Y no es un cambio de raíz, no, oh-oh…
Las nubes oscuras ocultaban el cielo.
Por mi ventana veía como la gente caminaba por la calle. Cada uno en sus asuntos, con sus dolores, quejas y motivos por los cuales regresar a casa.
Yo no aceptaba que mi vida seguía, que también tenía motivos para continuar, era lo que menos me importaba. Llevaba un par de horas observando por la ventana, no había dormido y mucho menos darle comida a mi estómago. Me aguanté las ganas de llorar, eso explicaba por qué el pecho me dolía tanto. De un segundo a otro, me hice esa “promesa”, no volver a llorar. Es de las cosas más masoquistas que pude haberme hecho.
Jos buscaba en mi armario la ropa adecuada para la ocasión. Afuera, en la sala, los papás de Jeremy, junto a tu mamá, terminaban de arreglar los últimos detalles. Escuchaba la voz de tu mamá, pero no me atrevía a presentarme con ella. No tenía cara para hacerlo, me derrumbaría en cuanto la viera a los ojos.
─¿Qué te parece esto? ─me mostró uno de mis vestidos negros de manga larga.
No le respondí. Me daba igual qué ropa usar. Hasta el día de hoy, le agradezco por la inmensa paciencia que me tuvo esos días. Tener que aguantar mis silencios, mis movimientos lentos, las miradas sin vida y los sustos de creer que iba a comer una estupidez en cualquier descuido de su parte. Cargó con mi fantasma.
Me ayudo a ponerme el vestido, le hice caso y me puse unas medías. Hasta las agujetas de los zapatos me amarró. Arreglo mi cabello quitando todos los nudos, pinto mis uñas de negro y me abrocho el collar que la abuela me regalo en mi cumpleaños.
Regrese a la ventana, mi lugar favorito de esos días. Me preguntaba cuanto faltaría para que el cielo se rompiera y dejará caer toda esa lluvia que guardaba.
Llamaron a mi puerta, no voltee a ver de quién se trataba.
─¿Cómo van, chicos? ─por la voz supe que se trataba del papá de Jeremy─. Vamos a ir a entregar la ropa que Tate usará, después vendré por ustedes para ir a la capilla de velación.
Por un milisegundo reaccioné. Por poco y lo olvidaba. Del peinador tomé la cajita roja que Kart me entregó. Se supone que era para ti, solo que, no tuvo oportunidad de dártela.
─Espere… ─el señor de la Cueva se detuvo en la puerta─. ¿Pueden… ponerle esto a… Tate? ─saque el anillo de mi abuela dejando en la cajita la sortija que por más de cincuenta años fue de mi abuelo─. Debe ir en su mano izquierda, en su dedo anular.
A lo mejor no es como nosotros ni los abuelos esperaban que fuera, pero esos anillos nos correspondían. Los portaríamos hasta la muerte.
─Me aseguraré de que así sea ─me regalo una sonrisa muy cálida, fue lo más agradable que recibí en el día.
Es otra de las personas con las que estaré agradecida para siempre, junto a su esposa, todo el tiempo estuvieron al pendiente de tu mamá y de mí. Son las personas más amables y atentas que he conocido. Jeremy sacó la dulzura de ambos. Una vez me dijiste que los considerabas como tus padres adoptivos. En esa corta cercanía que yo tuve con ellos, me di cuenta de que te amaban como un segundo hijo.
No fue fácil ver como todos estaban listos para despedirse, mientras que para mí, seguía siendo una pesadilla.
Permanecí en un rincón, alejada de todos.
No tenía en donde esconderme. La verdadera tortura fue que cada cinco minutos se acercaban a darme el pésame. Por cortesía, daba de las gracias, mientras que por dentro le pedía a mi cuerpo que aguantará un poco más.
Olía a crisantemos, parte de los arreglos florales cargaban con esa flor. Desde mi lugar, los veía murmurar, una de las vecinas chismosas no dejaba de verme de reojo al mismo tiempo que le contaba a todos cuál fue la causa por lo que estábamos todos reunidos. Esa vecina chismosa fue de las primeras en preguntar por la abuela, sin que nadie se lo pidiera, esparció todo el chisme en la colonia.
En medio del salón, estabas tú, lo que algún día fuiste. Jeremy insistió que el cuerpo presente estaba de más, yo estuve de acuerdo con él. Nadie nos escuchó. Ambos sabíamos que a ti no te hubiera gustado que te viéramos en ese aspecto. No me acerque para nada, Jeremy estuvo todo el tiempo abrazando el féretro. Jos no soltaba su mano.
A mi lado, apareciste.
No vestías el traje negro que escogieron para ti, sino, tu habitual sudadera. Tomaste mi mano, sonreíste al verme puesto el anillo de mi abuela. Tú traías la sortija del abuelo, tal y como lo pedí. Estaría contigo por toda la eternidad.
Para mí, eras real.
Por un instante, volví a respirar. La ropa de todos, cambio a blanco. En medio de la pista bailábamos el vals mientras nos arrogaban todo tipo de flores. De fondo, sonaba Unchaiden Melody, interpretada por Elvis, por supuesto. Sostenías mi mano, mi vida entera. Lo que siempre soñé.
Todo estaba perfecto, en su lugar. Solo tú y yo junto a gente que nos ama.
Hay que tomar en cuenta que tenía casi dos días sin dormir y con un jugo de naranja en el estómago. Con eso justificaré mis delirios.
“Está bien, Em. Es mi culpa. Lo siento tanto, intenté volver, pero… no sé qué paso”
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Editado: 13.01.2024