Volver a Tí

Capitulo 89 Silencio en la oscuridad

Habíamos llegado a las tres de la tarde a Boston. Nos faltaba media hora para tomar el próximo vuelo con destino a Londres. Estaba previsto que aterrizáramos alrededor de las ocho de la noche. Llamé a mi padre para pedirle que viniera a recogernos.

Ethan estaba agotado; se había quedado dormido. Mi hermano estaba mirando el móvil, y yo tenía mil cosas en la cabeza. Por un lado, me sentía feliz: Taylor me había pedido matrimonio. Pero, por otro, Amelia me estaba metiendo presión. Yo no entendía; el proyecto de Hadley iba bien, aunque su prometido, Alan, no estaba muy convencido, y eso me preocupaba un poco. También tenía entre manos el proyecto de Alexander...

Decidí dejar de pensar durante un rato y disfrutar del vuelo.

Me vibró el móvil; lo tenía en silencio. Era un WhatsApp de mi amiga Victoria:

“Hola, Isabelle, guapísima. ¡Buenas noticias! Mañana me mudo de casa. Supongo que tú sigues en Martha’s trabajando. Me hubiera gustado que me ayudaras con la mudanza. Espero que te lo estés pasando de maravilla. “Todo no va a ser trabajar, ¿eh?” —bromeó Victoria.

Le contesté.

Hola, Victoria, cariño. Llegamos esta tarde a Londres. Mañana nos vemos y te ayudo con la mudanza, pero tendrá que ser sobre las cinco; cuando salga del trabajo, te aviso. Tengo muchas ganas de verte; seguro que estás guapísima con esa barriga. Te mando muchos besos, amiga”.

Cuando yo llegue a casa, estaba tan cansada que no tenía ni ganas de cenar. Preferí darme una ducha con agua fría y descansar. Tenía claro que mañana sería un día algo complicado.

Mandé un WhatsApp a Taylor para avisarle de que habíamos llegado bien, y me fui a la ducha. Al regresar a mi habitación, vi que tenía cinco llamadas perdidas de Taylor. Me puse el pantalón corto del pijama y una camiseta de tirantes, me senté en la cama y lo llamé.

—Hola, cariño, perdona, me dejé el móvil en la habitación mientras me duchaba. Estoy agotada, voy a descansar. ¿Y tú, qué estás haciendo?

—Ay, mi princesa… Ahora necesitarías un buen masaje. ¿Entonces no has cenado, no? Yo acabo de pedir algo para almorzar; no me apetecía salir. Te echo mucho de menos... y eso que acabas de marcharte. Han sido unos días maravillosos. Ethan se lo ha pasado en grande. Y tu hermano… ese, ni te cuento.

—¿Qué quieres decir, Taylor?

—¿No te ha contado? Entonces será mejor que te lo diga él. Pero no te preocupes, no es nada malo, ¿vale? Bueno, princesa, te dejo que descanses, que mañana Amelia querrá hablar contigo...

—Sin duda... Solo de pensarlo... Amelia es un caso perdido. Ah, no te había dicho: Victoria se cambia de casa mañana. Le ayudaré con el traslado; no puede hacer esfuerzos con el embarazo. Voy a descansar. Mañana hablamos, amor. Te quiero.

—Vale, cariño, descansa. Que tengas dulces sueños. Hasta mañana, amor. Te amo.

Colgué el móvil y lo dejé en la mesilla de noche. Me tumbé, pero volvió a vibrar. Era un mensaje de Amelia:

“Mañana a primera hora te quiero en mi oficina. Sin falta. Hasta mañana.”

“Ok”, contesté. Uff, qué mujer...

A la mañana siguiente, llegué al trabajo a las siete y media. El guardia de seguridad me miró sorprendido:

—¿Te has caído de la cama?

—Ojalá —le respondí. Tengo una reunión.

Subí a mi despacho y encendí el ordenador mientras esperaba a que llegara Amelia.

—Vaya, has madrugado. —¿Qué tal por Martha's? —Me han dicho que tiene buenas playas —comentó al entrar Amelia. Vamos a mi despacho; tenemos media hora antes de que lleguen los demás.

La miré sonriendo, pero no estaba dispuesta a entrar en su juego de preguntas innecesarias.

—Siéntate, Isabelle. Vamos a ver. Lo que no puedes hacer es lo que te dé la gana. Haces los bocetos y ni siquiera te molestas en enseñármelos, cuando eso debería ser lo primero. Vas a tu bola, como si yo aquí no contara para nada. Soy tu jefa, ¿lo entiendes? Es la última vez que te lo digo. Me tienes muy cansada, de verdad, Isabelle.

—Amelia, ¿cómo quieres que te envíe unos bocetos que ni siquiera sabía si Hadley aprobaría? Tú sabes los bocetos que me he hecho para atrás... Me ha costado bastante, pero ahora que ya tengo claro lo que quiere, hoy mismo te los iba a enseñar; te va a gustar. Y vamos a ver si no tenemos más problemas con su prometido, Alan, porque él... él es completamente opuesto a Hadley. Pero tampoco creo que sea para ponerse así, Amelia.

—No eres nadie para decirme cómo debo ponerme. Esta es mi empresa. Si te gusta, bien. Y si no, ahí tienes la puerta. Pásame el boceto por email. Ya puedes irte. Nos vemos en la sala dentro de un rato.

—Sí, Amelia —respondí.

No lo que realmente pensaba. Llegué a mi oficina y le mandé el dichoso email. Escuché ruido fuera; mis compañeros empezaban a llegar. Me levanté y fui a la sala de juntas. Cuando todos estábamos allí, Amelia apareció.

—Bueno, chicos, los que ya tienen un proyecto en marcha pueden marcharse. El resto, quedaos.

Me iba a levantar, pero enseguida me llamó la atención:

—Tú y yo no hemos terminado. ¿Tienes copias del boceto, Isabelle?

—Por supuesto. Siempre hago copias por si se pierden.

—Pues pásame todas las copias. No quiero que te quedes con ninguna.

—¿Y se puede saber cómo voy a continuar el proyecto si no tengo ni un solo boceto? No tiene ningún sentido.

—Muy sencillo: Isabelle, tu proyecto pasa a manos de Sabrina.

—¿Cómo? No puedes hacerme eso. ¡Con lo que me ha costado! Es mi proyecto. Me lo he sudado. No puedes hacerme esto, no entiendo por qué me lo quitas, Amelia.

—¿Crees que no puedo? Ya lo he hecho. Trabajas para mí; yo puedo hacer lo que me dé la gana. Y punto, Isabelle.

—Pues yo también puedo hacer lo que me dé la gana. Toma tu proyecto. Yo me voy.

—Sabia decisión. Es lo mejor que puedes hacer. Que te vaya bien.

—Lo mismo te deseo.

Salí de la oficina, recogí mis cosas y me marché.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.