—No tienes que darme explicaciones, Amelia. Ya me ha quedado bien claro. Ahora mismo recojo mis cosas y me voy, no te preocupes.
Fui a mi oficina, y Sabrina se me quedó mirando.
—¿Se puede saber qué haces, Isabelle? No me digas que vuelves a tu antigua oficina. Con lo bien que estábamos las dos juntas... No me gusta esa idea, ¿sabés?
—No, Sabrina. Me voy de la empresa ahora mismo. Ya nos veremos, amiga. Cuídate, ¿vale? Y no cambies nunca. Eres una profesional como la copa de un pino, no lo olvides.
—Pero... Isabelle, ¿cómo que te vas? ¿Por qué? No puedes irte, no ahora...
—Me tengo que ir, amiga. No te preocupes, seguimos siendo amigas. Esto no cambia nada. Adiós, Sabrina.
Sabrina se quedó en su mesa llorando. Yo, entre la rabia y la impotencia, no podía consolarla. Caminaba por el pasillo para subir al ascensor cuando Amelia apareció detrás de mí.
—Espera, Isabelle. Tomemos un café fuera de aquí. —Nada es lo que parece, aunque ahora mismo pienses lo contrario —me dijo, agarrándome del brazo con fuerza.
—De verdad, Amelia, no me interesa lo que tengas que decirme. Y si temes que Taylor deje el proyecto, no será porque yo se lo diga, sino porque lo decida. Yo no controlo su vida. Aunque seamos novios, no soy de ese tipo de mujer.
—Te lo pido, por favor, Isabelle. Sé cómo eres, no hace falta que me des explicaciones. Tomemos ese café. Déjame explicarte.
Fui con ella hasta la cafetería que había justo enfrente de la empresa. Nos sentamos en una mesa junto a la ventana. Se acercó una camarera.
—¿Qué van a tomar las señoras? —preguntó la chica.
—¿Te apetece un café? ¿O prefieres otra cosa? —me preguntó Amelia.
—Un café está bien —respondí.
Amelia pidió un café para mí y un whisky para ella.
—Lo siento —me dijo—, pero lo necesito.
—Tú pensarás que soy una zorra por la forma en que te he tratado, y de alguna manera tienes razón. Te voy a contar qué pasó anoche. Salimos a cenar mi esposo, mis hijos y yo. Al regresar, Eleanor nos estaba esperando. Me dijo que necesitaba hablar conmigo sobre un tema privado. Entramos en mi casa y hablamos en el despacho.
Allí me contó una historia...
—Sí, me lo imagino —contesté. La señora Eleanor me tiene mucho aprecio desde hace muchos años, ¿verdad?
—Sí, demasiado. Te voy a contar lo que me dijo: fuiste la novia de Alexander, y que pretendías casarte con él a toda costa, y que cuando viste que no ibas a sacar un duro, te fuiste del país a Italia a engañar a otro incrédulo. Que ahora habías vuelto para engañar a Alexander otra vez, pero que ella no lo iba a permitir. Que le hiciera el favor de ayudarla para que te irías. Que trabajando en la empresa me sería fácil, que eras pobre pero con mucho orgullo... Se le ocurrió la idea del café de esta mañana, para que tú no estuvieras. Después yo solo tenía que provocarte un poco... y tú solita te irías.
—Pero... Amelia... ¿Por qué me cuentas esto? ¿Qué te ha hecho cambiar de idea? No lo entiendo. Si soy tan mala persona, ¿qué hacemos aquí?
—Cuando discutimos antes, y tú te fuiste decidida a marcharte, me llamó mi hermano Nicholas. Furiosa, le conté lo que había pasado y la historia que me había contado Eleanor sobre ti. Mi hermano me dijo que todo eso era mentira, que sí, que fuisteis novios, pero que Eleanor nunca te quiso para su hijo. No es fácil para mí tragarme mis palabras ni mi orgullo, pero es lo justo. Claro está, yo no soy nadie para obligarte a quedarte en la empresa. Pero creo que, si te quedaras, le darías una buena lección a Eleanor.
—Creo que antes te tengo que contar mi versión... Sí es cierto que fuimos novios hace muchos años. Yo lo quería, sí. Eleanor nunca me vio con buenos ojos para su hijo: yo era pobre, no de su nivel, como dice ella. Él sería un gran empresario. Su padre, el señor Henry, siempre aprobó nuestra relación. Yo... Por cuestiones personales, me fui y lo abandoné. Al principio pensé que me buscaría si me amaba... pero no lo hizo. Lo pasé mal en Italia. Eleanor sí sabe dónde estuve esos años, pero su hijo no. Ella se lo ocultó.
Después, cuando tú me presentaste a Taylor, yo no buscaba enamorarme otra vez. No quería sufrir. Con mi hijo tenía bastante, pensaba. Pero surgió sin querer. Y yo no quiero a Alexander, eso es lo que cree su madre. Alexander ya ha rehecho su vida con Charlotte, y me parece muy bien. Eso es todo, nada más.
Taylor lo sabe todo. Yo misma se lo conté, porque no quiero secretos entre nosotros. Pero creo que, después de lo que ha pasado, necesito unos días para pensar... Aunque creo que tú estás enamorada de Taylor. Es lo que parece, Amelia.
—Hace muchos años que conozco a Taylor, desde la universidad. Jamás se fijó en mí. Sé que puede parecer que estoy enamorada de él... Para mí fue mi primer amor, aunque él no lo sabe. Y escúchame bien: jamás en la vida dejaré que nadie le haga daño por amor, si yo puedo evitarlo. Pero también sé que tú lo amas con todo tu corazón. Por eso he apoyado siempre vuestra relación, y tú eso lo sabes bien. Comprendo que quieras unos días, Isabelle, pero créeme: la única forma de quedar por encima de Eleanor es haciendo todo lo contrario. ¿Lo pensarás, al menos?
—Está bien, lo pensaré. Dame dos días. Taylor no se enterará, al menos por mi parte. Puedes estar tranquila.
—Vale, Isabelle. Dos días. Tampoco puedo darme el capricho de perderte, ¿sabés? Sabrina me mataría, te lo aseguro —dijo bromeando—. En serio, Isabelle, te necesito. Te has convertido en alguien importante en la empresa. Todos tus compañeros hablan bien de ti. Créeme.
Nos levantamos y nos despedimos. Yo cogí mi coche. Como era temprano, pasé por la pastelería para comprar una tarta de chocolate. Necesitaba algo dulce después de este día tan intenso.
Cuando llegué, mi madre se sorprendió. Le conté lo que había pasado. Me dijo que no podía permitir que Eleanor me fastidiara la vida otra vez.
—Ahora no estás sola —me dijo. Nos tienes a nosotros y a Taylor. Ve a trabajar y demuéstrale que tú no te rindes fácilmente. Ya no eres una cría como entonces.