor. Lo que sentía hacia mí eran celos. Por eso ahora se estaba metiendo tanto conmigo.
Taylor me contestó:
—Sí, espera que imprima esto y termino ya.
Amelia preguntó:
—¿Habéis decidido ya, chicos? No tenemos mucho tiempo. No os quiero meter presión, pero es así.
—Todavía no, Amelia. Es una decisión difícil. Tenemos que pensarlo. —Mañana te contestaremos, no te preocupes —respondió Taylor.
—No te veo muy convencido, Taylor. Tú siempre has sido muy decidido para esto, y ahora… has cambiado.
—Amelia, las cosas han cambiado. Ahora tengo pareja y tengo que contar con su aprobación. Además, estar tan lejos… No te voy a mentir, no es el mejor momento. Está lo de mi hermana, Isabelle, nuestro pequeño… Son muchas cosas en las que pensar.
Amelia le cambió la cara. Veía cómo su proyecto millonario se podía ir por la borda, y el contrato dependía de si Taylor y yo aceptábamos. Esa era la primera condición que le había puesto el cliente.
—Creo, chicos, que podríamos arreglar esto de alguna manera, si ponemos todos de nuestra parte —dijo Amelia.
—Yo solo sé, Amelia, que por ahora soy yo el que lo pierde todo. Mi pareja, mi hijo, mi hermana, mis sobrinos… Creo que no es muy justo, digamos. Y continuó:
—Pero será mejor que lo dejemos para mañana. Ya es tarde. Nos vemos mañana, Amelia.
—Está bien, chicos. Que paséis buena tarde. Hasta mañana.
—Hasta mañana, Amelia —le contesté yo.
Salimos de la oficina. Taylor me cogió de la mano y me miró a la cara.
—Prometí a mi hermana que iba a comer con ellos, pero te acompañaré hasta tu casa. ¿Te parece bien si después de comer cojo a mis sobrinos, tú y el nene, y nos vamos al parque? Nos lo pasaremos bien. Después nos comemos un helado de chocolate, como te gusta, preciosa.
—Me gusta tu idea. Estoy segura de que a Ethan le gustará. Pero él tendrá deberes que hacer. Si quieres, puedes irte para la casa de tu hermana, cariño. Los niños tendrán hambre, y tu hermana te estará esperando.