Me fui a dormir temprano y a la madrugada me levanté para ir al baño, es lo que habituaba todas las noches. Sabía que aproximadamente debían ser las cuatro de la mañana, todavía faltaban unas dos horas para ir a trabajar.
No prendí ninguna luz, pues conozco mi departamento, así que hice lo mío y volví a la cama. Me acosté, me tapé, y cerré los ojos, pero no pasaron ni cinco segundos que escuché algo, como si alguien estuviera del otro lado de la cama acomodándose y yo no tengo animales. Cuando abrí los ojos vi algo que me erizó la piel.
En frente mío, se veía la mitad de una cabeza mirándome fijamente con rabia. No tenía pelo, ni cejas, tenía unas ojeras marcadas más negras que la oscuridad, su nariz era plana como la de un cerdo, sus orejas largas y puntiagudas, y su piel arrugada era tan pálida que era lo único visible. Empecé a temblar.
Pensé en taparme la cabeza, en rezar, en huir, pero me quedé perplejo con los ojos abiertos y contuve la respiración olvidando cómo respirar correctamente. Esa cosa me miraba sin pestañear con sus pupilas grises contraídas, posó su mano sobre la cama y creí que iba a venir por mí, era esquelético y tenía uñas quebradas larguísimas. Sentí que estaba por levantarse, y me desmayé.
La alarma sonó a las seis y cuando me desperté había escaso sol entrando por la ventana del baño. No recuerdo haber dejado la puerta abierta o cerrada. No había nada raro en la habitación por lo que creí que fue un sueño demasiado único y real. Pero desde ahí, cada vez que escucho un ruido cuando estoy acostado y todo está apagado, cada vez que siento que algo se mueve, no abro los ojos, porque en mi mente ya puedo ver a la criatura pálida.
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Editado: 13.01.2025