Sobre un puente hay una chica sentada observando las vías debajo de ella, y bajo el puente, las vías del tren. El sonido de las ruedas, los vagones, y ver el sol cayendo mientras fuma un cigarrillo, la hace sentir en paz.
Detrás, una calle por la que un sin número de autos pasan, es el motivo de su ansiedad. Todos están nerviosos, apurados, pues esta noche, es noche buena. Faltan solo cuatro horas y ya se escuchan cohetes, se siente el humo de los asados, sin mencionar la música alta de las casas situadas alrededor del puente.
La soledad de la joven es interrumpida por un hombre que se acerca y cruza delante de ella. Sin embargo, ninguno le presta demasiada atención al otro. Al verlo frente a sus ojos, nota que está vestido de Papá Noel. Esconde una pequeña risa y sigue fumando.
Sin aviso, el hombre cae como una bolsa de arena. Al escuchar el estruendo del cuerpo junto al saco de regalos de este Papá Noel chocando contra el suelo, la chica tira el cigarrillo y se aproxima para auxiliarlo. Lo sujeta por el brazo y nota que intenta levantarse mientras emite quejidos.
—No se preocupe, señor —dice con cautela—. Ya llamo una ambulancia.
—Gracias, nena. Pero estoy bien —jadea—, quedate tranquila. Ayúdame a levantarme y listo.
—No —alarga la vocal—, mire cómo está, le puede pasar algo. Venga, siéntese. Yo vivo acá nomás, si no quiere que llame una ambulancia, por lo menos voy por agua y vuelvo.
Cargando su exceso de peso, lo lleva casi arrastrando unos metros y coloca al hombre donde ella estaba sentada. Pide por favor que la espere, y corre a un edificio frente al puente. El hombre respira fuerte y desincronizado. Posa sus manos a los lados de su cuerpo para mantener el equilibrio. Tras unos minutos, logra estabilidad y respira con normalidad. Ve salir a la chica con una botella de agua.
—Acá tiene —alcanza la botella y se sienta a su lado.
—Gracias.
De un sorbo, toma el contenido de la botella de quinientos mililitros. Suspira enérgicamente.
El sol se oculta por completo dejando apenas una estela amarilla mezclandose con el negro azulado. Los destellos blancos acompañan la mirada de ambos que permanecen en silencio sin que resulte incómodo. Ella espera por una señal que demuestre que efectivamente el hombre se encuentra bien, de lo contrario le suplicará una vez más llamar a urgencias. Pero terminado el breve descanso, el hombre agradece nuevamente y se levanta haciendo un sonido de desesperanza. Devuelve la botella a la joven, se dispone a irse.
—¿Seguro que está bien? Casi se desmaya, señor.
—El señor está en el cielo —menciona entre risas—. Estoy cansado, pero ya quiero llegar a casa para descansar bien.
—¿Por qué no se toma un taxi o un uber?
—¿Sabes cuánto cobran? Me quedo pelado antes que termine el mes, ¡y ya estoy pelado!
El hombre se saca el gorro rojo y muestra su cabeza sin pelo brillando con la escasa luz de los faroles que rodean el puente. Ríen mutuamente. Ella piensa que hace bien su trabajo de generar simpatía y buen humor, incluso si no se siente bien por completo.
Un hombre sale del edificio de la chica y la llama a los gritos. Las palabras llegan a ellos resinando entre el bochinche de colectivos y autos que pasan por el puente acelerando o tocando bocina.
—¡Analía! ¡El señor de arriba dice que de nuevo dejaste la música encendida!
—¿Dios?
—¡Dale, boluda! El que está encima tuyo, el viejo rompe huevos del departamento ocho.
—Yo no dejé nada encendido, Guillermo. Seguro alguien está escuchando heavy metal y claro, culpen a la dark.
—¿Segura?
—Recién entré por agua. Decile que deje de romper los huevos, si está enojado porque su familia no lo visita en navidad no es mi problema.
El hombre hace un gesto de resignación y vuelve a ingresar al edificio. El Papá Noel ríe y saca una duda que posee su mente revuelta de diversos temas, este día en particular, al ver que su acompañante casual, es una chica sin tapujos.
—¿Por qué tan sola hoy?
La joven lo mira.
—Me gusta la “soledad”.
—Ah, ¿aunque a la noche desespera? —Analía estalla en risa.
—No, pero Pastorutti puede ser.
Luego del intercambio de sonrisas, el hombre se sienta junto a la chica. El cielo se vuelve azul intenso.
—A vos no te veo cara de escuchar a la Sole.
—¿A mí? Vos sos un Papá Noel negro, ¿de qué me hablas?
—Papá Noel hubiera sido mejor negro, combina con el cachengue de las tres de la mañana mientras suena Lía o Los Palmeras, además que con el rojo pega como ningún otro color.
—Ah —ríe—, conozco las típicas de la Sole nomas. La verdad no tengo a nadie en casa más que a mi mascota, vivo sola, y no me llevo con mi familia. Aparte, soy atea, desde hace rato no festejo navidad.
—No hace falta creer en Dios o ser católico para festejar la Navidad.
—¿Cómo que no? Eso decile a Simón y a su familia judía. Yo solo lo veo como una excusa para ponerse en pedo, pero mis amigos están en la suya y no los quiero molestar.
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Editado: 13.01.2025