Volverás a mí

2

Cuando despertó, Jessica se sintió desubicada y le dolía todo el cuerpo, sobre todo la cabeza. Al principio no reconoció el lugar en el que se encontraba hasta que recordó que no estaba en casa, en su habitación, sino en el dormitorio en Auckland, al otro lado del mundo. Vio la hora: era casi medio día. Se levantó y al salir de la habitación todo estaba en silencio. Su hermano y Ian llevarían horas en la universidad. Salió de su habitación y bajó a la cocina a desayunar algo antes de pensar en hacer otra cosa.

Estaba terminando de bajar la escalera cuando de pronto escuchó que alguien insertaba la llave en la cerradura y un segundo después la puerta se abrió intempestivamente sin darle tiempo a Jessica de reaccionar. Ian había entrado, sin percatarse de que ella estaba ahí, de pie en el último escalón, sin moverse, y esperando que él se fuera tan rápido como había entrado para que no la viera. El muchacho se dirigió rápidamente a la mesita del comedor de donde tomó un libro que había olvidado. Tan rápido como había entrado, dio media vuelta con el libro en la mano dirigiéndose a paso veloz a la puerta y ahí de pronto fue cuando al fin los ojos de ambos muchachos se encontraron. Él la vio de pie en la escalera y supo de inmediato que Jess acababa de levantarse: se veía somnolienta y todavía llevaba puesta la pijama; el cabello lo tenía apenas recogido en un intento de coleta desacomodada y de la que se le habían escapado bastantes mechones de cabello que caían sobre su rostro. Tenía los ojos inflamados y ojeras oscuras los rodeaban. Al verse descubierta, Jessica ni siquiera intentó esconderse aunque tampoco supo qué hacer. Por unos segundos más ambos se quedaron en silencio, aumentando la tensión.

—¿Sabes dónde está el cereal?— preguntó Jessica de pronto tratando de no sonar nerviosa. Fue lo primero que le vino a la mente.

Ian no dijo nada, solo le señaló la caja que estaba sobre la barra de la cocina, a la vista desde la escalera y justo frente a donde Jessica estaba de pie. Ella solo sonrió a modo de agradecimiento, aunque en realidad era más por nervio y pena. El muchacho le sonrió brevemente y sin decir nada, como hasta entonces, salió de la casa y cerró la puerta tras de sí.

A penas vio que la puerta se había cerrado, Jess tomó una bocanada de aire, aliviada que al fin Ian se hubiera marchado.

—¡Qué oso!— gritó e inmediatamente subió al cuarto corriendo luego de pasar una de las mayores vergüenzas de su vida. En esas pintas en las que ni en su casa andaría un sábado, ¿qué estaría pensando Ian de ella? Se cambió, se lavó la cara y se recogió el cabello lo mejor que pudo. No quería arriesgarse a que Ian, o alguien más, entrara de nuevo y la viera en las mismas fachas.

Ian, que acababa de salir, se había quedado de pie tras la puerta después de cerrarla tratando de entender lo que había sucedido: la hermana de su amigo le acababa de pedir en pijama y con el peor peinado del mundo, pero con la mayor seguridad que hubiera visto en una mujer, dónde encontrar la caja de cereal que estaba justo frente a ella. Estaba apenas asimilando eso, cuando escuchó desde fuera los pasos acelerados subiendo la escalera y el grito de ‘¡Qué oso!’. No entendió el significado de esa expresión, pero se rió y luego siguió con su camino.

*

Eran alrededor de las cuatro de la tarde y ni Gabriel ni Ian habían llegado a un. Por una parte, Jess se sentía aliviada: todo el día había estado pensando en cómo podría ver al amigo de su hermano a la cara después del incidente de la mañana. Faltaban casi tres semanas antes de regresar a México y vivía en la misma casa, imposible evitar encontrarse con él.

Luego de arreglarse un poco, Jess buscó algo qué hacer en la casa. Pronto entendió lo que le había dicho Lauren la noche anterior, sobre que la casa de su hermano era una casa de niños. Ahora a plena luz del día Jess se daba cuenta que era verdad: la sala solo tenía un futón mullido y un puff como mobiliario; una pequeña mesa y un par de sillas plegables de plástico conformaban el comedor, y en la cocina solo estaba el refrigerador, bastante desprovisto de comida, y un microondas.

Luego del desayuno, que ya casi era comida, tomó un libro y se sentó en el futón. Gracias al cielo había traído un par de libros con ella para entretenerse. Había pensado que estaba de más traerlos; estando en un lugar tan maravilloso, ¿quién se querría quedar encerrado a leer? Pero sabiendo que su hermano aún estaría en clases y exámenes, entendía que no sería tan fácil salir de paseo, al menos no en esos primeros días.

Había pasado un buen rato leyendo cuando escuchó que abrían la puerta. Esperaba que fuera Gabriel, pero para su suerte quien entró era Ian y peor aún, llegaba solo.

—Hola— dijo Ian tímidamente.

—Hola— saludó Jess un poco nerviosa. —¿Y Gabriel?—

—Todavía tenía clases— explicó el muchacho —. Llegará a casa de Lauren. Me pidió que te preguntara si querías ir de una vez para allá—

—Sí, está bien— y dejando su libro de lado, se levantó del futón y salió de la casa junto con Ian.

En un principio la caminata fue de lo más incómoda: Ian iba adelante seguido por Jess quien trataba de mantenerle el paso. Ninguno de los dos pronunció palabra por un buen rato. Él no quería que la hermana de su amigo pensara que era un antipático, pero tampoco sabía qué decir. Obviamente, ninguno iba a sacar el tema de lo que había pasado en la mañana, su única interacción hasta entonces, y caminar en silencio hasta la casa de Lauren no era la opción más agradable, pero ¿qué más podían hacer? De pronto, Jessica se armó de valor y de fue ella quien rompió el silencio:




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.