Por la tarde fui a la empresa de Alexander. Al llegar, pregunté en la entrada y me atendió una secretaria.
—¿Tiene cita? —me preguntó muy seria.
—Me está esperando —le respondí con una sonrisa.
Ella, muy maleducada, me contestó:
—Lo dudo muchísimo.
—¿Cómo dice, señorita? —Hágame el favor de llamarlo —le contesté, mirándola seria.
—Está reunido, señorita. Si quiere, espérelo ahí sentada. Cuando yo le diga, pasa. Y si no, se puede marchar, así no pierde su tiempo.
—Creo que usted, señorita, va a perder algo más; como Alexander se entere. —Muchísimas gracias por su amabilidad —le contesté.
Salí de allí, crucé y fui a la cafetería de enfrente; aproveché para tomarme un café. Al cabo de un rato, sonó mi móvil.
—Isabelle, ¿dónde estás? Te estoy esperando. No tardes mucho; tengo una reunión en dos horas con el abogado. Te espero.
—Ok, ya voy para allí. Llega ahora Alexander.
Llegué a la empresa y pasé por delante de la secretaria. Al verme, enseguida salió detrás de mí.
—¿Dónde cree que va, señorita? No puede pasar. Avisaré ahora mismo a seguridad.
Antes de llegar al ascensor, tenía a dos guardias de seguridad delante de mí. No sé por qué me dijeron que me quedara quieta; uno de ellos me empujó contra la pared para que no me pudiera mover, me quitaron el bolso y el móvil que llevaba en el bolsillo del pantalón.
—¿Se puede saber qué están haciendo? Yo no he hecho nada. —Llamen a Alexander —les dije.
Uno de ellos me mandó callar y me puso las esposas rápidamente.
En ese momento llegó Alexander:
—¿Qué ocurre aquí? ¿Por qué tenéis a esa mujer detenida?
Yo estaba de espaldas, por lo que él no me podía ver la cara.
—La hemos detenido. Esta señora intentaba robar documentos. —Acabamos de llamar a la policía —dijo uno de ellos.
—¡Eso es mentira! Yo he venido aquí porque Alexander me ha llamado. —Menudos guardias de seguridad —contesté.
—¿Eres tú, Isabelle? ¡Soltadla ahora mismo! Pero, ¿cómo podéis ser tan torpes? ¿Se puede saber qué tipo de documentos le habéis cogido? Ninguno, ¿verdad? O sea, que habéis quedado como unos idiotas. Más tarde hablamos, porque este error ha sido muy grave. —Ahora quitaos de mi vista. —gritó Alexander.
Uno de los guardias contestó.
—La secretaria de la puerta nos dijo que la había pillado robando —se defendió uno.
—¿Cómo dices? Pues si es así, me va a oír también; no pienso tener gente que no sepa hacer bien su trabajo. Antes de detener a alguien, tenéis que aseguraos si es así; no me vale eso de que alguien me dijo. Esto es algo que no lo voy a permitir más. Más tarde lo aclaramos todo. ¡Quítenle las esposas! ¿A qué estáis esperando? ¿Pero a vosotros os pasa algo? O sois idiotas de serie. Porque os juro que no lo entiendo.
—Perdona, Isabelle, no volverá a pasar. ¿Estás bien? ¿Te duelen las muñecas? Madre mía, qué vergüenza, es la primera vez que me pasa. Discúlpame otra vez. Vamos, subamos en el ascensor, así te enseño mi despacho.
—Estoy bien. —No te preocupes, se nota que tengo cara de delincuente —dije de broma sonriendo.
Entramos en su despacho. Es muy espacioso, con unas hermosas ventanas que iban desde el suelo hasta el techo y unas vistas impresionantes a Londres.
—Dime, Alexander, ¿tienes algo pensado, alguna idea de estilo? ¿Algo moderno o elegante? Iluminación tienes mucha; la luz natural es la mejor. Quizás podríamos añadir una luz cálida para la noche. En esa pared se podría poner un jardín vertical con iluminación alrededor. Eso lo haría más moderno. Por la parte de abajo, podríamos simular una caída de agua, y si quieres podemos poner en el agua algunos peces, como los guppies; son pequeños y fáciles de cuidar y los corydoras ayudan a limpiar el fondo, y alguna planta natural en el agua, como la Elodia, que vive sumergida y oxigena el agua, o el jacinto. El agua relaja… ¿Qué opinas? Sería un jardín vertical acuapónico; te estoy dando ideas, igual tú tienes otra idea.
—Tú eres la entendida, lo dejo a tu gusto. Pásame unos bocetos y, entre los dos, escogemos, pero creo que tu idea me gusta. ¿Te parece bien? Bueno, guapísima, ahora sí que me tengo que ir. Tengo una reunión con el abogado.
—Sí, claro, yo te enseño los bocetos, no te preocupes, Alexander. ¿Qué vas a hacer por lo de tu madre? Perdona, es tu vida privada, no tienes que darme explicaciones.
—Isabelle, no pasa nada, si voy por eso, ya sabes, cualquiera se fía de Eleanor y, además, tú no te metes en mi vida. Eres parte de ella. Te quiero y tú lo sabes. Te lo he dicho muchas veces.
Cambié de tema al ver la reacción de Isabelle. Tenía que ir despacio si quería volver a conquistarla. No sería fácil, y yo lo sabía. Además, sabía que tenía un hijo… y también tendría que ganármelo a él.
Salimos juntos del despacho. Cuando llegamos a recepción, miré a mi secretaria.
—Coge tus cosas. Estás despedida. Acusar a esta mujer de robo sin motivos... Me parece vergonzoso y, como secretaria, tienes mucho que aprender, y tienes que aprender a ser más humilde. Estás de cara al público y no eres amable, sino desagradable. No sé, yo si fuera tú esta noche lo pensaría. Ven mañana que te entrego los papeles del despido.
—Pero, jefe, yo…
—Recoge tus cosas, por favor, no tengo nada más que decirte.
Yo salí, me subí a mi coche para ir a la oficina y hablar con Amelia. Cuando llegué, fui a mi despacho para preparar unos cuantos bocetos. Me puse algo de música baja. Eso me relaja y me ayuda a concentrarme; quería dejar todo terminado si era posible.