Cuando abrí los ojos habíamos chocado. El avión estaba bastante entero pero roto en partes y delante mío había fuego y humo. Lo único que iluminaba eran las llamas. Tosí. Me quité el cinturón de seguridad y vi a mi alrededor. El impacto había sido duro.
—¿Todos están bien? —escuché gritar a Chuet.
Me levanté y el panorama era peor de lo que imaginé. Chuet ayudaba a los que quedaron adentro pero había varios soldados muertos. Pero lo peor fue cuando salí desorientada del avión y vi a Laura llorando desconsolada porque sus hijos no resistieron el impacto. Yo tenía sangre que salía de mi cabeza y nariz, cuando me recompuse la fui a consolar. Pero no hay consuelo para una madre que pierde a sus hijos. Me quitó de encima de ella, agarró un arma que estaba tirada y se apuntó. Eso fue todo. No pude ver más. Cerré los ojos y escuché el disparo y su cuerpo que caía.
Una vez que terminaron de sacar los cuerpos, nos dimos cuenta que teníamos varias bajas.
—¿Daiu? —me preguntó Abby—, ¿estás bien?
Pero no supe contestar ni hacer una mueca.
Agarramos las pocas cosas que teníamos y empezamos a caminar. Después de varios kilómetros encontramos una granja cerca con gente sin infectar. Nos ayudaron. Parecía que acá no había pasado nada del apocalipsis. Nos dejaron bañarnos y nos dieron comida. Una vez que todos estábamos mejor nos reunimos en el comedor. El padre de familia prendió la tele y en el noticiero local decían cómo tenían que hacer para no contagiarse. Evitar las mordidas. Qué novedad pensé. Pero estábamos felices de que acá no pasaba nada, estábamos seguros. Aunque pensábamos mucho en lo que iba a pasar a futuro. ¿Llegará el virus o no? ¿Lo podrán controlar?
—No te preocupes —me dijo una voz—. Se pueden quedar el tiempo que necesiten.
Era una de las chicas de la granja, Kamila. Atrás de ella apareció otra chica, su prima Sabrina. Yo estaba sentada y pensaba en todo a las afueras de la granja, quería estar sola pero vinieron a hacerme compañía. Primero me disgustó, y después entendí que era lo mejor para desahogarme. Empecé a llorar contándoles la gente que perdí, las cosas que me pasaron, y ellas me abrazaron.
Cuando llegó la noche dormimos todos juntos en el granero. Y a la mañana siguiente nos fuimos al edificio central militar de Entre Ríos. Con Chuet y Abby estuvimos mucho tiempo en una sala de espera. Al parecer la cosa en Buenos Aires estaba mal pero en las otras partes de Argentina donde se extendió el virus, estaban mejor. Creo que ahora solo nos queda ver qué hacemos con nuestra vida.
Chuet dijo que él planeaba caminar, encontrar un lugar dónde quedarse y nada más. Básicamente, ser un mochilero o vagabundo. Abby quería ir con el ejército, ser parte del mismo y volver a Buenos Aires para matar a los zombies que quedaban. Yo no sabía qué hacer, así que les pedí a los militares si me podían regresar a la granja. Y eso hicieron. Cuando llegó el momento de despedirnos, los tres lloramos entre abrazos y les deseamos lo mejor a los demás. Suerte. Fue la última palabra que escuché de parte de ambos.
En la granja me recibieron con los brazos abiertos y estuve ahí un tiempo, en realidad, mucho tiempo. Me hicieron parte de la familia y todo estaba bien. Un día aparecieron tres zombies y los maté yo aunque tuve ayuda, quería proteger a mi nueva familia y estaba cansada de los zombies. La cosa mejoró tanto en Buenos Aires como en el resto del país. Así que ahorré con lo que trabajé en la granja, y cuando tuve la plata suficiente, les agradecí y me despedí. Les dije que volvería a visitarlos y eso planeo. También les dije a Kami y Sabri que podían venir a mi casa en el centro cuando quisieran. Volví a capital en un avión cuando todo mejoró, tomó meses. Volví a casa y me encontré con mi vieja familia. Mi casa estaba igual a como la dejé. Ahora mismo estoy por ir a ver a Chuet y a Abby que nos contactamos por redes sociales.
Fui la última en llegar, me esperaban. Al final tuvimos suerte. Fuimos a dejar flores a un monumento que hicieron en La casa rosada por todos los que murieron. Recordamos a cada uno de ellos. Compramos un helado, y miramos el atardecer. Nos contamos lo que hicimos este tiempo. Y cuando el sol se puso y nos tuvimos que despedir, no podía estar más agradecida de que podía seguir con mi vida.
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Editado: 13.03.2025