"...Querido amor mío, hoy somos libres, no necesitábamos nombres para ser nosotros mismos, pero sí necesitábamos ser duros para amarnos. Te veré donde el sol no reina pero nuestras voces sí, atentamente, tu cálido amor de hielo."
En la ciudad de hielo todo está congelado, las estructuras, el ecosistema, la gente, en su totalidad.
Algunos más fríos, parecen celestes, otros un poco derretidos, transparentes.
En el subterráneo viaja una mujer que mira a un hombre y ese hombre la observa a ella con ojos juguetones, no es la primera vez. Bajan en la misma estación y caminan por el mismo lugar.
—Señorita, disculpe usted, pero creo que vamos a desayunar al mismo café.
—Señor, su amabilidad es exquisita, tiene ojo clínico. Efectivamente vamos a el café "La luna blanca", me he dado cuenta de su presencia hace un par de días.
El hombre invita un café frío a la mujer. Elegantes como el resto, vistiendo sus ropajes rococó, se ubican en una mesa para degustar y luego ir a trabajar. Hablan de la vida de uno, del clima, sus pasatiempos y sueños, de la vida del otro, sus amigos, metas y familia. Dentro del local, los presentes son de hielo macizo, preocupados por sí mismos pero mirando de reojo alrededor. El hombre y la mujer intercambian números al momento de despedirse.
Una vez en el trabajo cada uno piensa en el otro. A el hombre le llaman la atención cuatro veces, porque sí, su superior es casi un tirano, abusa verbalmente de todos sus empleados alegando que así serán más hombres. La mujer escribe en una máquina sin cesar, palabra por palabra lo que se le dicta. Sin embargo en determinado momento piensa que la historia que escribe está mal redactada y lo pone al tanto a su jefe. Este la manda a callar alegando que su oficio no es pensar, es escribir.
El fin de semana el hombre y la mujer se reúnen a pasar el día en una plaza. Los días que pasaron se contaron todo por teléfono, hasta el mínimo detalle que ha pasado en sus vidas, y el otro los ha escuchado como ninguna persona lo había hecho. Por primera vez sienten el calor que emiten los rayos del sol. Abrazados, se observan y sus facciones las ven perfectas. Caminan, corren, viven en su mundo.
Pero cuando la mujer ve a una señora maltratando a su hijo, no puede aguantar la furia y se interpone. Esta señora la aparta de un empujón y le da una bofetada al niño, según ella así será más fuerte, y como por arte de magia, las lágrimas del niño se congelan mientras brotan y él vuelve hacer un poco más duro. Finalmente la señora toma a su hijo de la mano bruscamente, y se lo lleva. Mientras tanto, el hombre vio como un señor pateaba un perro, y con valor, se interpuso. Le grita furioso que se vaya. Una vez que lo hace, le da de comer al perro, pero algo anda mal. Ve su mano volverse clara y un par de burbujas en ella, se está derritiendo por el calor interno. La mujer siente su rostro goteando. Apenados el uno con el otro y sin saber qué hacer van a terapia de pareja buscando una solución a sus problemas. Al llegar el terapeuta dice que eso pasa cuando hay verdadero amor entre las personas. Los sentimientos afloran, pueden sentir verdadera calidez y eso los derrite. Ellos piensan que su amor derrite la maldad, no obstante, el terapeuta recomienda que dejen de pensar y dejen de sentir. Acto seguido, pide el dinero por la sesión y ordena que se vayan.
Empiezan a ver el mundo diferente. Volviendo a la rutina hacen exactamente lo contrario, les parece absurdo la idea de tener una pareja con la que no haya emociones; pensando en profundidad, nunca habían llegado a la conclusión de no tener sentimientos. Aparecieron ahora. Se preguntan por qué trabajan para sí mismos si en realidad trabajan otro, por qué los capataces, jefes y líderes los maltratan para que sean más hielo y menos cálidos.
El hombre piensa y se ve al espejo, cada vez más transparente, cada vez más derretido. Una coraza de hielo sostiene el líquido en su interior. Escucha a sus padres discutir y ve cómo sus cuerpos se vuelven más macizos mientras más se gritan. Sale corriendo de la casa en busca de su amada.
La mujer es maltratada por su padre que la llama tonta por creer que tiene un verdadero amor y querer buscar un trabajo mejor. Observa como su padre se vuelve más duro y ella más blanda. Llorando, toca su rostro y nota que la mitad del mismo, han desaparecido sus facciones; es casi un maniquí sin expresión. Corre de allí asustada, va en busca de su amado.
Como si supieran que el otro iba a hacer lo mismo, se reúnen en el café, se ven destrozados, parcialmente derretidos. En la oscuridad de la noche, por una vez, quieren estar juntos sin importar quiénes se opongan. Parten rumbo a la plaza y en el camino se cruzan a varias personas en situación de calle. Por el frío que hay en la ciudad congelada, deberían estar enteros pero es lo opuesto, son figuras que apenas parecen humanoides, apenas tienen palitos de hielo como piernas y brazos, y sus rostros no tienen semblante, son lisos. Creen que deben hacer algo para ayudar. Dan vueltas por la plaza, se toman de las manos, se besan, imaginan lo perfecto que sería irse de ahí, a un lugar donde nadie los conozca, y repararse el uno al otro hasta estar completos. Porque debe haber una manera de que el hielo se derrita, pero puedan seguir unidos, solo con la calidez que los complementa.
El día siguiente se vuelven a encontrar en el café, pero una movilización que ocupa toda la calle interrumpe la tranquilidad. Las personas parcialmente descongeladas protestan, cada movimiento es diferente, no obstante, algo los une; quieren un cambio. La mujer y el hombre ven esto como una oportunidad, se unen a la marcha sin pensarlo dejando el trabajo de lado. Tomados de la mano se suman a la multitud.
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Editado: 13.01.2025