Ian y Jessica se encontraron sentados en una de las mesas exteriores en el patio de Ítaca. Aunque era un mes todavía y ambos venían de un verano austral, a ninguno de los dos les molestó estar a fuera, con el viento frío en los rostros. Por un momento les pareció a ambos como si hubieran regresado en el tiempo y nada de lo que habían vivido en Wellington hubiera sucedido: nada de Te Papa, nada de Wanaka, nada de peleas ni disgustos... Era como si de pronto se encontraran en uno de esos días años atrás, cuando salían de la universidad, y Gabriel se iba a sus prácticas dejándolos a ellos con todo el tiempo del mundo para convivir. La caminata hasta el restaurante había sido un poco incómoda; no hablaron en ningún momento, pero se limitaban a sonreírse de vez en cuando al estar cruzando las calles, cuando se percataban que un auto estaba por pasar o simplemente al girarse y ver que ambos mantenían el mismo ritmo al andar. Definitivamente era como los primeros días en los que se habían conocido, cuando las cosas eran mucho más sencillas.
El silencio continuó mientras esperaban a que llegaran sus bebidas y la comida que habían pedido. De pronto alguno de los dos comentaba algo trivial, sobre el clima, sobre el lugar, sobre cualquier cosa evidente, pero luego de cruzar un par de frases, el silencio volvia a adueñarse de todo. Jessica tenía la curiosidad y la inquietud de saber cómo era que Ian estaba ahí. Sabía que si lo preguntaba probablemente llegarían al tema de su relación y sobre todo de su ruptura y era un tema del que tampoco quería hablar, sin embargo era algo que debía saber, y al fin se armó de valor y soltó la pregunta que le había estado dando vueltas en la cabeza desde hacía dos semanas:
—¿Qué es lo que viniste a hacer aquí?—preguntó Jessica sin rodeos y sin preámbulos; ya había tenido suficiente de la plática superficial.
—Necesitaba despejar mi mente, pensar…resolver algunos asuntos inconclusos—dijo Ian con la misma franqueza—. Me pareció que ahora, sin las responsabilidades en el trabajo, sería la oportunidad perfecta para hacerlo—continuó diciendo Ian.
—¿Cómo que no tienes responsabilidades en el trabajo? ¿Estás de vacaciones?—preguntó Jessica un tanto confundida.
—No, de hecho mi contrato terminó hace algunas semanas y no lo renovaron. Tampoco había posiciones permanentes en la empresa, así que me dejaron ir.
—Siento escucharlo—dijo Jessica lamentándolo verdaderamente.
—Gracias, pero no te preocupes. Desde el principio estuve consciente de que era un trabajo temporal, nunca hubo seguridad de nada, aunque por un momento creo que si me hacía ilusión poder quedarme permanentemente.
—¿Y ya estás buscando algo nuevo o considerando ofertas?—preguntó Jessica; no lo dijo, pero le daba curiosidad saber si por casualidad no había sido Gabriel quien lo habría llamado con alguna oportunidad en la empresa donde él trabajaba en Querétaro.
—Por ahora no. Me estoy tomando un tiempo para descansar: desde que salí de la universidad no he parado y no sé cuándo volveré a tener una oportunidad como esta para darme un respiro antes de regresar al ruedo. Cuando terminó mi contrato me quedé un par de semanas en Auckland y luego regresé a Wanaka y de ahí vine a México: tenía muchas ganas de regresar—dijo Ian observando todo a su alrededor —. No pensé que fuera a volver a ver este lugar.
—Yo me sentía igual cuando fui a Nueva Zelanda la primera vez, pensé que tendría que pasra mucho tiempo para estar de regreso—dijo Jessica —, y mira: terminé viviendo ahí casi ocho meses.
—Ojalá puedas regresar, ya sea que decidas ir sólo de visita o…quedarte—dijo Ian.
—Ojalá…—suspiró Jessica —En este momento todo está tan que dudo
—¿Por qué lo dices? ¿Qué sucedió?—se atrevió a preguntar Ian.
Como respuesta sólo obtuvo una mirada desbordante de ansiedad. Jessica estaba en verdad mortificada e Ian lo notó. Jessica dudó en decirle: todo lo de las prácticas, finalmente, tenía que ver con todo lo que había sucedió entre ellos y no quería, de momento, hablar del tema. Ya era suficiente con toda la preocupación que tenía con respecto a lo de sus prácticas como para empezar a hablar de otro tema tan pesado. Súbitamente, de algún sitio recóndito e impreciso, a Ian le surgieron unas ganas incontenibles de abrazarla contra su pecho. “Sea lo que sea, Jess, todo va a estar bien” quiso decirle.
—Es un problema con mis prácticas—cedió al fin Jessica —. No quieren aceptarlas como validas por varias razones y ahora tengo a penas un par de semanas para convencer al comité académico de que
—Y si rechazan tu solicitud, ¿qué pasaría?—preguntó Ian imaginándose y temiendo la respuesta.
—Tendría que repetir las prácticas aquí en México, y en todo caso lo tendría que hacer hasta el próximo semestre: el registro para las prácticas se termina también en casi dos semanas, así que si no me aprueban pronto, mi próximo semestre estaré solamente llevando prácticas y pagando un semestre en el que no tengo clases…y atrasándome un semestre para graduarme.
—Ay, Jess, esto es mi culpa—dijo Ian con pesar—. Yo te presioné a todo eso y ahora te metí en un lío enorme.
—No, no lo decía por eso, Ian…por eso no te quería contar. Al final fui yo quien tomó la decisión de hacer las prácticas allá, aún con las advertencias de mi director. Esto es mi responsabilidad.
—¿Hay algo que se pueda hacer?
—Mi director de carrera ya me dijo cómo podría solicitar al comité que reconsidere, pero son tantas cosas que dudo que lo pueda tener todo a tiempo.
—Lo lograrás, ya lo verás— dijo Ian mientras le daba unas palmaditas de ánimo en el dorso de la mano—. Lograste hacer aquel proyecto para Gabriel en menos de 24 horas, ¿recuerdas?