Volveré, pero tal vez en otra vida

02

Que parezca que no hay nadie desde ayer, 

que la puerta esté sellada a la pared...

 

Durante el camino fuimos en silencio. Al menos en la escuela habíamos tenido un pequeño avance, en la mañana, sin querer, nos dimos los buenos días al mismo tiempo y en la hora del almuerzo Jeremy y tú se sentaron en nuestra mesa. Jos y él hablaban y se coqueteaban, tú y yo solo compartíamos pequeñas miradas, de vez en cuando nos daban risa ciertas cosas que decían nuestros mejores amigos.

Desde que subimos al camión, iba un poco nerviosa. No porque me incomodara tu compañía, eran más nervios de emoción. No podía explicarlo, así como tampoco el hecho de que durante nuestra única clase juntos te mire varias veces de reojo. No podía evitarlo, intentaba dejar de buscar una mirada por parte tuya, pero me llamabas mucho la atención. Había todo un misterio debajo de tu capucha, mi lado chismoso quería conocerlo.

─Y… esta es mi casa, aquí he vivido con mi abuela casi toda mi vida.

Desde el pequeño centímetro que abrí la puerta, nos llegó el aroma de las albóndigas enchipotladas. Cuando la abuela decía que iba a hacer algo, lo cumplía. Pese a que aún no te conocía, se había tomado el tiempo para poner linda nuestra pequeña casa y preparar una comida especial. La mesa la arregló como cuando tenemos un cumpleaños. La abuela estaba emocionada con tu visita, imagine que se trataba por el hecho de que tu abuela fue muy buena amiga suya y quería sentir una parte de ella. Nunca hablamos más a fondo de ese tema, pero las mejillas le temblaban cuando recordaba a su querida amiga.

─Abuela, ya llegamos.

Te señalé en donde podías dejar tu mochila. Estabas un poco nervioso, en tus ojos noté la curiosidad al ver las antigüedades de mis abuelos, así como mi inmensa fotografía de cuando cumplí quince años. Ya habían pasado cinco años y nunca logré convencer a mi abuela de que quitará esa fotografía, ella decía que verme todos los días le daba felicidad, no como la foto que tenía antes de la boda de mis padres.

─¿Es Josejan? ─señalaste uno de los portarretratos.

─Sí, teníamos como dieciséis años. Fue antes de que encontrara su estilo y su verdadera personalidad. Él odia esa fotografía, pero la abuela la ama. Cualquier cosa que ame, la tendrá en exhibición en la sala.

─Hola, mi nena linda.

La abuela apareció detrás de nosotros como si la hubiéramos invocado. Siempre estaba elegante, solo que esa vez supero todo. Su conjunto era azul, se había retocado la raíz canosa y en lugar de listón, portaba un broche con forma de mariposa.

─Hola abuela, él es Tate, con quien haré mi proyecto de actuación.

─Mucho gusto, Tate ─estrecho tu mano con una radiante sonrisa─. Yo soy Grace, aunque mi querida nieta y Josejan me suelen llamar Graceland. Es un gusto tenerte hoy con nosotras.

─Muchas gracias, señora Graceland. El gusto es mío.

─Dejémoslo en Graceland a secas. Aquí todos ya somos mejores amigos de toda la vida.

En el momento en que pusiste un pie sobre la casa, la abuela ya te había adoptado en la familia y echo un espacio para poner una fotografía tuya para que sus amigas te vieran cuando fueran a tomar café y echar chisme.

No creo que lo hayas notado, pero estabas sonriendo, daba a entender la seguridad que te dábamos. En ese entonces, eso no era habitual en ti.

Así como tú cambiaste nuestras vidas, nosotras cambiamos la tuya.

─Tate, espero que tengas hambre. Hoy prepare mis famosas y muy deliciosas albóndigas enchipotladas. A mi marido, que en paz descanse, las amaba y me hacía cocinarlas muy seguido. Si me dieran a escoger en un solo platillo para cocinar el resto de mi vida, sin duda este sería el ganador.

Me senté a tu lado, lo que te hizo sentir más relajado. Yo estaba salivando, esas albóndigas también eran mi debilidad. Desde que falleció el abuelo que no las habíamos comido. Había olvidado el fascinante aroma.

─¿Le molesta que use la capucha dentro su casa? ─le preguntaste con educación, tenía entendido que algunos maestros te obligaban a quitártela, eran pocos los que no les interesaban si la usabas. A mí nunca me importo, me dolía la razón que te llevo a esconderte detrás de ella.

─Para nada, si te sientes cómodo usándola, no tengo problema con eso.

La abuela tenía una mente muy abierta, aceptaba a todos tal y como eran, a ella no le importaban las preferencias, los gustos o lo que hicieran, todo mientras no fuera dañino, ilegal o perjudicara a otras personas. Eso es lo que más amaba de ella, el mensaje que siempre trató de dejarme es que nunca debes obligar a cambiar a una persona si ella no decide hacerlo, cada quien toma esa decisión e intentar cambiarla a la fuerza es una falta de respeto hacia esa persona.

Ella junto al abuelo eran un verdadero desmadre, esa fue la clave de la maravillosa vida que tuvieron. En ese momento, me hubiese hecho feliz que él estuviera para conocerte, tú y él se hubieran llevado muy bien, ambos compartían ese gusto por las artesanías. También te hubiera adoptado desde el primer segundo. Cada domingo a primera hora te pondría un plato en la mesa para el almuerzo y te invitaría un cono de cajeta de los que venden en el parque.




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