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Parecía que había pasado toda una eternidad desde la última vez que habían estado en Wanaka. No habían sido ni cinco meses desde que Jessica había estado ahí por primera vez con Ian, pero a ella le parecía que todo aquello había sucedido en otra vida.

Por fortuna, con todo lo que las dos chicas tenían que hacer para preparar todo para el proyecto en el viñedo no tenían demasiado tiempo para la nostalgia. En cuanto llegaron al aeropuerto se dirigieron a Rippon para empezar los preparativos para el proyecto de Edwina: ella no quería hacer una simple cata de vinos, donde los visitantes probaban una o dos botellas sólo por el hecho de beberlas sin más profundidad. Lo que ella quería era enseñar de verdad qué había detrás de todo el proceso y que la gente se pudiera involucrar, aunque fuera por un par de horas, en todo aquel arte que ella tanto amaba. Y así lo hizo.

Nick Mills, el propietario del viñedo y que conocía a Edwina, le había dado toda la libertad de usar la propiedad para su proyecto, a excepción de las bodegas donde se almacenaban las barricas, por seguridad. Jessica y Edwina entonces estuvieron todo el día diseñando el recorrido, qué actividades se harían en cada uno de los puntos en los que se detendrían y preparando todo lo necesario para lo que habían pensado.

Edwina había pensado en que sería una buena idea hacer una actividad de “vino y arte”, donde usaran vino para pintar además de ver, en una forma un poco más tangible y práctica precismente todo lo que ella hubiera explicado antes sobre los tintes de cada uno de los vinos y otros conceptos que probablemente serían un poco difíciles de ver en un recorrido tan corto. Jessica se encargó del resto. Preparó el papel de algodón, los pinceles, varios tipos de vino con los que pintarían y una ilustración no muy compleja para que todos pudieran hacer su propio dibujo.

De regreso en la casa de la familia de Edwina, empezaron a preparar todo lo que iban a necesitar para los bocadillos que habían planeado, casi todo incluyendo uvas, vinos y hojas de parra. La mamá de Edwina, Caroline,  también empezó a ayudarles a dejar todo listo para preparar todo para la mañana siguiente. Por alguna razón, cuando las chicas les contaron a la hora de la cena todo lo que planeaban hacer, se entusiasmó y no dudó en ofrecerles ayuda tanto para preparar aquellos bocadillos, como para llevarlas hasta el viñedo al día siguiente y continuar apoyándolas con el acomodo y la organización. Edwina se sorprendió bastante ante la solicitud de su mamá, pero le agradó saber que al fin ella se interesaba en su proyecto; tal vez era porque no lo estaba presentando como simplemente ir a dar la vuelta por la tierra y los cultivos, sino como algo un poco más trabajado.  

La mañana siguiente fue todo  un caos en la casa Alexander. Edwina y Jessica estaban completamente nerviosas porque no sabían con qué se encontrarían en el viñedo. Edwina se había encargado de proponer la idea a los Mills, los dueños del viñedo, y el equipo de Rippon se encargó de lanzar la invitación. Así que ellas no sabían más que sería un grupo de 25 personas al que se había limitado ese tour y taller, pero no tenían ni idea de cuántas personas de verdad asistirían.

Cuando todo estuvo listo, Caroline, Edwina y Jessica se subieron a la camioneta y se dirigieron al viñedo, donde empezaron a poner todo en su lugar. La mamá de Edwina era bastante hábil en darle un toque especial a los arreglos de las mesas, así que dejaron que ella se encargara de todo eso, y de recibir a los asistentes al taller. Les sorprendió ver que el grupo de 25 estaba completo y que ninguno había faltado. Y entonces, empezó todo.

Edwina empezó por llevarlos al viñedo, a explicarles todo sobre la tierra, todo lo que se necesitaba para obtener una buena uva y con la calidad necesaria para empezar el proceso del vino. Jessica había ido junto con ellos, más que por tener algo qué hacer, porque era el apoyo moral de Edwina y también iba a ayudarle como apuntador, por si algo llegaba a olvidársele o si de pronto la emoción de estar ahí, en su lugar favorito, la hacía empezar a hablar de demasiados tecnicismos.

—Es la propia vid la que marca los tiempos—explicaba Edwina mientras caminaba en el viñedo, con todos escuchándola atentamente —: su altura, su ondulación e incluso su fragancia harán saber el momento en el que la uva ha alcanzado la madurez. A veces se espera también hasta que la luna esté en cuarto menguante, porque se piensa que el fruto estará entonces más blando y dulce. O si llueve antes, se retrasa la recogida hasta que los racimos vuelvan a llenarse de pruina, ese polvo blanco que los envuelve, porque con él se acelera después la fermentación.

Si no se acierta con el momento, el vino resultará a la larga de peor calidad. Si la vendimia se hace antes de tiempo, los caldos saldrán flojos; si se atina bien, serán gruesos y fuertes.

Jessica no podía evitar sentirse una neófita total en aquel ambiente en el que Edwina parecía desenvolverse tan fácilmente. En la voz de su amiga había conocimiento, adquirido sin duda por pasar tantos años en aquel lugar.

Caminaron entre la viña, observaron las uvas, conocieron el proceso general de fermentación y probaron algunos de los vinos que se producían en Rippon.

La “estación de arte” fue la que planearon para el final, cuando ya todos estuvieran agotados por estar en el sol. Lo pensaron como una forma de relajarse y de tomar el descanso mientras continuaban aprendiendo más sobre todo aquel mundo. Cuando Jessica preparó aquella actividad, tuvo mucha guía de Edwina, quien le indicó cómo cada vino tenía un color y cómo la exposición a la luz podía afectar la calidad del producto final, entre otras cosas. Sin embargo, pintando con el vino éste, después de un tiempo podría cambiar de color sobre el papel lo cual le daría a las pinturas otro toque, además de que los diversos colores de distintos vinos, los aprovecharían para hacer toda una paleta de colores. Y todo eso que había aprendido con Edwina era lo que ahora estaba transmiténdoles a sus “alumnos”.