Volver a ti fue como morir de nuevo

La cicatriz.

El espejo, esa hora de la madrugada, parecía una ventana hacia una versión de mí que no logro comprender,

A las cinco de la mañana el cuarto está completamente en silencio, salvo por el tic-tac del reloj barato que cuelga torcido en la pared.

La penumbra lo cubre todo salvo mi reflejo , subo la blusa con lentitud, casi como si temiera a lo que voy a encontrar.

Y ahí está, como siempre, la cicatriz que cruza mis costillas , una marca curva y pálida que brilla bajo la luz tenue del foco,

Paso la yema de mis dedos sobre ella y siento el cosquilleo extraño que nunca desaparece.

No sé de dónde salió, ni cómo me la hice.

Solo tengo un recuerdo borroso:la primera vez que me abandonaron en aquel orfanato, siendo apenas una niña de tres años .

Es como si esa herida hubiera nacido conmigo, como si la hubiera estado esperando.

Pero lo que más me asusta no es no recordar... sino el vacío que deja. Porque cada vez que la toco, siento que no soy yo. Como si la cicatriz perteneciera a otra persona, a otra vida. Y ese sentimiento extraño comenzó el día que conocí a una niña cinco años mayor que yo, en ese mismo orfanato. No recuerdo su rostro con claridad.

Aveces la imagino con cabello oscuro, otras con una sonrisa luminosa, pero siempre la recuerdo dulce, demasiado dulce conmigo.

Era como si me conociera de antes .

Desde entonces, he tenido sueños que no entiendo. Sueños con recuerdos que no son míos : un campo en flor, un atardecer desde una ventana desconocida, una voz que me llama por un nombre que nunca he usado. Es como si una parte de mi viviera en otra persona a la que jamás he visto. Y esa sensación, aunque suene absurda, me acompaña incluso ahora .

Un golpe en la puerta rompe el aire.

-¡ Levántate de una vez! -La voz de mi madre truena con desprecio -.

¡Ve a la escuela y haz algo útil por primera vez! .

Me estremezco. Se que todavía falta un par de horas para que inicien las clases, pero los gritos nunca esperan la hora adecuada.

Tomo mi mochila, guardo un cuaderno y un pan duro que encontré en la cocina la noche anterior. Me visto rápido, me calzo los tenis gastados y salgo sin mirar atrás.El aire frío me golpea en la cara cuando piso la calle. Es curioso cómo, incluso con el amanecer todavía lejos, afuera me siento más libre que dentro de mi propia casa.

Camino sin rumbo fijo hasta el pequeño parque del barrio.

Es un lugar modesto, con columpios oxidados y bancas pintadas con grafitis. Para mí, es refugio.

Me siento bajo un poste de luz que parpadea cada cierto tiempo, saco el pan de la mochila y lo muerdo despacio. El sabor es seco, pero sonrío un poco.

-Es muy dulce -murmuro para mí misma, casi como si quisiera convencer a mi estómago. A lo mejor no pruebe otro igual en mucho tiempo.

Extiendo mis cuadernos sobre la banca y comienzo a hacer la tarea.Las fórmulas de matemáticas me resultan fáciles, y escribir ensayos me da cierta paz, como si poner palabras en el papel pudiera ordenarme por dentro.

Ésta es mi rutina: escapar de casa antes de que puedan lastimarme más y terminar la tarea bajo la luz tenue de un poste. Si paso menos tiempo en mi casa, mejor para todos.

El cielo comienza a aclarar cuando escucho unas voces acercándose. Reconozco esas risas antes de verlos. Camilo y Nico.

Ellos siempre llegan temprano, como si supieran exactamente cuándo empiezo a huir de mi casa.En realidad, sí lo saben. Nunca lo decimos en voz alta, pero los tres entendemos que mi presencia en el parque a esta hora no es casualidad.

-¡Buen día, Violeta! -saluda Camilo con energía, como si el frío no le afectara. Sus ojos brillan de manera protectora, aunque intenta ocultarlo con bromas.

-Traje desayuno -anuncia Nico, levantando con una pequeña bolsa con orgullo.

Cierro mis cuadernos de inmediato.

-¿De qué se trata? - pregunto, casi con la impaciencia de una niña pequeña.

Nico sonríe de lado, como siempre.

-Para mi gusto es demasiado dulce. Pero creo que a ti te va a encantar.

Abre la bolsa y saca un pequeño recipiente de hotcakes.

El olor me hace abrir los ojos con asombro.

-¿Hotcakes? -repito, incrédula.

El asiente, divertido por mi reacción.

-Sí, pero ten cuidado podría ser azúcar pura .

Me muerdo el labio y me contengo, esperando.

-¿Puedo comer?

Camilo ríe.

-Claro que si, tonta. Son para tí.

Casi tiemblo al tomar el primer bocado. El sabor me invade como un abrazo.

-Es lo más rico que he probado en mi vida -digo, y no exagero.

-Eso es porque todavía no pruebas esto -Camilo saca de su mochila un termo y me sirve un poco de chocolate caliente.

El vapor se eleva en el aire helado de la mañana. Lo acercó a mis labios y casi lloro de felicidad.

-Es caliente -susurro-. De verdad es caliente... y no sobras recalentadas.

Mis amigos se miran entre sí y sonríen con ternura.

Para ellos, puede ser una simple mañana más. Para mí, es un recuerdo que guardo como un tesoro.

En ese momento, siento que todo vale la pena: los gritos, las humillaciones, la cicatriz que no sé de dónde salió. Porque hay instantes, como éste, en los que puedo creer que merezco algo mejor.

Que la dulzura existe, aunque sea en forma de hotcakes compartidos en un parque frío a las seis y media de la mañana.Lo que no sé todavía es que esa dulzura también puede convertirse en la cadena más amarga.Que, entre el sabor del chocolate y el eco de las risas, se esconde el inicio de una historia que me atará para siempre a un nombre que nunca podré olvidar.

Margarita.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.