Volver a vivir

Prefacio

 Algo azul. Algo prestado. Algo viejo. Algo nuevo. Creo que lo tengo todo… sé que es supersticioso, pero desde que Henry y yo nos comprometimos no hemos dejado de escuchar que este tipo de cosas garantizan un buen inicio en el matrimonio, éxito y suerte.

Estoy nerviosa…La tía Mabel está inclinada sobre mí, lleva un bellísimo vestido amarillo que le sienta muy bien, la hace lucir muy joven… ella está terminando de pintarme y peinarme, es maquillista profesional, tiene su propia estética. Justo a su lado está Eva, su hija mayor, ella observa con atención el trabajo de su madre y, sinceramente, me está poniendo aún más nerviosa. Cuando termina y me deja mirarme al espejo, no puedo evitar las lágrimas de emoción y felicidad.

 —Cariño, no llores, mi trabajo.

Sonrío un poco y, con su ayuda, seco mis lágrimas. Justo después alguien toca la puerta, mi padre… ya es hora. Eva me ayuda a recoger mi vestido para poder caminar hacia mi padre, quien me toma del brazo. Él es mi apoyo en este momento, él está ahí para llevarme al altar y entregarme al hombre que será mi compañero de vida por los años que me quedan. La marcha nupcial comienza a sonar cuando aparecemos al final del pasillo. Y ahí está ese hombre, ese hombre maravilloso que en cuanto me ve pone cara de querer llorar.

Mi corazón se estremece con cada paso que doy hacia él. Mi padre no me suelta, me agarra con firmeza cuando tropiezo y casi caigo de mis tacones. Yo soy la mayor de sus hijas. Tengo un hermano tres años más grande que yo, él está ahí sentado al lado de mi madre y mi abuela… Dios, una luce tan orgullosa y otra no para de llorar… en esa misma fila está mi hermana menor, ella es un encanto y fue toda una sorpresa, tiene tan solo quince, cinco años menos que yo. Soy la primera de sus tres hijos en casarse. Tengo miedo. Mi padre me entrega a Henry, él toma mi mano y ambos nos miramos uno al otro mientras el sacerdote comienza a leer un pedazo de la Biblia que habla sobre el matrimonio. Yo no pudo dejar de pensar en él, en mi futuro esposo.

 —Hagamos al hombre… a nuestra imagen y semejanza…

No puedo escuchar la mayor parte de la ceremonia, no puedo concentrarme, mis manos sudan y todo es demasiado rápido, tan rápido que casi tengo que sacudir la cabeza cuando él lo dice:

 —Si acepto.

Cuando el sacerdote me mira y me hace la misma pregunta que acaba de hacerle a él, estoy lista para responder. Sí, lo acepto. Lo acepto en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y la pobreza. Lo acepto en las buenas y en las malas y de todas las formas posibles. Prometo amarlo, tan intensamente como una mujer puede amar a un hombre. Prometo cuidarlo.

 —Acepto —pronunciar esa palabra causa un cosquilleo agradable en mis labios.

Estoy lista para toda una vida a su lado.




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