Volveré, pero tal vez en otra vida

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Y se hará la cicatriz…

 

Cada duelo es diferente en todas las personas. A unos les toma meses, a otros años. Duele en lo físico, lo emocional, en toda el alma. Una vez leí que para el dolor no hay consuelo, que con el tiempo disminuye y el amor vuelve a creer. De todas las cosas que nos hacen humanos, el proceso de sanación es de los retos más difíciles que nos comprueban, que la vida es cruel, que somos más que carne y hueso, y que siempre va a ver un arcoíris al terminar la tormenta.

Superar un duelo, es de las muchas cosas que nos hacen valientes y fuertes. Las que nos hacen ver que podemos resistir un poco más.

Esa mañana, desperté temprano. Tome un relajante baño caliente, cepille mi cabello desapareciendo cada uno de los nudos. De mi armario, busque un conjunto bonito, lleno de color. Mis ojos los maquillé con una sombra rosa, lo difícil fue lograr que el delineado estuviera derecho, mi mano no dejaba de temblar.

Jos y Jeremy seguían durmiendo. Hice un poco de limpieza en el comedor y en la sala antes de preparar el desayuno. En uno de los recetarios de la abuela saqué la receta de sus famosos chilaquiles verdes. Corte las tortillas en triángulos, friéndolos en el aceite. Hice la salsa, molí los frijoles, ralle queso y pique un poco de cebolla, lo único que hizo falta fue el pollo, con eso serían los chilaquiles perfectos. Todo eso lo hice bailando y tarareando Stuck on You, desde que desperté tenía esa canción en la cabeza. En uno de mis pasos casi me caigo, olvide la regla de oro de la abuela: no bailar en la cocina.

Lo que más feliz me hizo fue que en todas sus recetas tenía escrito un ingrediente secreto: Amor y una pizca de felicidad.

─¿Em?  

Jos apareció en la cocina con un bate de beisbol y la almohada pegada a la mitad de la cara, lo mejor fue su cabello despeinado y la baba seca en la comisura de sus labios.

─Buenos días, joven madrugador. ─Ya eran más de las once.

─Ay, Dios. Mierda. Nos espantamos horrible, pensamos que alguien se había metido a la casa ─dejo el bate sobre la encimera.

Ni él se lo creía, me miraba con sorpresa. Se frotaba los ojos asegurándose de que estaba despierto. En su lugar, tendría la misma reacción, tomando en cuenta que no me levante de la cama por una semana entera.

─¿Qué pasa? ─preguntó Jeremy, fue el segundo en hacer su aparición y quedar atónito. Él, a comparación de Jos, tenía la almohada marcada en toda la cara.

─Buenos días, Jeremy.

─Buenos días, Em. ¿Cómo amaneciste?

─Bien. ¿Por qué no me ayudan a preparar la mesa? Hice los amados chilaquiles de la abuela.

Entre ellos se lanzaban miradas de no saber qué hacer. Se acababan de despertar, estaban asustados porque pensaron que era un ladrón. Fueron muchas emociones en pocos minutos.

De la alacena saqué los platos y los vasos. Me quedé viendo uno de los platos, me llamo la atención que la mitad de nuestra vajilla era de arcilla, cada uno con esas características flores blancas pintadas a mano.   

─Qué bonitos platos ─los miraba al frente y al revés. Una punzada apareció en mi pecho.

Jos y Jeremy se miraron de nuevo, esa mirada aparecería cada cinco segundos gran parte del día.

─Tate tenía buena mano para las artesanías ─comento Jeremy, con un tono menos deprimente que otros días.

Me llevé una mano al pecho, inhalé profundo. Esa sensación no me agradaba. Regrese los platos a la alacena, cambiándolos por unos de cerámica. Serví la comida para que ya no pudieran cambiarlos. Apreté mis manos en un intento de relajarme y que dejaran de temblar.

Disfrute cada bocado sin notar sus miradas e intentos de conversación. Lo mejor para los tres fue comer en silencio, viendo uno de esos programas de chismes con malos conductores y juegos sin gracia. La abuela solía esperar a que terminara para ver su programa favorito de concursos y después, la primera telenovela del día.

─Gracias por el desayuno, Em ─menciono Jos, recogiendo los platos de la mesa─. Estuvo delicioso.

─Sí, Em. Déjanos lavar los trastes como agradecimiento.

Los dos se metieron a la cocina dejándome sola. La silla vacía a mi lado, me regreso esa punzada en el pecho. ¿Qué me estaba pasando? Otra vez las manos me temblaban, el aire no entraba de forma correcta en mis pulmones.

Me levanté yendo a la sala. Lo que obtuvo mi atención, fue el librero roto y los libros apilados en el suelo. No recordaba que estuviera así. Mi mente bloqueó ese episodio, solo tenía vagas imágenes borrosas que no tenían sentido para mí.

Solté un largo suspiro. Estaba bien. Nada pasaba.

¿Qué podría estar pasando?

En el sofá abracé mis piernas, de fondo el conductor saludaba a los televidentes con euforia y unos ridículos pasos de baile. Mis ojos seguía en el librero. Si no me equivoco, mi espalda lo rompió, al igual que la mesa, solo que el papá de Jeremy la reparo para que pudiéramos usarla y no comer en la cocina. El dolor muscular ya era mínimo, a los moretones aún les faltaba tiempo para desaparecer por completo.

No recordaba nada de eso, pensaba que todo el dolor era emocional, el físico volvió a aparecer en ese instante.




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