Volverás a mí

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Eran apenas 24 horas las que separaban a la Jessica practicante prodigio del Ministerio de Cultura de Nueva Zelanda de la Jessica que solamente era una estudiante de intercambio que acaba regresar a su país, como muchos otros chicos por esa misma época. Mientras avanzaba por los pasillos del aeropuerto de Querétaro alcanzaba a ver de vez en cuando de reojo su reflejo en algunos ventanales; no le parecía que nada hubiera cambiado en ella, sin embargo se sentía diferente.

Llegó al fin a la salida, donde de inmediato pudo ver a Gabriel, su hermano mayor, quien ya la esperaba sonriente, contento de tener a su hermana de regreso. El abrazo fue grande. Las preguntas de ambos surgían a borbotones. Cómo, dónde, cuándo. Salieron de la terminal y de inmediato subieron al auto dirigiéndose a casa de su abuela.

Habían pasado apenas 7 meses desde que Jessica emprendiera su viaje a Wellington, pero en este lado del mundo habían cambiado demasiadas cosas en ese corto tiempo: para empezar, casi desde que Jess se había ido, su mamá se había ido a vivir a Querétaro para cuidar a la abuela, cuya salud parecía haberse deteriorado. Gabriel la siguió un poco después: consiguió un trabajo en la ciuidad y se había ido a vivir allá y aunque él o Cecilia regresaban de vez en cuando a la ciudad, la casa en Puebla estaba deshabitada.

Como Jessica llegaría apenas en tiempo para las festividades de Navidad y Año Nuevo, decidieron que llegara a Querétaro, donde toda la familia estaría reunida, y después ella se iría de nuevo a Puebla, antes de iniciar el nuevo semestre en la universidad.

—Parece un sueño que ya estés de regreso—dijo Gabriel mientras conducía a casa —. No puedo creer que ya haya pasado casi medio año desde que te dejé en Wellington.

—Yo tampoco lo creo—dijo Jessica —. A veces siento que fue más tiempo y otras veces que ni siquiera pasó…será el jet lag.

—Si lo sientes así y sólo te fuiste un semestre, imagínate si hubieras decidido quedarte el año completo—dijo Gabriel —Lamento que no hayas tenido más tiempo para disfrutarlo, lamento que haya terminado todo tan rápido.

Jessica no respondió a eso. Sabía perfectamente a qué se refería su hermano cuando decía “todo”: no era sólo la experiencia del semestre en un país lejano, o no haber podido conocer el país del todo, también se refería a Ian, aunque no lo mencionara.

—Fue lo mejor, Gabo. Si me hubiera quedado más tiempo, a lo mejor me hubiera costado todavía más trabajo regresar—dijo Jessica volviendo la mirada hacia la ventana mientras avanzaban rápidamente por una de las avenidas —. Siento como si una parte mía se hubiera quedado allá, no siento todavía que esté aquí del todo.

El resto del trayecto a la casa lo pasaron en silencio; Gabriel entendía que ese no era el tema del que quisiera hablar su hermana y él no sabía cómo abordar del todo la situación. Ya tendrían tiempo después.

Cuando llegaron a casa, Cecilia la recibió efusiva y la abrazó mientras trataba de contener las lágrimas. Toda su familia ya estaba ahí reunida en la casa de la abuela y tal como había sucedido con Gabriel cuando regresó de su intercambio, ahora era Jessica quien estaba contestando todas las preguntas de sus familiares, todos curiosos y entusiasmados por escuchar lo que ella había hecho durante su estancia en Nueva Zelanda. Aunque en un principio parecían entristecidos por saber que no había salido demasiado de Wellington, el ánimo les volvió cuando les contó sobre la exposición en la que había ayudado en el Ministerio y Te Papa, y sobre el proyecto de Edwina en Wanaka y el viñedo.

Los días festivos llegaron y poco a poco Jessica empezó a asimilar que estaba de regreso en casa. En todo ese tiempo que había estado en Querétaro no había recibido ningún mensaje de nadie de Nueva Zelanda, a excepción de Edwina y también eran escasos. Los horarios no eran de demasiada ayuda. De Daniel no había tenido noticias y empezaba a hacerse a la idea de que aquello de verdad había sido un amor de verano, austral, y nada más, aunque Jessica tampoco había hecho nada por buscarlo. De Ian tampoco tenía noticias. Estaba segura que Gabriel sabía de él, pero si tenía información no se lo dijo y ella tampoco preguntó.

Llegó también un nuevo año y con ello las conversaciones serias sobre el futuro. Cecilia, Gabriel y Jessica se sentaron una tarde en el jardín para decidir qué harían en los siguientes meses y los planes posibles para el futuro cercano.

—Abuelita está mejorando, pero ya no puede estar ella sola—dijo Cecilia —.Con todos los cuidados que necesita, aun con la ayuda de tía Mayte y tía Bertha, veo improbable que yo regrese a Puebla permanentemente.

—Yo tengo ya un trabajo estable aquí y tampoco es probable que regrese, al menos no en los próximos tres años—dijo Gabriel —. Si hasta ahora no hemos vendido la casa es porque no ha habido necesidad de comprar una casa propia aquí; la casa de abuelita es bastante grande, gracias al cielo. Sin embargo si tu decides que no te quedarás en Puebla, no tendrá mucho caso conservarla—agregó dirigiéndose a su hermana.

—¿Querrás regresar a Nueva Zelanda?—preguntó Cecilia, acongojada aun sin haber escuchado la respuesta de su hija—Dejaste muy buenas referencias con tu jefe, él seguramente te ayudaría a encontrar algún trabajo fácilmente, si no en la Secretaría de Cultura —dijo confundiendo el nombre—seguramente en algún otro lugar.

—Es una posibilidad, mamá—dijo Jessica sabiendo que a su mamá le pesaría si ella se fuera tan lejos —. Pero eso dependerá de qué tan pronto termine la universidad; me faltan un par de materias y en cuanto a lo de mis prácticas ya las adelanté. Aún así no me siento todavía segura de saber qué quiero hacer luego de graduarme ¿Les parece si esperamos un año antes de decidir definitivamente qué hacer con la casa?

—Claro que si, no hay ninguna prisa por decidir nada aún—dijo Cecilia —, pero era importante que supieras que estamos considerando eso y tener tu opinión al respecto; finalmente, esa casa es el patrimonio de ustedes dos.




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