Dos semanas después.
Los días siguiente son reconfortantes. He tratado de buscar cosas que me entretegan, he evitado el contacto con ciertas cosas para no tener que enfermarme, pero también he llegado a deprimirme por ese mismo motivo. Es tedioso cuando deseas hacer algo, ayudar e incluso comer lo que más te gusta, sin embargo, recuerdas que el tratamiento y la dieta que llevas te lo ha quitado todo. Para mi mala suerte, debo aprender a vivir con ello, al menos hasta que me den la noticia de que ni siquiera tendré metástasis.
Suelto un suspiro, poniéndome los zapatos de medio tacón negros. Llevo puesto un vestido azul, a la vez que mi cabello se encuentra suelto; es la ceremonia de graduación y miento si no digo que tengo los nervios de punta. ¡Ni siquiera sé lo que diré delante de todos! Es una tortura el simple hecho de pensar en ello.
—¿Por qué llevas esa sonrisa desde hace rato? Me asustas —digo, mirando a Cristián a través del espejo. La veo reír, sentándose en la cama.
—Te ves tan hermosa, Zara —sus ojos se llenan de lágrimas y me sorprende que quiera llorar por tal motivo. Cris no deja que su rímel se corra por tonterías.
—¿Dices que cuando estaba gorda me veía fea? —Me burlo, logrando que se carcajee.
—¡No! Siempre has estado hermosa, es solo que hoy te ves diferente. Pareces un ángel —suelto un bufido, abrazándola.
—¿Estás segura que no son tu hormonas las que hablan? —Levanta el rostro indignada.
—Apuesto a que no desconfías de Arthur cuando te halaga —encojo mis hombros —. ¡Lo sabía! ¿Cómo pude ser tan ingenua? Amiga de una niña ingrata —su boca se abre, a la vez que su rostro opta por una mueca bastante cómica.
—Mejor amiga —corrijo.
—Nunca más voy a decirte palabras bonitas —esta vez soy yo quien fije tristeza e indignación.
—Pero yo te quiero —musito, como niña pequeña.
—A otro Arthur con ese hueso, mala amiga —ambas reímos, escuchando que tocan la puerta de la habitación.
—Es hora de irnos —vocifera mi hermano desde afuera. Mi amiga y yo nos ponemos de pie, caminando a la puerta con una sonrisa en nuestros labios.
En la sala encontramos a mi madre junto a Daniel, quien lleva un esmoquin negro y una camisa blanca por debajo. Me acerco a él, arreglando su corbatín.
—Todo un caballero —me burlo, palmeando su pecho. Resopla, quitando mis manos.
—No dudará mucho —refuta, sonriendo con malicia —. Él aprenderá lo que es ser un caballero esta noche. Lo entrenaré tan bien que la marca nunca será quitada de él —frunzo el ceño, tratando de interpretar el mensaje.
—¿¡Vas a jugar con tu traje!? ¿Estás loco? —Me da un beso en la mejilla, aún observando mi mueca de pura indignación —. ¿Mamá? ¡No puede hacer eso! —Baja la cabeza, apenada.
—No invertí un solo centavo en la compra de ese traje, Zara. No puedo hacer nada —emite. Con esas palabras, salimos de la casa y subimos al auto de mi hermano para dirigirnos al Instituto.
El trayecto se sume en silencio, pero no uno incómodo, sino acogedor. Tengo los nervios un poco disparados en cuanto llegamos al lugar y buscamos dónde se encuentra nuestro lugar. Cuando tomamos asiento, Cristián me toma de la mano, dándole un apretón para tranquilizarme; me conoce demasiado bien y sabe que este tipo de cosas me sobrepasan.
En el momento en que llega la hora del discurso, sintiendo que un mareo me azota. Puedo asegurar que ni siquiera voy a lograr ponerme de pie al instante que llamen mi nombre, así que busco más maneras de calmarme para no sentir que muero cada que se acerca la pronunciación de mi nombre.
—¿Lista? —Cristián me observa en cuanto mencionan mi nombre. Asiento —. Hazlo bien —incita, antes de caminar para ir a la tarima.
Me entregan el diploma y en ese momento siento que las lágrimas van a salir de mis ojos.
—Quizás ese no es el lugar para desear que mi padre estuviera aquí, junto a mi hermano y mi madre, observando desde su silla cómo sostengo este reconocimiento —comienzo, viendo a la multitud expectante —. Una bala que no era para él se lo llevó, pero nunca dejé de pensar en sus pedidos. Mi familia siempre me dijo que avanzara, aunque me rompieran el corazón, aunque uno de ellos se fuera e incluso si me quedaba sola, sin nadie a quien pedirle que me echara una mano —continúo —. Entrar aquí sumó una experiencia distinta a mi vida y quiero pedirles a todos que nunca se rindan. Nunca se dejen humillar, nunca permitan que lo tomen como un objeto con el cual estar momentáneamente. Ninguno lo merece y se los digo por experiencia propia y porque la mayoría sabe que no tuve miedo para frenar la patada en el trasero por la que muchos pasaron —tomo una pausa, sonriendo —. Les juro que hace unas semanas no pensé que estaría aquí porque me intervinieron para eliminar una masa cancerosa en mi pulmón izquierdo. No diré que soy sobreviviente, porque aún estoy en tratamiento. No me acerco siquiera a ser una de esas personas que luchan con todas sus fuerzas para que el cáncer no regrese, así que solo les pido a todos... A cada uno de los presentes que si tienen alguna dolencia, por favor, visiten más de un médico hasta encontrar la respuesta. Somos la resistencia, señores, luchen hasta cumplir su más último deseo —con eso concluyo, recibiendo aplausos de todos los demás, a la vez que las personas que están a un lado de mí, me regalan un fuerte abrazo.
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Editado: 12.01.2021