Volver a Tí

Capítulo 88 Vuelta a casa

Había llegado el sábado; hoy sería el último día que estaríamos aquí. Al día siguiente volvíamos a Londres; cogíamos el vuelo a las doce del mediodía.

—¿Podemos hablar un momento, Kevin? No sé cómo pedírtelo... No quiero que te enfades.
—Si me tienes que decir algo, dilo, no des tantos rodeos, Taylor. ¿Hace cuánto que nos conocemos? ¿Dos semanas? Lo suficiente para ser más claros.
Te diré algo que he aprendido con los años.
Cuando tienes dinero, todo el mundo se acerca, y no distingues los amigos —entre comillas— y los amigos de verdad. Pues a mi edad sé en quién puedo confiar y en quién no. Sé quién se me acerca porque le conviene, y quién lo hace porque me aprecia de verdad.
Y tú te preguntarás: "¿Y esto a qué viene, si le quiero pedir un favor?" Pues ya te he contestado, Taylor.
Y ahora te hago yo una pregunta: ¿Sabes dónde te encuentras tú? Entre las personas en las que puedes confiar siempre, sí, Taylor, eres un buen amigo.

—Gracias, Kevin. Eres un buen tío, de verdad. Perdona mi manera de hablar, es un poco...
—No hay nada que perdonar. Supongo que quieres estar con tu novia, ¿no? Te entiendo perfectamente. Me he fijado en cómo la miras. Estás muy enamorado de ella.
¿Cuánto tiempo tiene tu hijo, Taylor?
—No es mi hijo biológico, ya me gustaría... Es de ella. Pero lo quiero igual.
—¿Has pensado en casarte? ¿En tener más hijos? ¿En formar una familia...?
—Sí, claro, Kevin. Lo he pensado. Llevamos poco de novios, pero si fuera por mí, ya me habría casado. Sé que es la mujer de mi vida, con quien quiero formar una gran familia, con muchos hijos. Pero... ella necesita más tiempo.
—¿Pero se lo has pedido? Matrimonio, digo.
—No, todavía, me echa para atrás pensar que posiblemente me diga que no —contestó Taylor.
—Entonces, ¿cómo sabes su respuesta, si no se lo pides? Es normal que tengas esas dudas. Las mujeres lo hacen cuando no están seguras del hombre. Y piensan que las vas a dejar cuando te canses. Hay tanto golfo suelto, que después desconfían de todos.
Anda, vete y disfruta el día con tu familia. Dale un abrazo de mi parte a Isabelle. Mi hija habla maravillas de ella.
—Gracias, Kevin. Hasta el lunes.

Yo me había ido a la playa con mi hermano y Ethan.
Me tumbé a tomar el sol, y Ethan estaba a mi lado, haciendo un enorme agujero para hacer un castillo. Mientras tanto, Christopher se fue a nadar un rato.
Llegó Taylor y se puso delante de mí, tapándome el sol.

—¿Sabe usted, señorita, que las mujeres tan guapas no pueden tomar el sol? ¿Por qué el sol, Lorenzo, se esconde?
—¿Pero qué haces aquí? ¿No estabas trabajando? Taylor, ¿sabes que me estás tapando el sol? Estoy muy blanca, no parece que haya estado aquí.
Ethan miró a Taylor.
—Papi, ¿quién es Lorenzo? ¿El sol tiene nombre?
Taylor se puso de rodillas en la arena.
—Pues claro, hijo. Y la luna se llama Catalina.
—¡De verdad, papi! Jooo, cuánto sabes. Yo, cuando sea mayor, quiero ser como tú.
—Como yo no, hijo. Más listo tienes que ser. ¿Quieres que juguemos a hacer castillos enormes de arena?
—¡Sí, papi! ¡Juguemos!
—Taylor, cámbiate de ropa, te vas a manchar. —En la playa no se suele estar con ropa —le dije yo sonriendo.
—¿Tú crees que en la playa se tiene que estar sin ropa? ¿Estás segura, princesa?
—Sí, Taylor. —Estoy segura de que hay que ponerse bañador —le respondí riéndome. Sabía por dónde iba él.
—Ahora vengo, no tardo.

Tardó unos minutos. Llegó con un pantalón corto azul marino y sin camiseta.
—Ahora sí que estoy preparado, Ethan. Voy por agua, espérame.

Estuvieron haciendo castillos casi toda la tarde. Después caminamos un poco y fuimos hasta un acantilado precioso. Allí le hice algunas fotos. Y mi hermano nos sacó unas cuantas a Taylor y a mí.
Más abajo había una terraza de verano. Nos sentamos para tomar algo fresquito.
Al cabo de un rato, Christopher empezó a decir que sería mejor que nos fuésemos, que quería ducharse. Taylor se acercó a la barra para pagar y Christopher fue detrás.

—Creo que esta noche sería buena para que salgas con ella a solas, en plan romántico... ya sabes.
—Sí, tenía pensado salir con ella. ¿Pero vosotros qué haréis? Ha venido y ni siquiera la he sacado ningún día a cenar. Tiene que estar algo cansada de mí.
—Pues aprovecha esta noche, Taylor. ¿No dicen que la noche es joven? Además, mañana nos vamos.
—Ni me lo recuerdes, Christopher. Cada vez que lo pienso, te juro que... Creo que fui un idiota por haber aceptado este proyecto.
—No lo creo, cuñado. Yo habría hecho lo mismo, por si te vale de consuelo.

Tardaron un rato. Yo no sabía de qué hablaban; parecían dos ancianas chismorreando.
Cuando se acercaron, nos fuimos. Ethan iba rendido, y Taylor lo cogió en brazos.

Cuando llegamos, Taylor se acercó a mí.
—Quiero que vayamos esta noche a cenar, los dos solos. ¿Te parece bien?
—¿Y el niño? —le pregunté.
—Tu hermano se queda con él. Ahora mismo les pido la cena. No te preocupes.
—Ya veo que lo tienes todo pensado —le respondí yo.

Me puse un vestido blanco de tirantes que me había regalado Taylor.
—Estás preciosa. Te queda perfecto. Vas a deslumbrar a la Luna, princesa.
Yo le sonreí.
Nos subimos al coche.
—¿Dónde vamos, Taylor? —le pregunté.
—A un sitio especial. Lo conocí por casualidad un día. Me perdí el segundo día y vine a parar aquí.

Entramos. Era precioso. Nos sentamos en unas sillas en la playa. Era un restaurante con unas vistas impresionantes. Los manteles eran blancos hasta el suelo, y había antorchas iluminando las mesas. En nuestra mesa había pétalos de rosa marcando el camino.
Nos sentamos y enseguida llegó un camarero. Apenas había gente. Pusieron música romántica de fondo y pedimos la cena. Taylor pidió una botella de champán.

—Taylor, pero... después tienes que conducir.
—Esta noche nos quedamos aquí. He reservado una habitación, princesa. Y no te preocupes por Ethan y tu hermano, ¿vale? Disfruta. Esta noche es la última... No sé cómo va a ser a partir de ahora.
—¿A qué te refieres? ¿Va a cambiar algo entre nosotros, Taylor?
—Me temo que ya ha cambiado. Tenía miedo de tener relaciones contigo, por si no estaba a la altura... No sé. Pero eso ha cambiado. Te amo, y lo sabes.
—No sé por qué tenías miedo, Taylor. Eres un hombre maravilloso. Guapo, inteligente, con un cuerpazo, alto... ¿Quieres que siga?
—Mejor no. Me vas a poner malo antes de tiempo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.