Volverás a mí

20

Ian apenas había podido conciliar el sueño. Había estado inquieto toda la noche ante la sola idea de saber que Jessica se encontraba ahí y que en los siguientes días tendría la oportunidad de estar junto a ella en Wanaka. Pero también las palabras de su papá rondaban en su cabeza y lo habían dejado intrigado. ¿En verdad Jessica estaba aquí para hacer su intercambio? Y de ser así, ¿por qué ella no le había dicho nada?

Para alivio de Ian, la mañana se pasó rápido y al fin llegó la hora de ir por los Jessica y Gabriel para almorzar, pero cuando llegaron por ellos y los vieron en el lobby se dieron cuenta de que tenían con ellos una maleta más grande de lo que habían anticipado además de un par de maletas más pequeñas. 

—No me esperaba que hubieran traído con ustedes tanto equipaje—dijo Howard sin ocultar su asombro—. Me temo que no habrá mucho espacio en la cajuela para todo.

—La verdad es que para ir a Wanaka no necesitamos más que las maletas pequeñas, pero no tenemos dónde dejar esta otra maleta.

—Si no la necesitan, pueden dejarla en la casa—sugirió Elaine —. Ya que regresen de Wanaka pueden pasar por ella.

Los muchachos aceptaron y de inmediato Gabriel e Ian empezaron a re-acomodar las maletas en la cajuela para hacer suficiente espacio para la maleta más grande.

—¿Así que tus papás tienen una casa en Auckland y tú te la pasaste rentando en la universidad?—preguntó curioso Gabriel mientras subían la maleta a la cajuela y ponían el resto del equipaje en orden.

—No, la compraron hace unos meses para ayudarme a ahorrar un poco en rentas mientras encuentro trabajo—explicó Ian —, pero obvio habría sido mucho más útil si lo hubieran hecho cuando vine a estudiar a la universidad. Por cierto, hay algo que me dijo mi papá, que le dijo Jessica, pero no sé si él se confundió o yo no le entendí bien. ¿Es cierto que ella vino a hacer aquí su intercambio?

Gabriel por un momento dudó y no supo qué responder, pero al final cedió.

—Supongo que si Jess le comentó algo a tu papá no tiene mucho sentido seguir guardando el secreto, pero sí, mi hermana vino a hacer su año de intercambio en Wellington. 

—¿Por qué no me dijo nada?— dijo Ian visiblemente dolido y molesto.

—Esa es en parte mi culpa—admitió Gabriel —. Parecía todo tan poco probable que le sugerí a Jess que no te dijera nada hasta que no hubiera algo concreto y evitarte la decepción antes de tiempo. Pero cuando todo se resolvió…

—¿Todo bien allá atrás? —preguntó el papá de Ian desde el auto interrumpiendo la conversación.

—Si, ya estamos por terminar—dijo Ian, mientras cerraba la cajuela y subía al auto, seguido por Gabriel.

 

Durante el trayecto Ian no comentó nada y apenas prestó atención a la conversación. Estaba tratando de entender por qué Jessica no le había dicho nada y era difícil hacerlo, aún más cuando la tenía ahí a un lado actuando tan normal como si no se tratara de nada importante. Para su alivio, no tardaron demasiado en llegar a la casa y para no perder demasiado tiempo, nuevamente sólo Ian y Gabriel bajaron para llevar la maleta al interior de la casa.

—Escucha, Ian: sé que estás molesto con Jess por no decirte nada—dijo Gabriel retomando la conversación y habiendo notado que su amigo no se encontraba en el mejor humor—. No sé por qué no lo hizo. Sólo te pido que consideres lo difícil que fue para ella conseguir venir hasta aquí; fui testigo de ello.

—No habría sido tan difícil si me lo hubiera dicho—dijo Ian en tono serio —. Yo habría podido ayudarle con los trámites estando aquí.

—Lo sé, pero no fue nada más cosa del papeleo en la universidad, ni siquiera con lo de migración: el verdadero lío fue con su escuela, los convenios con las universidades, y sobre todo convencer a mamá—dijo Gabriel—. Mira, no quiero justificar a mi hermana, pero debes saber que si ella estuvo dispuesta a hacer todo eso, no fue precisamente por un interés académico en la universidad, fue todo por ti.

Haciéndole caso a su amigo, Ian respiró profundamente y decidió no darle más vueltas al asunto hasta no tener oportunidad de hablar y aclarar todo con Jessica.

—No entiendo por qué batallaron tanto para convencer a tu mamá… —dijo Ian riendo en un tono un poco más relajado —. Y hablando de papás, espero que los míos no hayan sido muy insistentes para hacerlos venir a Wanaka con nosotros—dijo Ian.

 —Al contrario, espero que no se hayan sentido obligados a invitarnos—dijo Gabriel.

—Nada de eso. Les caiste muy bien desde que viniste la primera vez, y creo que también Jess les está cayendo bien. 

Dejaron rápidamente la maleta en uno de los cuartos, recordando que afuera los esperaban y tan pronto cerraron la puerta, corrieron de nuevo al auto. Los papás de Ian habían elegido para almorzar un restaurante que se encontraba cerca de la bahía de Auckland, en una área distinta a la que Jessica había conocido la primera vez y mucho más sofisticado. Luego de almorzar fueron a caminar a un parque cercano, el Memorial de Michael Joseph Savage, y cuando al fin llegó la hora se dirigieron al aeropuerto. Fue un vuelo de casi 5 horas desde Auckland a Wanaka, pero no tuvieron ningún contratiempo, sin embargo para Jessica fue casi una tortura: el avión que habían tomado era de los más pequeños y ni siquiera iba a su máxima capacidad, haciendo que cualquier turbulencia y movimiento se percibiera aún más que en un avión de tamaño regular. Y aunque durante todo el vuelo, Jessica prefirió ir escuchando música, cuando estaban cerca de su destino Gabriel le indicó que mirara por su ventana: en el horizonte se alzaba toda una cadena de montañas, algunas con indicios de nieve en sus cumbres, que se alzaban sobre toda una planicie donde se podía observar de un río corriendo serpenteante que daba destellos con la luz del sol.

El aeropuerto era muy pequeño, tanto que parecía ser casi un hangar privado y se encontraba en medio de la planicie que habían visto desde el aire. Estaba atardeciendo cuando aterrizaron en la Isla Sur y un aire frío soplaba; en este hemisferio del mundo, el invierno estaba por empezar. Apenas habían entrado a la pequeña terminal cuando el papá de Ian les indicó que ya su auto los estaba esperando para llevarlos a casa de los McIntyre. Para agrado de Jessica el trayecto. Era una ciudad muy pequeña, todo desde donde el atardecer 




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