Amelia me llamó para saber cómo iban las cosas. Fui sincera: le dije que, por el momento, no había conseguido nada; me pasaba el día pegada al PC.
—¿No has conseguido todavía que Hadley se decida, Isabelle? En serio, llevas una semana, y no has logrado nada. ¿Se puede saber qué narices estás haciendo? ¡Te necesito aquí ya, ¿me oyes?! No podemos perder tiempo. ¿Crees que estás de vacaciones, señorita? Pues no, estás trabajando, así que ya sabes, espabílate.
Yo le contesté; estaba cansada de tantas quejas.
—Me paso todo el día frente al PC haciendo bocetos, así que no me vengas como si estuviera rascándome la barriga. Solo descanso por la noche.
Y si me quieres quitar el proyecto, me lo quitas y ya está. Pero no me amenaces. ¿Sabes cuántos bocetos le he preparado a Hadley? ¡Diez! Que se dice pronto. No he conseguido impresionarla, pero todavía me quedan dos días, y los voy a aprovechar. No lo dudes.
Colgué el teléfono sin esperar su contestación. Me estaba matando haciendo bocetos, y Amelia no se daba cuenta.
Eran las cinco de la tarde cuando llegó Taylor de trabajar. Se acercó a mí y me dio un beso.
—¿Dónde están los chicos, preciosa?
—Supongo que en la playa —le respondí.
—¿Te ocurre algo, Isabelle? ¿Estás enfadada conmigo? ¿He hecho o dicho algo que te haya molestado?
—No, cariño. Es conmigo misma. Por más que pienso, no consigo impresionar a Hadley. Y solo me quedan dos días. Amelia me está metiendo presión... y la verdad, no puedo más. ¿Crees que soy idiota?
Taylor se sentó a mi lado. Los dos mirábamos la pantalla del ordenador.
—A ver, princesa. Este boceto está muy bien. ¿Qué es lo que le pasa? ¿Se lo has enseñado a Hadley? Yo lo veo perfecto.
—No... no se lo he enseñado. Ya me da miedo. Han sido muchos los que he hecho y... de nada me han valido.
—Creo que lo mejor es que lo dejes hasta mañana y te despejes. Así lo verás de otra manera, Isabelle. El cansancio no es bueno, necesitas relajarte, y yo sé cómo.
—Mira, Taylor, si no me vas a ayudar, será mejor que me dejes en paz. Solo me faltaba eso de ti…
—Sí... creo que será mejor que me vaya.
Se marchó sin más. Estaba tan enfadada conmigo que lo pagué con él. Encima, era nuestra primera pelea, y los bocetos tenían la culpa todo por una tontería.
Llamé por teléfono a Hadley, pero no contestó.
Decidí seguir haciendo bocetos.
A las diez de la noche, los chicos llegaron y yo seguía delante del ordenador. Ethan se acercó corriendo.
—Mami, ¿sigues trabajando?
—Estoy terminando —le contesté.
Taylor se acercó.
—Será mejor que dejes a tu madre trabajar, Ethan. Vamos, ven, que ya nos traen las hamburguesas que he pedido.
—Taylor, ¿podemos hablar? —Solo será un momento —dijo Christopher.
—Por supuesto. ¿Qué pasa, Christopher?
—¿Habéis discutido por algo? Me he dado cuenta de que ni siquiera os habéis mirado. ¿Quizás por mí y Ethan? No tenéis intimidad…
—No, para nada. Tu hermana está algo agobiada, y esta tarde he intentado calmarla, pero he provocado todo lo contrario. Encima, Amelia la ha llamado para meterle más presión. Supongo que está estresada. Después hablaré con ella.
—Te daré un consejo, cuñado: no le digas nada. Es mejor así. Ella sola se acercará a ti. Si no, al final discutiréis. Te lo digo yo, es mi hermana, y la conozco bien; es la perfección en persona.
—Quizás tengas razón...
Llegaron las hamburguesas. Ethan me avisó para cenar, pero le dije que no podía ahora.
Ellos terminaron de cenar y luego se fueron al jardín. Al cabo de una hora, se marcharon a dormir. Taylor se quedó tumbado en la hamaca del jardín, ni siquiera se atrevía a entrar. Lo vi desde la mesa del comedor.
Me hice un café con hielo y volví al ordenador. Tenía la pantalla en blanco, pero de repente empezaron a venirme un montón de ideas. Corrí a escribirlas en el programa. Estuve trabajando como una hora.
Cuando terminé, me sentí bien. Ahora sí, pensé. Tenía cuatro bocetos más para Hadley.
Me levanté y fui al jardín para hablar con Taylor. Me sentía mal. Me acerqué y le toqué el brazo para despertarlo. Pero debía de estar muy cansado, porque no se despertó.
A la mañana siguiente me desperté temprano. Eran las siete. Los chicos dormían. Me asomé al jardín y Taylor ya no estaba. Me preocupé. Habíamos discutido por una tontería y fue culpa mía.
Lo llamé al móvil y lo encontré en el suelo del jardín. Eso me preocupó aún más. ¿Dónde estaría? ¿Por qué su móvil estaba allí?
Me empecé a imaginar cosas…
Escuché la puerta abrirse. Salí corriendo. Era Taylor, con un pantalón corto y camiseta de tirantes. Había salido a correr.
Cuando lo vi, me tiré a sus brazos como si hiciera siglos que no lo veía. Taylor no sabía cómo reaccionar.
—¿Qué pasa? ¿Ocurre algo? ¿Y este recibimiento? —Sé que me quieres, pero no sabía que tanto —me dijo con una sonrisa.
—Tenemos que hablar, Taylor.
—No creo que tengamos que hacerlo, pero si tú quieres, yo te escucho —me respondió.
—¿No te importa lo nuestro, Taylor? Nos hemos enfadado y te da igual. ¿O no quieres que sigamos juntos? ¿Es eso?
—Amor, lo nuestro es para siempre. Lo de ayer fue una tontería, una discusión tonta. Y habrá muchas más. Eso es normal. Somos una pareja, para lo bueno y para lo malo.
Y eso solo significa que yo te sigo amando igual o más que el día que te conocí.
Hay amores de unos meses, años y otros —no muchos— eternos, como el nuestro. ¿Lo entiendes, princesa?
Te amo más que a mi vida. Y nada ni nadie puede separarnos.
Mientras me decía esas palabras, no podía evitar llorar.
—No sabes cuánto te quiero, Taylor. Eres lo mejor que me ha pasado en la vida, aparte de mi hijo.
—No, señorita. —De nuestro hijo —me contestó, riéndose.
Desayunamos juntos, y después Taylor me dejó en las oficinas de Kevin. Él tenía que acercarse a revisar otras propiedades.