Volverás a mí

3

Era temprano pero ya todos en casa estaban despiertos. Gabriel había sido el primero en levantarse y cuando Ian y Jessica bajaron, él ya se encontraba desayunando en la cocina. Luego de que ellos también tomaran un desayuno ligero, salieron de casa y se dirigieron en el auto rumbo a casa de Lauren. Un poco más tarde ya se encontraban de camino a Auckland.

Durante el trayecto se la pasaron platicando sobre la universidad, poniendo al tanto a Jessica de todo lo que había hecho su hermano durante su estancia en Nueva Zelanda: sobre los lugares a los que habían llevado a Gabriel a conocer, sobre una cita fallida con una amiga de Lauren y demás historias. Pero quien tenía las historias más divertidas sobre viajes, reuniones familiares o experiencias en la escuela, y que eran aun más graciosas por cómo las contaba, era Lauren, que ahora se encontraba de mucho mejor humor.

También platicaron sobre cómo se habían hecho amigos: Gabriel conoció a Lauren durante los eventos de la universidad para los estudiantes internacionales y se habían caído bien. Ella siempre estaba involucrada en todo tipo de actividades sociales: le encantaba organizarlas y participar en ellas. No por nada estudiaba relaciones internacionales. Ella le “presentó” a Ian aunque realmente él y Gabriel ya se habían conocido porque eran compañeros de la misma carrera de ingeniería, y aunque en un principio no congeniaron, no pasó mucho tiempo para que empezaran a llevarse bien y se volvieran compañeros de casa. Al poco tiempo se convirtieron en mejores amigos.

Entre risas e historias el trayecto se hizo bastante corto: había pasado alrededor de media hora y Jessica se dio cuenta de que ya habían llegado a Auckland. No mucho después ya se encontraban en el aeropuerto. Los cuatro muchachos bajaron del auto y acompañaron a Lauren al interior para despedirla.

—¿Todavía nos veremos?— preguntó Lauren.

—Es muy probable que si— dijo Gabriel.—Todavía tengo algunas cosas por hacer en la universidad antes de regresar a México, así que aun estaremos aquí cuando regreses.—

—Entonces no me despido del todo—dijo Lauren.—Disfruten mucho el viaje ¡Nos vemos en dos semanas!—

Ian fue el único que la acompañó hasta la sala de abordar y los hermanos se encontraron con Ian unos minutos después para dirigirse del aeropuerto rumbo al hotel. La mayor parte del trayecto Jessica se la pasó observando por la ventana; le parecía seguía pareciendo demasiado extraño que todo el tráfico y los sentidos de las calles estuvieran al revés; no terminaba de acostumbrarse. En un principio el camino le pareció casi igual a cualquier otro lugar alrededor de un aeropuerto, pero a medida que avanzaban y se acercaban a la ciudad el panorama empezó a hacerse mucho más interesante: las casas y negocios empezaban a hacerse más frecuentes. Hasta entonces, la carretera había ido por terrenos altos, y desde ahí arriba, donde aún se encontraban, se alcanzaba a reconocer el centro de Auckland. Poco a poco la calle empezó a descender y los altos edificios que habían visto a la distancia ahora se alzaban al frente y en cuestión de minutos se encontraron en medio de ellos. Los modernos edificios se entremezclaban con fachadas antiguas que tenían un aire colonial inglés; sin duda herencia británica. Por ratos avanzaban por calles tranquilas llenas de árboles, pero al avanzar un par de calles volvían a estar rodeados de las altas edificaciones de acero y cristal.

—¿Qué quieres almorzar, Jess?— preguntó Gabriel sacándola de sus pensamientos. —¿No extrañas ya la comida mexicana?—

—Solo ha estado aquí dos días, Gabriel, ni siquiera es tiempo suficiente como para extrañar la comida mexicana—dijo Ian. —¿O sí?— añadió dudando.

—¡Para nada!— afirmó Jessica —. Creo que es Gabriel el que ya extraña la comida mexicana. En lo personal me encantaría probar la comida de aquí, algo maorí, pero no tengo ni idea de qué podríamos almorzar .—

—Lo veo un poco difícil, Jess—dijo Gabriel. —En Auckland puedes encontrar comida de todo el mundo, pero comida kiwi, es bastante difícil. Qué lástima…tendremos que comer comida mexicana.— Gabriel se había salido con la suya.

No pasó mucho tiempo para que al fin llegaran a uno de los hoteles que se encontraban muy cerca del muelle y al mar. Los muchachos bajaron del auto y solo tomaron un momento para registrarse y dejar sus cosas, y sin perder más el tiempo salieron a caminar por la calle frente al mar. Anduvieron por un rato hasta llegar a una sección de la calle donde el piso estaba decorado con ladrillos naranjas y amarillos que creaban patrones geométricos a lo largo de todo el muelle. Continuaron caminando hasta llegar a una pequeña plaza donde había varios restaurantes con una hermosa vista al mar.

Sin tener que preguntarlo, Jessica de inmediato supo en qué lugar almorzarían: en medio de un restaurante italiano y un bistró, había un establecimiento donde la entrada estaba custodiada con grandes macetas de color rosa intenso y sobre la entrada colgaba un letrero con el nombre Frida en el mismo color rosa intenso de las macetas. Gabriel le explicó a su hermana que desde que había descubierto ese lugar, era a donde iba cada vez que sentía nostalgia por la comida mexicana. Casi siempre lo acompañaba Ian, quien se había vuelto fan de los chilaquiles verdes y no desaprovechaba la oportunidad para comerlos cuando estaban en Auckland. Esta vez tampoco fue la excepción.

Luego de almorzar, los chicos llevaron a Jessica a la Galería de Arte de Auckland. A ellos no les parecía del todo interesante; ninguno tenía muchas nociones de arte, pero sabían que a Jess le encantaría así que no les importó pasar ahí un par de horas. Ella estuvo encantada viendo los cuadros, encontrando similitudes con el arte de otros lugares y relacionando épocas y artistas. La exposición contemporánea fue la que más le gustó. Los muchachos por su parte se habían limitado  a seguirla por todas las salas de exhibición y esperarla sentados mientras platicaban de cuando en cuando. Cuando terminaron la visita al museo, decidieron ir a caminar un rato a Albert Park, un parque público, que quedaba justo a un costado del museo. Estuvieron ahí un rato tomando fotos entre los árboles y paseando en los jardines. Después de un rato de andar por los pequeños caminos llegaron al centro del parque donde estaba todo despejado de árboles y solo una fuente se alzaba al centro, dejando ver todos los edificios alrededor que contrastaban con aquella área verde en medio de la ciudad.




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