Volveré, pero tal vez en otra vida

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Descuelga el altavoz,
del teléfono...

Nos ocultamos en el departamento todo el fin de semana. Jos y Jeremy regresaron con más hambre, por lo que nos dieron nuestro souvenir y nos sacaron a patadas. Caminamos hasta mi casa. Inclusive, tomamos el camino largo para estar juntos unos minutos más.

No hablamos sobre el asunto de tu papá, ni siquiera quería imaginar lo que te esperaba cuando entraras por la puerta de esa casa. Desde entonces, mis pesadillas me acompañaban a diario, ya no solo los tipos malos formaban parte, también aparecía Michael, el encargado de hacerme despertar con náuseas.

Mi abuela decía que si no cuentas tus pesadillas, se hacen realidad. Nunca hable con nadie sobre mis malos sueños, ¿será que esa fue una causa de todo lo que sucedió?

Como sea, al llegar a casa, guarde las lágrimas para la almohada. No quería despedirme de ti, el fin de semana no había sido suficiente, te necesitaba en cada segundo de mi existencia.

─Esta parte siempre es dolorosa ─sostuviste mis manos, nuestros ojos estaban cristalinos. El alma nos dolía, se sentía como si fuera la última vez que nos veríamos─. Mañana tengo que reponer las horas del sábado que no fui a la alfarería y me espera una dura charla con papá, por lo que tal vez no podamos vernos en algunos días.

─Esperare, no importa cuánto tiempo, siempre estaré aquí para ti. Lo bueno es que pronto terminan las vacaciones, en la escuela podremos estar juntos más tiempo sin tener que escondernos.

─Tienes razón, es la primera vez que deseo volver a la escuela.

─Por ahora, no hay que despedirnos. Hay que pensar que al despertar, estaremos abrazados mientras te lleno la cara de besos.

Me lancé a tus labios. Con cada beso, te entregaba un pedazo de mi alma. Contigo tenía sentido respirar.

─Vuelve a mí, Tate.

─Siempre volveré, en esta y en todas las vidas posibles.

No fue una despedida. Nunca nos despedimos, ¿por qué tendríamos que hacerlo? Pese a todo, encontrábamos la forma de volver. Siempre volviste a mí, así te quedará poco aliento para continuar.

Me quedé en la puerta hasta que las calles te desaparecieron. No quise llorar, mantuve mi mente positiva con la idea de que en un abrir y cerrar de ojos, estaría en tus brazos. Éramos jóvenes, nos quedaba toda una vida por delante, sobre todo, más días juntos.

Tú y yo estábamos destinados a estar juntos hasta que la muerte nos separará.

Es una cursi y muy dolorosa realidad.

Con una mirada triste, entre a la casa. Me recargué en la puerta a reflexionar todo lo que había pasado en los últimos días. Me sentía agotaba, muy abrumada. Cerré los ojos suplicándole al cielo y a todos los entes del universo, que nada malo te pasará, que te regresarán conmigo. No había pasado ni un minuto de haberte marchado y la preocupación abundaba en todo mi cuerpo.

Tate.

Fuiste mucho para este mundo.

─Em, ¿estás bien? ¿Paso algo?

─Estoy bien, abuela. Solo estoy preocupada por Tate, él y su papá…

En cuanto abrí los ojos, el alma se me despego del cuerpo. Ya estaba delirando. No había dormido bien, los dos sabíamos aprovechar muy bien el tiempo. El problema es que no se debía a la falta de sueño, me encontraba muy bien, en todas mis facultades y en mis cinco sentidos. En la mesa, la abuela estaba en su lugar habitual. Mis papás, sí, las personas que me trajeron al mundo, ocupaban mi lugar y el de Jos. Se me revolvió el estómago.

Los tres me miraban, la abuela y mi papá con la misma mirada.

─Tate y yo nos tomamos una copa de vino, ¿tan fuerte me pego?

Tenía la esperanza de que se tratará de una ilusión.

─Hola, hija.

Mamá fue la primera en saludar. Era real.

¿Cómo se atrevían? Más bien, ¿con qué cara estaban ahí sentados como si nada hubiera pasado? No podía verlos a los ojos, si lo hacía, solo veía como tomaron sus maletas para escapar y no afrontar lo que habían hecho. No ayudaba mucho la aparición reciente de Gabe. Al parecer, unas de las cosas que teníamos en común, es que nuestros padres fueron tan idiotas como para meterse con otros idiotas.

─No puede ser… ─solté una risa nerviosa─. Ustedes no conocen la vergüenza ni la dignidad.

Fui directo a mi habitación, la voz de papá me detuvo.

─¡Emmeline! ¡Ven aquí!

Me di la vuelta lanzándole una mirada enfurecida. ¿Cómo se atrevía a alzarme la voz?

─Papá, no tienes ningún derecho de venir a nuestra casa y gritarme de esa manera. Si no quiero verte y mucho menos hablar contigo, es mi decisión.

─Em, cariño, por favor ─suplico mamá.

Su mirada lucía cansada, cargaba con el enorme peso de sus errores que seguía sin poder soltar. Nunca pude resistirme a esas miradas tan expresivas. No importaba lo que había hecho, seguía siendo mi mamá, siempre lo sería. Sus abrazos permanecían entre mis lindos recuerdos, sus “te quiero” siguen conservados en mi corazón.




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