Volver a vos

Alberto

La niña se remueve entre mis brazos. A lo lejos, por el ala derecha, veo el reclinatorio a donde Emma se arrodilla para pedir perdón por sus pecados. Me pregunto cuáles serán esos, si es apenas una niña. O no.

Hace tal vez unos meses que ha empezado a cambiar. Su ropa, su manera de peinarse, su charla. No sabría decir desde cuándo.

En el conventillo la llaman en tono burlón la señorita. Mecha ha intentado hacerme creer que Emma, con sus nuevas maneras, está gritando en su silencio. ¿Qué grita? Su inconformidad, su madurez, su femineidad. Dice que así, pronto se hartará de nosotros, se hará de un novio e, incluso, puede elegir irse.

Mecha es la única vecina en quien pudimos confiar cuando nació Giny, su madre se fue y cuando su padre se desentendió de ella. Pero sus palabras esconden cizaña entre tanto trigo. Las mujeres pueden ser muy bajas entre ellas; y Mecha no es la excepción.

Recuerdo la primera vez que vi a la madre de Emma. Creí que Omar se había agenciado una modelo de revista. Me pareció bellísima y hasta incluso eché un silbido al aire cuando nos dejó solos y hablando de ella. Con su falta en el conventillo, ha quedado su lugar vacante. Un lugar que, al parecer, solo puede ocupar Emma. Su belleza física, entremezclada con su juventud y su buen vestir, nos trae a la mente el fantasma de su madre a diario.

Ahora mismo la miro desde lejos, ese velo blanco esconde los cabellos rubios que Giny no se cansa de tironear. Imagino sus ojos azules, con la mirada baja, como cuando me habla a media voz cuando la niña ya se ha dormido. ¿Cuánto tiempo más seguirá de rodillas en ese reclinatorio? Seguramente han de dolerle. Luego va a venir a sentarse a mi lado, como hace siempre. Me tomará la mano y me pedirá que rece con ella su penitencia, mientras abraza a la niña.

“Padrenuestro que estás en el Cielo, santificado sea Tu nombre…”

“Ave María purísima…”

“Gloria al Padre, gloria al Hijo…”

Repetiré con ella una y cada una de las oraciones, de las jaculatorias, de las frases armadas que la Santa Iglesia Católica dicta para sus fieles. Luego iremos a la plaza, a ver cómo los ancianos alimentan palomas con migas de pan y los niños andan en bicicletas pequeñas. Caminaremos brazo con brazo, con la niña a upa. Y con todo eso, intentaré hacerla un poco feliz.




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