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Capitulo 82 La verdad sobre el rio

Llamé por teléfono a Antonio para vernos fuera de la casa de Eleanor. Quedamos junto al río que pasa más abajo de la finca. Allí iba yo de niño a bañarme. Nos veríamos en una hora. Según me había dicho Antonio, Eleanor iba a salir.

Fui hasta la mansión de Eleanor; allí escondí mi coche entre los árboles. Me senté sobre una piedra con una botella de agua fresca. Hacía un calor de mil demonios. Me fumé otro cigarro mientras esperaba. Eleanor estaba allí; solo tenía que esperar a que saliera. Al cabo de un rato vi salir un coche; era ella con el chofer. Aproveché ese momento para acercarme a la casa. Enseguida vi a Antonio en el jardín.

—¿Cómo está, señor Alexander? —me saludó Antonio al llegar.
—Supongo que bien, después de todo lo que ha pasado. ¿Alguna novedad por aquí, Antonio?
—No, señor. Su madre sigue igual. ¿Fue usted a ver a María?
—Sí, Antonio. Pero hay muchas preguntas. Tengo que hacerme pruebas de ADN. Necesito estar seguro del todo. Tienen que exhumar su cuerpo. Si no, nunca sabré la verdad.
Pero, Antonio… ¿Está ahí mi madre? Tú sabes más cosas… lo sé, aunque no quieras hablar.

—Señor… no es tan fácil como usted cree. Su madre, Eleanor, si se entera de que le he contado todo, no dudará en quitarme del medio.
—¿Me estás diciendo que puede mandar matarte? ¿Eleanor?
¿Y a mi padre, lo mató ella, Antonio?

—Señor, su madre ha hecho muchas cosas por dinero. No quería que usted heredara nada. Su señor padre, al final, ya no era consciente de nada. Yo vi con mis propios ojos cómo le hizo firmar unos papeles.
¿No se acuerda del accidente que tuvo usted hace cinco años?

—Sí, perfectamente. Estuve grave en el hospital. Los médicos pensaban que no saldría de esa. Recuerdo que mi padre iba a verme todos los días.
—Así es, señor. El tráiler que lo sacó de la carretera nunca se encontró, ¿verdad? Pues su señora madre se ocupó de que nunca saliera a la luz. Tal vez lo mató, o quién sabe…
Pero lo cierto es que a usted se lo quiso quitar del medio. Usted era un problema, y ella lo sabía.

Dos años más tarde, su padre empezó a encontrarse mal. Él mismo me lo dijo: creía que Eleanor lo estaba envenenando con arsénico. Yo le sugerí hacerse pruebas, pero no quiso. Dijo que eso lo pondría a usted en peligro.

—Pero pudo haberse divorciado o marcharse antes de llegar a ese punto.
—No era tan fácil, Alexander, las cláusulas que impuso su abuelo, había muchas restricciones, como una separación, etc... Y no sé por qué, yo creo que Eleanor fue amante de su abuelo. Él siempre estaba pendiente de ella, no dejaba que le faltara nada. Su padre era todo lo contrario; nunca tuvo intimidad con ella. ¿Me entiende, joven Alexander?

Pero años más tarde, Eleanor quedó embarazada. Usted tendría un año, más o menos. Su padre sabía que ese hijo no era suyo. Fue a hablar con su abuelo para decirle que no iba a criar un hijo que no era suyo. Su abuelo le contestó que Eleanor no era decente, y que a él le había venido muy bien para criar un bastardo.

Su padre se dio cuenta entonces de que Eleanor había sido amante de su propio padre; mientras viviría bajo el mismo techo con él, nadie sospecharía nada.

—¿Y ese tal David? —¿Entonces ese niño puede ser hijo de mi abuelo también? —le pregunté nervioso.
—Por ahora no puedo contarle más…

—¿Y Casandra está enterrada allí? ¿O fue todo obra de mi padre para protegerla? ¡Antonio, por lo que más quieras, habla! No puedo seguir con tantas mentiras. ¿No te das cuenta de que la bola es cada vez más grande?
—Está bien, joven Alexander, no. Casandra no está allí. No murió. Pero su madre, Eleanor, intentó matarla muchas veces. Por eso su padre tuvo que hacer un falso entierro: Era la única forma de protegerla.

—¿Pero dónde está ella? Tengo que encontrarla. Ella es mi madre…
—En eso no puedo ayudarlo, Alexander. No sé dónde está. Y aunque lo supiera, tampoco se lo diría. Juré en el lecho de muerte de su padre que nadie sabría de ella. Solo se lo he contado a usted, porque tenía derecho. Pero no puedo decirle más.

—Sabés, Antonio, creo que sabés más de lo que decís. Y al callarte, solo ayudás a Eleanor. Por permitirle seguir haciendo daño… Y de alguna manera, eso te hace cómplice.

Antes de irme solo le dije unas palabras: Que Dios te proteja, Antonio.

Lo dejé solo, para que pensara. Me fui. Sabía que esas palabras que le dije fueron duras, pero era la única forma de hacerle reaccionar. Él tiene la clave para que yo descubriera la verdad sobre Eleanor… y lo más importante, saber dónde está Casandra.




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