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Capitulo 75 No se quien soy

Alexander:

Estaba en mi oficina, terminando de revisar los últimos documentos de mi padre. Por ahora, no había encontrado nada que me llevara a pensar que alguien en la empresa habría estado robando a mi padre.

Nicholas entró en mi despacho, sin llamar.

—Tenemos que hablar —me dijo. Tu madre está volviendo a hacer de las suyas a tus espaldas otra vez. Es una mujer cabezota, sin duda. Está acostumbrada a hacer siempre lo que le ha dado la gana.

—¿Qué ha pasado esta vez? Siempre tiene que hacer lo que quiere, sin pensar en los demás, qué mujer, madre de Dios. Y claro, tampoco la puedo echar a la calle; hay gente que trabaja allí, desde que vivía mi padre, que no tiene culpa de nada, y no tienen por qué pagar sus bobadas. Llevan años trabajando en la casa.

—La bruja de tu madre engañó a Amelia y preparó un plan para despedir a Isabelle. Por suerte, llamé a mi hermana para hablarle de nuestro proyecto, y ella me lo contó. Conseguí convencerla de que todo lo que le había dicho tu madre era mentira. Pero solo le conté cosas por encima, solo mencioné que tú habías sido novio de Isabelle hace muchos años. Amelia habló con Isabelle, pero tu antigua novia se nota que es una mujer que tiene carácter. Le dijo que se lo pensaría. Así están las cosas ahora, Alexander.

—No sé cuál es el odio que le tiene mi madre. No lo entiendo. Isabelle es una chica normal, pero ¿cuál es el problema? El amor no entiende de estatus sociales. Aquí hay algo más…

Me levanté de golpe.

—Ahora mismo, voy a hablar con ella. Estoy harto. Pero veo que amenazándola no consigo nada. Y esto se tiene que acabar, definitivamente.

Salí de mi despacho y cogí el coche. Cuando llegué, la puerta de la entrada estaba abierta. Se me hizo raro. Antonio no estaba en el jardín, y tampoco se veían a los trabajadores. Al acercarme a la casa, vi un camión. Aparqué justo detrás.

Entré. Los sirvientes estaban sacando los muebles por un costado de la casa. Unos hombres descargaban otros nuevos. En una esquina, estaba mi madre dando órdenes.

—¿Se puede saber qué está pasando aquí, mamá? ¿Por qué estás retirando los muebles? No creo haberte dado permiso. Los cambiaste el año pasado; no creo que se hayan estropeado tan pronto. Tú vives sola; aquí no hay niños que rompan nada.

—Charlotte y yo fuimos a una exposición y nos gustaron estos muebles. Son exclusivos.

—Mamá, tenemos que hablar ahora mismo. Vamos al despacho de papá.

—Mejor hablamos aquí, Alexander, tengo que vigilar a estos ineptos. No creo que tengas tanta prisa.

Entré en el despacho. Estaba totalmente vacío. Todos los recuerdos de mi padre se habían desvanecido. Salí furioso. La agarré del brazo y la llevé a la cocina. Allí estaban las sirvientas preparando el almuerzo. Mi madre nunca pisa la cocina.

—¿Qué le ha pasado al despacho de papá? —¿Dónde están los muebles y sus cosas? —¿No se te habrá ocurrido tirarlas, no? —le dije.

—Mamá, ya has conseguido llevarme al límite. Desde mañana tendrás una cuenta para ti. Tendrás que administrarte, tú solita, porque las cosas no pueden seguir así. Yo pagaré a los empleados y los gastos de la casa, pero esto lo pagas tú. Y como no tienes dinero, lo pagarás a plazos.

—Además, mamá, te he dicho un millón de veces que no te metas en mi vida. Y tú lo has vuelto a hacer. Te ordeno que dejes en paz a Isabelle. No tienes derecho a querer que la despidan. Ella trabaja honradamente, no se mete contigo, y mira que tiene motivos. ¿Por qué la odias tanto?

—Estás enferma, mamá. ¿No te das cuenta?

—Te estás equivocando del todo, Alexander. Yo soy la que puede hacer que te quedes sin nada. Las empresas de tu padre son mías.

—Mamá, papá solo tenía dos empresas. Las demás son mías. Y en el testamento está escrito que pasarían a su único heredero: yo.

—Esa escritura es falsa. Yo tengo las verdaderas. Y todo está a mi nombre. Lo siento, querido hijo: no tienes nada de tu padre. Ahora márchate. Desde este momento dejas de ser mi hijo.

—Nunca lo he sido, mamá.

Miré el supuesto testamento. Solo venía el nombre de mi madre y un tal David.

—Este testamento tiene que ser falso. ¿Quién es este tal David? ¿Tu amante? ¿Has sido capaz de engañar a mi padre?

—Ja, ja, ja… Tu padre siempre fue una marioneta para mí. Un débil. Cualquiera le daba lástima, menos a mí, claro. Yo lo aguanté hasta el último día.

—No tienes escrúpulos. No tienes corazón. Eres una manipuladora. Esto se lo pasaré a mis abogados. Te voy a echar de aquí aunque tenga que sacarte de los pelos.

—Pobre idiota. ¿Crees que puedes? Vete ahora mismo. Y no vuelvas. Estúpido.

—Te juro por mi padre que no te vas a reír de él. Y menos de mí. Arpia.

—Ja, ja, ja. De él ya me reí bastante. Ahora me toca reírme de ti, niñato.

—Eres de lo peor. La próxima vez nos veremos en los juzgados. Disfruta lo poco que te queda. Después llorarás lágrimas de sangre. Maldita seas…

—Qué poco me conoces, Alexander. Eres como tu padre: débil y sentimental.

La agarré del brazo con fuerza.

—No te mato porque arruinaría mi vida por alguien que no vale nada. Estás vacía por dentro, podrida. No tienes corazón ni alma.

Salí de allí. Antes, tomé fotos del supuesto testamento. Subí al coche. A la salida, me esperaba Antonio.

—Señor, espere. No subestime a su madre. Y averigüe lo que le dije. Por favor, tenga mucho cuidado.

—¿Qué tratas de decirme, Antonio? Sé claro. ¿O tienes miedo de mi madre?

—No le puedo decir más, señor… Busqué a María. Ella responderá muchas preguntas. Investigue el pasado de su madre. Es mi consejo.

—Este es mi número. Si ves o escuchas algo, llámame. No importa la hora. Y si tienes problemas con mi madre, llámame. Te sacaré de aquí. Cuídate, Antonio.

—Usted va a necesitar más ayuda. Que Dios lo acompañe.

Antonio sabe muchas cosas… pero tiene miedo de hablar.




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