Volver a vos

Emma

Es mi cumpleaños y solo sé que la vida pasa inexorablemente de un día para otro. Se escurre en la realidad del tiempo que avanza incluso cuando todo parece detenerse.

“Quiero estudiar”, anuncié a principios de año durante una cena al tío Guillermo y a la tía Cristal.

Estaba ya cansada del curso de cocina, el de perfeccionamiento de costura, el de bordado, el de protocolo. Desde que había llegado a la casa, mis tíos habían creído que harían de mí una señorita del estilo de tía Cristal, pero ella no había sido criada por una enfermera de la Cruz Roja en un conventillo. Ella no había tenido que trabajar desde muy joven, ni había empezado a criar a una hermana desde que era un bebé de un día.

Ese año, el 1953, en conjunto con la Fundación Eva Perón, la Secretaría de Salud bajo el ala del Dr. Ramón Carrillo habían fundado la Escuela de Enfermeras 7 de Mayo. Tenía objetivos claros como profesionalizar y especializar a las enfermeras en distintas áreas. Desde este punto de vista, las nuevas egresadas se encontraban más preparadas ante el mercado laboral.

La noticia había llegado en medio de un clima de tensa armonía en la familia Brown. Cada uno invertía su mejor esfuerzo, pero la convivencia cotidiana era difícil para todos. Las diferencias en el trato hacia una y otra hermana eran patentes. La atención constante de la tía Cristal hacia Giny incomodaba a la niña. Constantemente, Cristal acusaba a su sobrina mayor de impedir la buena relación entre la niña y ella.

El tío Guillermo dejaba el reino familiar bajo la custodia de su esposa, en quien confiaba para que calmara los ánimos con la niña y la mayor de las sobrinas, que ya era una joven independiente.

Ante esta situación, la aparentemente repentina decisión de Emma respecto de estudiar caía como balde de agua fría.

“¡Esta señorita solo hace lo que quiere!”

Protestaba la tía Cristal esa noche en la biblioteca. Emma la escuchaba debatir con su tío.

“Debemos aceptar que ella no será una señorita como las de nuestra clase”, se resignó el hombre.

Ahí estaba el tema: ella no sería nunca una de ellos. Aunque viviera en su casa, aunque comiera en su mesa, aunque paseara con ellos. Ella había sido una sirvienta que había recibido un zapato de cristal un día imprevisto. Pero debía aceptar que el sueño de la princesa no era para ella. Quizás sí para Giny, quien aún estaba a tiempo. Pero, ¿cómo hacer para que cada quien recibiera un poco de Giny? Para que sus tíos cumplieran el sueño de ser padres y ella pudiera seguir estando en la vida de esa niña que era más una hija que una hermana.




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