Volverás a mí

30

Ian ya no sabía qué era lo que lo hacía sentir peor: el hecho de que Jessica lo hubiera llamado por otro nombre o haberla dejado de aquella manera en el aeropuerto. Debió haberse quedado a aclarar las cosas con su novia y no retirarse como lo había hecho, pero aquello le había caído como balde de agua fría. Ahora no había mucho que pudiera hacer, o al menos no en las siguientes dos horas en las que Jessica estaría en el avión y llegara hasta el departamento. Aun así ¿qué le diría? ¿Tenía que disculparse cuando era Jessica quien había desatado todo este caos? ¿Qué debía hacer?

Su cabeza era una maraña de confusión y lo único que se le ocurrió hacer fue llamar a Edwina. Y eso hizo. Tomó su teléfono y marcó.

—¿Hola?—se escuchó al otro lado la voz de Edwina.

—Hola, Edwina—dijo Ian sin poder ocultar el pesar en su voz —¿Estás en casa?—

—Sí, ¿todo bien?—preguntó Edwina con preocupación al escuchar el tono extraño en la voz de su amigo.

—Sí, es sólo que acaba de pasar algo con Jess y no sé qué hacer

—¿Está bien Jess?—dijo preocupada Edwina.

—Sí, ella está bien, ya debió haber abordado el avión. No ha pasado nada grave—dijo Ian calmando a la muchacha al otro lado del teléfono—. Es sólo que…al estarnos despidiendo me llamó “Dan”.

Edwina no dijo nada pero se llevó la mano a la frente.

—Ay, Ian…No sé ni qué decirte—dijo Edwina imaginando cómo se sentía él —¿Y luego de eso, qué le dijiste o qué te dijo Jess?—

—Nada, no le di tiempo. Me subí al auto y me fui de ahí—dijo Ian sincerándose —. Para empezar, ¿quién es “Dan”? ¿Tú sabes?

—Sí, debe ser Daniel Bentley, su jefe en el Ministerio. Que yo sepa, él es la única persona que Jess conoce que se llama así—dijo Edwina sin saber si estaba siendo imprudente al darle esa información.

—Tienes razón…—dijo Ian recordando —. Es el colmo conmigo: intenté que estos días ella se olvidara de todo, de su compromisos, de responsabilidades, y aún así, parece que sigue con la cabeza en su trabajo y en…—ni siquiera se atrevió a volver a mencionar el nombre.

—Mira, tienes toda razón en estar molesto—dijo Edwina —, pero probablemente sólo estaba preocupada por su trabajo. Antes de su viaje estaba muy nerviosa por haber dejado todo bien hecho en la oficina. A lo mejor seguía con esa preocupación. Y hasta cierto punto es entendible que Jess se haya confundido de nombres. Digo, pasa la mayor parte del día con trabajando con él y lo ve diario, y hasta este fin de semana, ustedes no se habían visto en un buen rato…

—Eso es algo que me empieza a preocupar, que Jess está pasando demasiado tiempo con él.

—¿Y qué esperabas, Ian?—interrumpió Edwina riendo —. El trabajo que está haciendo es bastante demandante: es un puesto en un Ministerio; por eso necesitaban a alguien responsable y comprometido con lo que iba a hacer. Jess está cumpliendo con su trabajo y su jefe le tiene mucha confianza en todo. Y no sólo él, todo el equipo con el que está trabajando está muy contento con ella.

—Lo sé…lo peor es que lo sé—dijo Ian reprochándose —. Es sólo que a veces me gustaría que no fuera así de dedicada con las cosas. Creo que no me preocuparía tanto si por lo menos supiera que le cae mal a Jess o algo así. Sería diferente.

—Bueno, que se lleven bien no quiere decir nada—dijo Edwina —. Además, Daniel es muy agradable y todo, pero es un workaholic de primera. Yo no me preocuparía: al hombre le llaman más la atención un montón de figuritas recién excavadas en Cusco que...

—¿Lo conoces? —interrumpió Ian sin ocultar su asombro.

—Sí…—dijo metódicamente Edwina —. Jess me lo presentó un día que fui por ella y nos invitó a ver los avances de la exposición. Estuvimos platicando un buen rato y me cayó bien. De hecho estuvimos platicando sobre Rippon y se interesó en…

—Ah, ahora entiendo por qué estás justificando a tu amiga y de paso a él—dijo Ian con un tono evidentemente molesto.

—Ay, por favor, Ian. Daniel podría ser el sobrino favorito del arzobispo y aun así lo verías mal— dijo Edwina —Además, él me cayó bien, pero sabes que a ti te quiero más.

Ian no dijo nada por un minuto; Edwina sabía que decirle eso siempre funcionaba para hacerlo sentir mejor. Así había sido siempre y era su forma de animar, aunque fuera un poco, a quien era prácticamente su otro hermano mayor.

—No tengo ni idea de qué hacer, Edwina—dijo Ian abatido—. Hasta se me pasó por la cabeza decirle a Jessica que se salga de las prácticas.

—¿Estás hablando en serio?—dijo Edwina sorprendida —¿Qué crees que Jess diría?

—No sé...No lo sé. Es lo primero que se me ocurrió, aunque no sé si se lo propondría. En este momento, de verdad que no se me ocurre qué hacer con nada. Nada sensato, por lo menos—dijo Ian abatido.

—Mira, esto es algo que tienen que aclarar entre los dos, pero antes necesitas despabilarte. Jess no llegará hasta dentro de una hora y media más o menos, así que en este rato tú te irás a relajar y yo hablaré con ella cuando llegue. Te avisaré en cuanto sea conveniente que platiquen, ¿está bien?

—Está bien—dijo Ian —. Espero tu llamada. Gracias, Edwina.

Edwina colgó el teléfono y dio un profundo suspiro. Hacía algún tiempo que no escuchaba así de preocupado y desesperado a Ian. Evidentemente le preocupaba que Jessica estuviera empezando a ver a Daniel con otros ojos. Pero le faltaba escuchar la versión de Jessicaa sobre el incidente, ya que por lo que le había contado Ian, ni siquiera le había dado tiempo de reaccionar. Edwina honestamente pensaba que había sido un error sin tanta importancia y esperaba que se pudieran aclarar las cosas entre sus amigos. Sólo rogaba porque esta vez Ian pudiera controlar ese temperamento que de vez en cuando salía a relucir y no terminara ahuyentando a una persona querida, como había sucedido algunos años antes.

*

Jessica llegó a la casa sintiéndose totalmente desanimada. Ese fin de semana se suponía que debía ser lo mejor y ella lo había arruinado todo al último momento. ¿Cómo era que se le había cruzado el nombre de Daniel por la cabeza? Ya no importaba; el daño ya estaba hecho, pero quería repararlo, aunque no se sentía en condiciones de pensar en nada. Lo único que quería hacer era llegar a dormir y olvidarse de todo por un rato.




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