Volviendo a amar

06: Migajas

“Decir la verdad nunca pasa de moda” –SNBrito

El domingo estuve sin hacer nada toda la mañana. Mi madre aprovechó para ir a ver a Doña Gloria –quien me pidió que le dejara saber que quería verla–, mientras que mi hermano decidió desaparecer.

Acostada boca arriba en la cama, recibí un mensaje de Cristián. Pidió que me alistara sin preguntar nada, así que no tuve más opción.

Busqué una linda vestimenta y la esperé sentada en la sala. Media hora después escuché el timbre sonar, por lo que fui a abrir la puerta.

—¿Estás lista? —Asentí —. Entonces vamos —me jaló hacia afuera, con tanta fuerza que trastabillé un poco, sin embargo, no le dije nada y me limité a cerrar la casa, antes de seguir nuestros caminos.

—¿A dónde me llevas? —Demandé. Cristián no me miró.

—Shhh, no digas nada —sentenció.

Hice silencio en todo el trayecto hasta que llegamos a un centro. La sonrisa de Cristián brilló mientras me llevaba a una pista. El lugar estaba lleno de personas, unas iban solas y otras acompañadas. En ese lugar todos disfrutaban.

—¿Qué hacemos en una pista de patinaje? —Pregunté. Ella me miró como si hubiese dicho algo malo y resopló.

—Vamos a patinar, ¡dah! —Murmuró, con obviedad. Rodé los ojos.

No me dio tiempo a decir más nada porque me sentó en un banco desocupado y comenzó a buscar unos patines que nos quedaran. Comencé a transpirar y apreté los puños varias veces. Miré a todos menos a Cristián, no sabía cómo decirle que no tenía la más mínima idea de hacer algo así. Yo no patinaba, nunca lo aprendí.

—¿Qué pasa? ¿Y esa mirada aterradora que tienes? Sólo vamos a divertirnos —habló —. Estos son tus pares, póntelos —incitó, mostrándome un par de color violeta.

—Cristián, no quiero ir. Mejor me quedo a verte —ella me miró mal —. Por favor —susurré. Asintió vencida.

—Unas vueltas yo sola y luego lo hacemos las dos, ¿de acuerdo? —No me dio tiempo a negarme nuevamente cuando salió de mi vista, comenzando a dar vueltas en la madera brillante. Mi mejor amiga sonreía sin parar, daba vueltas por todos lados y no pasé por alto la mirada coqueta que le daba a un chico de allí. Cuando pensé que iba a descansar, ella me jaló hacia sí y mis pies chuecos comenzaron a hacer el ridículo en todo el lugar. Su sonrisa comenzó a desvanecerse cuando trastabillé para poder colocarme en una buena posición —. ¿Qué te sucede? ¿No sabes patinar? —Hice una mueca, negando avergonzada. Solo la vi asentir, llevándonos de vuelta al banco sin decir una palabra. Quitó sus patines, antes de quitar los míos, llevándonos a su sitio para luego salir de allí.

—Cristián... —Levantó una de sus manos, interrumpiéndome para que no continuara. Al parecer estaba enojada, solo que no podía culparla. Debí ser sincera desde un principio y no lo fui.

******

Tomamos un taxi que nos dejó frente a un centro comercial. Al entrar, ella nos digirió a la sala de cine. Pidió cuatro taquillas para ver dos películas diferentes en el mismo lugar; la primera era Belleza Colateral y la otra, Yo, antes de ti.

En la sala, nos perdimos ante las escenas de la pantalla sin poder decir nada en todo ese tiempo.

El lunes en la mañana despierto por el incesante sonido del despertador. Me froto la cara, saliendo de la cama para buscar lo que voy a ponerme. En cuanto tengo la combinación lista, me doy una ducha, lavo mis dientes y me visto, observando mi gesto sin gracia al peinarme.

Al llegar a la cocina, sirvo mi desayuno,  buscando algo que dé indicio a que mi madre está en casa, pero no llego a notar nada. Me llevo una cucharada de cereal a la boca cuando una voz estruendosa comienza a darme jaqueca. Mi hermano comienza a cantar incoherencias.

—Daniel, haz un poco de silencio, por favor —gruño. Él se ríe  siguiendo con lo que hace.

—¡Hermanita, hoy vamos a ganar! Tenemos un partido de prueba con el equipo anterior. Y algo me dice que ganaremos —mueve su cuerpo de una forma extraña, como su imitara algo, solo que no tengo idea de qué.

Dejo el desayuno a medias, colgando mi mochila del hombro antes de ir a la puerta.

—¿A dónde vas? —Exclama, canturreando.

—¡A la escuela, tonto! No pienso aguantar una operación de tímpanos más, eres pésimo cantando —le grito y cierro al escuchar su risa.

Hago mi camino hasta la parada del autobús y espero mientras el aire golpea mi cuerpo. No pasa mucho cuando el bus capta mi atención, abriendo sus puertas en el instante. Subo, saludando con un "buenos días" a los presentes y me siento a esperar a que llegue mi parada mientras escucho un poco de música.

Abro los ojos cuando me informan que ha llegado mi parada. Bajo del bus y camino a la escuela. Todos los chicos se encuentran esparcidos por cualquier parte del lugar, los murmullos de las personas se escuchan cada vez más a la vez que avanzo a la entrada. Aprieto mi mano en la mochila y sigo caminando.

—¡Oye tú! —Frunzo el ceño y niego, no creo que sea a mí —. Oye, niña tonta, mírame –esta vez sí volteo al sentir el grito más de cerca. Sonrío, es Cristián.




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