Volviendo a amar

023: ¿Por qué sigo diciéndote cosas bonitas si nunca las aprecias?

Zara

“Los recuerdos son la única cosa que nos queda después de que alguien muere.” –SNBrito.

Por la mañana me siento a desayunar junto a mi madre, mientras que le cuento las cosas que he hecho desde que salimos del Instituto. Hablo sobre cómo me ha ido en las sesiones con la psicóloga y con todos los demás que pasan por el mismo proceso que yo; aparte, también llego a mencionarle lo sucedido con Chris y Karen, además de contarle que Arthur me ha besado.

En ese momento escucho que suelta un pequeño grito, sin poder creer lo que le estoy diciendo.

—¿¡Es en serio!? —Asiento, sonriendo.

—Fue el día de la graduación —murmuro —. ¿Sabes, mamá? Creo que él es demasiado para mí —continúo, cabizbaja. La veo negar, tomando mis manos.

—Es perfecto, bueno, no exactamente perfecto, pero estoy segura de que te complementa. No dejes que las situaciones tomen decisiones por ti, tú eres la que debe dirigir tus pasos a donde más desees y si acercarte a él es uno de tus deseos, hazlo. No te cohíbas de amar —incita, haciendo que levante la cabeza para verla.

Sus palabras van a lo más profundo, asentándose en esa parte que me llena de esperanza. Ella tiene razón, aún cuando sé de ante mano que no debo darme por vencida ahora y que tampoco tengo que envolverme en los malos pensamientos, no obstante, a veces es difícil hacer caso omiso a lo que ronda en tu cabeza. Las cosas fatalistas siempre están al acecho, empiezan con cualquier gesto pequeño, para luego empezar a crecer como si de una bomba de tiempo se tratara, logrando acabar con todo lo bueno que hay en ti.

De veras, me ha costado obviarlo y aún sigo trabajando en ello aunque casi nadie lo sepa.

—¿Estás bien? —Mi madre habla, aún mirándome.

—Sí —asiento, sonriendo para terminar de desayunar. Lo siguiente que hago es lavar los platos aunque no deba hacerlo. Protejo mis manos con unos enormes guantes de cocina que sirven para limpiar, antes de hacer mi labor.

Cuando termino, me encamino hacia la puerta para saber quién está tocando bocina desde hace unos segundos. Abro, notando un auto negro aparcado frente a la casa, aunque no veo los movimientos por los vidrios polarizados.

Frunzo el ceño, viendo la capota encogerse poco a poco y mis ojo se se posan en una mata de cabello rubio que me da la espalda. El claxon vuelve a resonar, pero la mujer todavía no gira en mi dirección.

—¿¡Vas a venir? —Exclama, girando con una sonrisa. Es Cristián, con el cabello corto y lentes de sol cubriendo sus ojos como si fuese una de esas mujeres adineradas. Me río.

—¿A dónde se supone que vas a llevarme? —Su sonrisa se ensancha.

—¿A ti? Te llevaría hasta el fin del mundo y un poco más —se burla, logrando que me carcajee —. ¿Por qué sigo diciéndote cosas bonitas si nunca las aprecias? ¿Sabes todo lo que me cuesta hablar así? —Asiento, riendo.

—Solo debes hacer una búsqueda por al menos cinco minutos en Google. No te hagas la intelectual —declaro, cruzando los brazos, a la vez que la veo apagar el motor para salir.

—Sigues desconfiando de mí —murmura, acercándose para envolverme en un largo abrazo —. Te extrañé taaanto —masculla, apretándome.

—Tengo casi medio pulmón fuera, Cris —bromeo, sintiendo que va aflojando su agarre —. Ahora, no debes siquiera extrañarme. ¡Me dejaste sola con Arthur! —Su semblante se vuelve divertido, haciendo una mueca a modo de perversión.

—¿Y funcionó? —La miro confusa —. Si hicieron cuchi cuchi —vuelvo a reír, en esta ocasión con más fuerza.

—¿¡Ese era tu plan!? ¿¡Dejarme con él para ver si ya lo hacemos!? Dios mío, Cristián, ¿desde cuándo te caíste para golpear tu cabeza? —Inquiero a modo de burla. Finge molestia.

—Oye, yo solo quiero lo mejor para mi mejor amiga —encoge sus hombros, riendo.

—Eres maala —le saco la lengua. Cristián me jala del brazo, volviendo a abrazarme.

—Tengo dinero, ¿quieres ir a comprar algo? —Sopeso la idea, frunciendo el ceño.

—Todo sea por dejar tu billetera vacía —emito, sonriendo mientras que vamos a la habitación para alistarme.

Mi madre nos acompaña en la aventura. Ella queda de hacer las compras de la casa, a la vez que Cris y yo tomamos nuestro camino en el cual vamos a buscar lo que deseamos adquirir. Escoge blusas, jeans, varias botas y uno que otros labiales, aparte de los cosméticos que tiene en el carro. Me quedo observando todo, aprobando y desaprobando algunas prendas.

Estamos saliendo del área del área para la vestimenta de mujeres cuando se detiene de repente, girándose.

—No has escogido nada —emite, frunciendo sus cejas para verme como sospechosa —. ¿Acaso estás tratando de hacer un hechizo contra mí? —La observo confundida —. Tienes las manos vacías —elevo la cabeza, dándole a entender que ahora sí la he entendido.

—Por ahora, no busco nada —confieso, pero eso no la convence, así que nos devolvemos al lugar para ver cómo toma ropa que va acorde a mi talla. Intento protestar, aunque no me da siquiera segundos de hacerlo porque me mira con reproche.




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