—¡Eres una tonta, Jessica Albarrán!—se reprochó mientras se preparaba para dormir. —Ahí estaba Ian, abriéndote su corazón y tú lo único que tenías para decirle era que sigues teniendo dudas. ¿De verdad?—
Sabía que era necesario ser prudente pero por momentos sentía que ya la prudencia empezaba a sonar como excusa porque sabía que ella quería estar con Ian, pero tampoco quería hacerlo solamente por un deseo generado sólo por un sentimiento del momento. No quería prometerle cosas cuando todavía no se sentía segura de nada y no lo iba a hacer esperar para al final ilusionarlo y decirle que no.
Durante los días que siguieron, Jessica no tuvo noticias de Ian. Tuvo la tentación de enviarle un mensaje para saber si se encontraba bien, pero no se atrevió a presionar el botón de “Enviar”. No quería enviar un mensaje genérico y hacerle pensar a Ian que ella ya tenía una respuesta para él e ilusionarlo con tenerle la respuesta que él esperaba. Pensó que sería mucho mejor hablar con Ian hasta tener noticias de su decano (aunque era demasiado pronto como para saber la decisión del consejo), pero por lo menos en ese momento sabría qué le esperaba para el año siguiente.
Los siguientes días pasaron normalmente, yendo a la universidad, comiendo en Ítaca, donde a veces esperaba encontrarse con Ian (cosa que no sucedió), regresando a casa y avanzando en las tareas. Era ya tarde, casi media noche, cuando estaba terminando de hacer el avance de un proyecto cuando al mismo tiempo vio que tenía una notificación en su correo, la cual dejó pendiente por atender una llamada entrante en su teléfono.
—¡Hola, Jess! ¿Cómo va todo?—esuchó Jessica al otro lado.
—¡Edwina! ¡Qué gusto escucharte!—dijo Jessica sin ocultar su felicidad al oir de nuevo a su amiga —He tenido la intención de llamarte, pero han sido unas semanas bastante atareadas.
—¿Muchas tareas y exámenes?—preguntó Edwina fingiendo no saber nada del asunto.
—Ojalá hubiera sido por eso—respondió Jessica —. Tuve un problema con mis prácticas, no las quieren aceptar como válidas. Ya estoy intentando resolverlo.
—Espero que todo salga bien con eso—deseó Edwina —. Y espero que la presencia de una cierta persona ahí no te haya distraído demasiado de todos tus pendientes.
—¿Desde cuándo sabes que está aquí?—preguntó Jessica.
—Desde antes que comprara el boleto para ir a México. Me sorprendió que no me llamaras para poner el grito en el cielo.
—Y a mi me sorprende que no me hayas dicho nada. Al menos así podría haber estado advertida y así no habría estado ahí parada como una mensa el día que nos encontramos.
—Perdóname, es sólo que Ian me pidió que no lo hiciera; para empezar, él no estaba seguro de si te iría a buscar y definitivamente no tenía planeado nada de lo que te diría o haría si decidía ir a buscarte.
—De hecho no me dijo demasiado esa vez—dijo Jessica sonriendo al recordar el encuentro tan torpe en el museo —. Pero creo que de entonces para acá ya mejoramos.
—¿Entonces han seguido en contacto? ¿Arreglaron ya las cosas entre ustedes?—preguntó entusiasmada Edwina.
—Algo así…—dijo Jessica —. Cuando empezó todo este lío de mis prácticas él estuvo al pendiente de mí, me ayudó bastante en estos días en los que no tenía cabeza para otra cosa. Me ha estado haciendo compañía y asegurándose de que no me preocupe de más. Me ha cuidado mucho, si te soy sincera.
—Bueno, su propósito al ir a buscarte era precisamente arreglar las cosas contigo; era lo menos que podía hacer, para empezar, después de todo lo que pasó. Aunque, si me pides mi opinión, creo que ocupará un poquito más que eso si de verdad quiere recuperarte.
—Eso es lo que me preocupa, Edwina: hace unos días me dijo que no quiere separarse de mi otra vez.
—Lo dices como si fuera algo malo—dijo Edwina con algo de preocupación.
—No malo, pero en este momento ninguno de los dos estamos en condiciones de decidir nada sobre lo nuestro: él no puede quedarse aquí porque en algún momento expirará su visa, y yo no sé ni qué va a pasar con mi vida (otra vez). Si me dicen que tengo que repetir mis prácticas, no puedo hacer que Ian me espere todo ese tiempo. No podríamos estar juntos hasta que no pase, por lo menos, un año. Y en un año pueden pasar mil cosas.
—¿Entonces para ti tener una relación a distancia no sería una opción?
—Ay, Edwina, si no funcionó cuando sólo estábamos a 8 horas de distancia, ¿crees que funcionaría si ponemos medio mundo de por medio?
—A lo mejor necesitaban más que sólo 8 horas. Podría funcionar esta vez—dijo Edwina con ese tono travieso haciendo reír a Jessica.
—En todo caso, preferiría planteárselo cuando sepa si aceptarán mis prácticas como válidas o no—dijo Jessica—. Por lo menos podrá darse una idea del terreno en el que esta parado conmigo. Pero para eso falta, de menos, una semana.
—¿Y no hay forma de que decidas algo aun sin ese veredicto? Sé que dijiste que en un año pueden pasar mil cosas, pero también bastan un par de días, incluso menos, para poner toda una vida de cabeza. Y en este caso yo creo que será mejor si se lo dices antes de qué él se vaya.
—Si, lo he pensado. He tenido la tentación de decirle que sólo me tenga paciencia, antes de pensar siquiera en qué situación nos encontramos. Te prometo que mañana me pondré en contacto con él.
—No, Jess, no me entendiste, o mejor dicho yo no me explique: tienes que decírselo ya, no tienes más tiempo. Tienes que decírselo antes de que él se vaya, lo cual será en unas cuantas horas.
—¿Qué quieres decir?—dijo preocupada Jessica.
—Ian regresa a Auckland en un par de horas—informó Edwina —Me dijo que tomará un autobús a la Ciudad de México y de ahí el avión para acá—
—¡Edwina, por qué no empezaste por ahí!—dijo exasperada Jessica.
—¡Porque pensé que lo sabías o por lo menos que ustedes ya habían dejado las cosas más claras antes de que él partiera! Escucha, por ahora no te apresures demasiado, todavía tienes algo de tiempo: me dijo que saldría a las 3 AM, no recuerdo si el autobús salía a esa hora o si a esa hora saldría del hotel. El caso es que tienes todavía oportunidad de pensar en lo que le vas a decir.