Una mujer se despierta minutos antes de que la alarma suene, le pareció escuchar algo similar. Cuando ve en el reloj que faltaban cuarenta minutos, vuelve a dormirse, pero algo pasa, vuelve a escucharlo.
Claramente es el sonido de un bebé, como si al lado de su departamento estuviese llorando. Empieza a reír, luego a llorar, y un ruido extraño de ahogamiento surge tan profundo y tenebroso que es como si sonara bajo su cama.
Intentando no pensar en eso, se tapa completamente con las sábanas, respira con dificultad. Cree que es el estrés, se ha mudado hace dos días, aún hay cajas por doquier, está en trámites de divorcio y se siente sola, incontenida, pues hace unos meses perdió un hijo en su vientre.
Los sonidos persisten y se amplifican hasta que siente el llanto rasgar el canal de su oído. Algo empieza a mover la cama, a patearla, a sacudirla.
Cuando se vuelve insoportable deja salir un grito de desesperación.
—¡BASTA!
Aprieta el puño que sostienen las sábanas. Entre lágrimas, alucina con su audición, los ruidos siguen pero los metió dentro de una burbuja en su cabeza, se siente bajo el agua. Tapa sus oídos y llora reteniendo un agonizante malestar que quema su garganta como vómito.
Lo que había debajo de la cama, sale.
Emerge como espuma y no para de crecer, se vuelve gigantesco. La mujer cierra los ojos, se abraza a un muñeco extraño con varios tirantes que parecen carne seca y aspecto grotesco que guardaba debajo de la almohada, suplica que no sea real, pide perdón.
Dicen que cuando uno extraña a un ser querido, puede abrir una ventana para verlo, pero tiene que tener cuidado de no traerlo de vuelta teniendo miedo, porque puede volver… diferente.
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Editado: 13.01.2025