Volviendo a amar

011: La pequeña gota que empezó a llenar el vaso

Zara

“Tengo una propuesta: enámoremos el alma primero; 
lo otro funcionará después” –SNBrito

—¿No dijiste que tenías un mensaje? —Es la primera frase más larga que ha dicho en todo el día desde que salimos de casa. Al parecer, estar aquí la ha despejado un poco, además de que se muere de la curiosidad por saber quién me escribió.

La cafetería está repleta de personas ahora mismo y yo me encuentro haciendo fila detrás de cuatro personas, con el único fin de comer hamburguesa, porque el día de hoy decidieron cambiar el menú.

—Sí —emito, mirándola de reojo —. Cuando nos sentemos a comer, revisaré —indico. La rubia asiente, sonriendo en dirección contraria a la mía al ver a Karen acercarse. Le da un lado en el que termina dividiéndonos, a la vez que molesta a algunos de los que hacen la espera detrás de mi mejor amiga.

—¿Y, Karen? ¿Cómo es que llegaste a Los Ángeles? —Inquiere, mientras me sirven. La castaña le responde, pero no presto atención a nada de lo que dice. Mi vista viaja hacia el cuerpo voluptuoso de la persona que pasa frente a mí, colocando su pie en una forma que le permita terminar tirándome todo lo que lleva en su bandeja.

Y lo hace. Jason Morgan resbala hacia el suelo, tirando todo lo que carga hacia mi dirección. No puedo reaccionar a tiempo, simplemente siento cómo toda esa comida me ensucia hasta la más mínima fibra del cabello, ensuciando en el acto también a algunas personas que estaban tras de mí.

Sacudo mi rostro y mi blusa con una frustración enorme subiendo por cada parte de mi cuerpo. Estoy furiosa, mis manos se hacen puños, así que levanto mi cabeza viéndolo sonreír sin ningún rasguño.

—¡Eres un perfecto idiota! ¿Qué demonios te sucede? —Escupe Cristián, saliendo de su lugar, mirándolo con suma molestia. Quiero tocarla para que no llevemos esto a un problema más serio, pero ni siquiera puedo tocarla.

El lugar se llena de murmullos por una parte, mientras que hay muchísima gente en sumo silencio observando el espectáculo sin chiste que él ha propiciado.

—Lo siento —levanta sus manos en señal de rendición, a la vez que uno de sus amigos le ayuda a ponerse de pie completamente —. No la vi.

Cristián se impulsa hacia él, a lo que yo la detengo, ensuciándola en el acto. De veras trato de no reparar en eso, porque me coloco frente a ella, mirando al chico.

—¿Cuál es tu maldito problema?  —Cuestiono. Y sé que mi madre estaría muy decepcionada de mí al escucharme hablar de esta forma —.  ¿Me tiras toda tu bandeja solo porque no puedes golpearme? —Continúo, sin apartar mi vista de él —. ¿O es que acaso te afectó el ego el saber que no te tengo ni un ápice de miedo, como lo tienen las demás chicas de este lugar? —Estoy cavando mi propia tumba, porque claro que le tengo miedo. Es el típico chico que se acuesta con todas y luego las desprestigia por medio de fotos, vídeos o audios; además de comprar sus cuerpos por menos de mil dólares, aunque ni siquiera por esa cantidad debería hacer tal atrocidad.—.  A mí no me vas a enamorar con tus humillaciones patéticas, ni con tu falso acto para llamar mi atención. Me pegaste un balón en la cabeza, me amenazaste cuando estaba en mi auto en el estacionamiento y ahora me tiras tu comida —declaro —. Eso no tiene una sola pizca de romance, así que si no quieres que Daniel te dé una patada en el trasero y te saque del equipo, es mejor que te mantengas al margen —mascullo, tan bajo como puedo y tan cerca de él como me permiten mis nervios.

La cabeza me palpita, el corazón se pone como si estuviera en una maratón, pero él no hace más que mirarme un segundo, dar la vuelta y desaparecer. En cuanto se aleja, vuelvo a respirar con normalidad, sintiendo la mirada de todos sobre mí.

Cristián intenta poner una mano sobre mí, a lo que me aparto, alejándome con molestia del lugar. Tengo que buscar en mi casillero a ver si he guardado alguna prenda que pueda servirme en este momento, además de que he de encontrar una de esas duchas que usan los chicos para quitarme los residuos de comida.

No estoy enojada con mi mejor amiga, estoy molesta por lo que sucedió. Es como si el ciclo se volviera a repetir; con Greena, el bullying en mi anterior instituto no era tan notable, si ella se enteraba que alguien me molestaba con cosas como poner una goma de mascar en el lugar que ocupaba o tirar mi cuaderno o tropezar conmigo a propósito solo para verme rebotar, ella se encargaba de ponerlos en su lugar. Creo que fue eso lo que detonó su repudio hacia mí, el ver que debía siempre protegerme de los demás, que no podía hacer nada por mí misma o que no me defendía en lo absoluto. Pero ella ni siquiera se tomó el atrevimiento de hablarme sobre ello, creí que lo hacía sin que le molestara y eso supongo que fue la pequeña gota que empezó a llenar el vaso.

Ahora que me vi sola, decidí que cambiar mi actitud era lo mejor. No quería que nadie me viera como una damisela en apuros o alguien que se siente avergonzada de tener unos kilos de más; ni siquiera debería avergonzar a mi hermano por ser como soy, aunque sé que en el fondo, hubiese querido que fuera distinto, que tal vez no le causara este tipo de problemas.

La gente tiene una falta de tolerancia hacia un poco de masa más de la debida, mi hermano finge o tal vez no le importa el que sea como soy, a veces me gustaría preguntarle pero sé que terminaría ofendido por el simple hecho de no querer insultarme. Ese es otro problema en la sociedad, que decirle gordo a alguien es un insulto, se ha arraigado tanto que los demás no pueden amar cómo se ven sin sentirse gordos o desencajados en un mundo lleno de imperfecciones como este.




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