Al parecer, esta chica ha pasado una de las peores noches de su vida. Sé que no es una princesa de castillo de hadas. Al contrario, vive en un conventillo. Pero la noticia del embarazo de su madre, su repentina mudanza de cuarto, finalizar el colegio… Todo junto al parecer le ha pasado factura esta noche. Tiene bajo los ojos un par de ojeras bien marcadas. Encima es blanca, muy blanca. Se les nota más.
Me acerqué para calmarla. Hoy será un día difícil. Pero siento que ella me tiene miedo. Intento calmarla con una simple frase, y ahí va, la muy sentimental… Se pone a llorar. Y encima me abraza.
Lo que pasa es que no soy su hermano de verdad. No sé cómo serlo. Y ella no es una nena. Tiene un cuerpo que evidencia la mujer en que se está convirtiendo… Ahora mismo la tengo pegada contra mí. Sus pechos pequeños, redondos, turgentes, se me pegan. No quiero que se sienta rechazada, la encierro con un solo brazo mientas que la otra mano queda caída, sosteniendo la camisa que no llegué a ponerme antes de que ella me tocara. Tiene la cintura pequeña, se le notan algunas costillas bajo el camisón de niña que todavía viste.
Su cabello rubio es una maraña larga y perfumada. Con su cabeza en mi cuello, siento su olor cerca de mi nariz. Es un aroma dulce, a flores, o no. A algo que es ella y que no tiene que ver con ningún perfume que use. Es el olor de Emma. Su olor. Y me está volviendo loco.
Me pregunto cuánto le ha hablado su madre de la relación entre un hombre y una mujer. Me preocupa que note mi erección cuando me separe de ella y tenga que levantarme. Quisiera pensar que me daría vergüenza pero la verdad es que no. Todo en esta chica me llama desde esa noche en el Gran Rex en que le di mi mano sudada y ella me miró con apremio. Desde que su grito en el gimnasio me dio la victoria en el ring.
Tengo veinte años y mi padre y su madre están jugando a los retoños. ¿Y yo? Yo no puedo jugar porque Emma es inocente a pesar de todo lo que yo estoy sintiendo contra mi cuerpo en este momento.