Volví para ver si estabas pero nunca nos cruzamos otra vez

Escombro (Ciencia ficción)

Eran las tres de la tarde y el sol brillaba oculto entre las nubes. Agustín esperaba detrás de un telón rojo junto con sus compañeros, el turno para salir a escena. Como protagonista, contaba con su talento como actor para brillar, de igual modo sus compañeros en esta representación de una fábula.

Faltando una hora para su acto, recibe una llamada del hospital donde trabaja, comunicando que necesitan su presencia inmediatamente. El rostro plano de Agustín cambia de bien a mal, decide ir y promete volver a tiempo. Rupert, uno de sus amigos, decide ir con él en su compañía y juntos se apresuran como si fuera el último día, una misión, ir a la sala de emergencias y volver. Pensaban que sería sencillo, después de todo están a unas pocas calles, pero al abrir la puerta y salir, sienten temor.

Una guerra civil explota en las calles con manifestaciones, terrorismo y represiones de por medio en un panorama post-apocalíptico. Mientras en los edificios que no son atacados todo transcurre normalmente, algunos son derribados por bombas. Los uniformados se desplazan marchando en filas con sus botas retumbando con cada paso contra el pavimento, organizados con armas y máscaras de gas, buscan guerrilleros. Agustín y Rupert caminan por las calles acelerando el paso para no ser confundidos con guerrilleros, si eso pasa serían tomados en custodia contra su voluntad. Con el aire un tanto imposible de respirar debido al humo como partículas densas que apenas pasan por las fosas nasales, colocan sus manos en sus rostros para respirar.

Tras quince minutos quejumbrosos en las calles destrozadas e intimidantes, llegan al hospital. Se dirigen a la guardia donde Agustín se encarga del paciente malherido. Sus colegas no han podido extraer una bala alojada de su pecho, y él, con extremo cuidado, luego de ponerse la bata y guantes, pone manos a la obra en su sabiduría y sudor en la frente, lo logra fácilmente. Siente que lo molestaron en su día libre, el cuál quería dedicar a su hobbie. Intenta abandonar el hospital repleto de personas heridas, tantas que apenas entran, es un poco natural para ellos y la situación empeora.

A punto de salir, todo se sale de control en su zona. Un estruendo del lado opuesto a la institución médica se escucha en la manzana y alrededores. Una bomba estalló en el cuarto piso del hospital. Las personas huyen a distintos lugares, emerge el caos. Agustín corre junto con Rupert. Una cuadra y se sienten en roce con la muerte. Dos cuadras y los escombros de una ciudad que solía ser vivaz están por doquier como mariposas del infierno y olor a pólvora como el moderno perfume de las flores, los hace sentir en un limbo. Tres cuadras y los gritos cesan. La ciudad gris desciende sobre ellos. Caminan lentamente aturdidos por los fuertes sonidos y emociones, se preguntan si debían quedarse en el hospital a ayudar, caminan desorientados. Agustín mira el reloj en su muñeca y no lo puede creer, como si el tiempo volara, han pasado cuatro horas desde que salieron del teatro. El sol y la luna confundidas por la guerra absurda se esconden más rápido porque no quieren ver en qué se han convertido sus hijos. Caminan torpemente.

Recobrando los sentidos ven a un grupo grande de uniformados custodiando a un grupo reducido de guerrilleros. Agustín y Rupert intentan no hacer contacto visual, han perdido la función que les tocaba, la obra quedó atrás. Con la cabeza en la idea de volver a sus hogares, escuchan el terror de las personas. Lloran y suplican, perciben golpes y disparos de los uniformados a esas pobres almas. Agustín deja de escuchar los pasos de Rupert, por lo que se detiene y mira atrás. Con la mirada perdida en ese grupo de personas suplicantes de misericordia, Rupert ve a sus padres cautivos, haciendo una sutil seña, se despiden con tristeza de él en silencio. Las armas en alto y los escrúpulos abajo. Abren fuego. Rupert no puede soportarlo y corre nuevamente, llama la atención de uno de los uniformados, Agustín se da cuenta, que ahora ellos serían el blanco. Ambos corren con la esperanza de llegar a un lugar seguro. Casi todos los edificios están cerrados con una seguridad que sobrepasa la fuerza bruta, escuchan las botas de los uniformados acercarse. Agustín pide por favor a su amigo levantarse y correr, pero Rupert no quiere seguir. La insistencia de Agustín no sucumbe a la presión y continúa tirando del brazo de su amigo, pero ver a su ciudad en ruinas, sus padres muriendo y aire contaminado, son suficientes razones para Rupert para partir, simplemente, quedándose y que lo encuentren. Con dolor inmenso y entre lágrimas en sus rostros cubiertos de mugre, Agustín suelta a su amigo y se va. Escucha a media cuadra el último disparo y reteniendo el miedo, camina para no generar sospecha.

Su silueta negra en el fondo azul pasa los escombros y la sangre derramada, llega a casa e intenta olvidar su mal día. Toma una ducha. Dentro todo es de color. No escucha más estruendos. Se acuesta en la cama matrimonial suspirando, intenta dormir pensando en trabajar mañana, en disculparse con sus compañeros actores, y por qué aún no llegó su esposa.




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