Volviendo a amar

028: Siempre habrá una llave bajo el macetero que esperará por ti

Diana Clark

"A algo nos llama la vida: a disfrutar cada momento, como si fuera el último." —SNBrito.

Es tan difícil comprender el porqué la muerte o la enfermedad le llega a la persona que menos lo necesita, que menos lo busca, que menos desea pasar por algo así al punto de derrumbar todos sus sueño. No concibo aceptar que el mundo de mi hija se cae en pedazos por una enfermedad que ni siquiera debería existir, que ni siquiera debió tocar parte de su cuerpo de ninguna forma posible.

Me cuesta entender todo esto que ahora mismo nos está asfixiando después de tantos años, de tantas desilusiones, de comenzar a ver un lado bueno de la vida donde deseamos que las cosas fluyan y continúen su curso sin ningún contratiempo; esperando transitar un camino con un poco de piedras, no con un muro que hace que te detengas en plena carretera sin tener una solución concreta con la cual pasarlo, sabiendo que detrás del esfuerzo saldremos heridos. Si salimos ilesos es porque no transitamos, porque nos devolvimos sabiendo las trampas que pisamos para llegar, conociendo las rutas y siguiendo una brújula que ya se ha dañado sin saber.

Vivir es como una clase de laberinto, donde la única salida es morir y yo no quiero que mi hija muera por más que los exámenes o la misma enfermedad digan lo contrario. Pienso hacer todo lo que tengo al alcance para cubrir los gastos y si eso significa hacer que Daniel firme ese contrato al cual me negué rotundamente en el principio, entonces no me va a quedar de otra que ceder.

Entro en la casa con el corazón aún latiéndome de forma descontrolada, sabiendo que mi hijo está aquí. En medio de mi trayecto a su habitación, respiro profundo para armarme de valor ahora que cada cosa se va derrumbando.

—Daniel —llamo, tocando a la puerta con el alma en los pies —. Daniel, necesito hablar contigo. Abre por favor —vuelvo a tocar, esperando que responda. Tiene así desde que Zara fue ingresada, cosa que me tiene preocupada porque en otras circunstancias ha optado siempre por visitar cuando una persona e incluso yo, enfermo.

Intento volver a tocar, sin embargo, mi mano se queda en el aire porque la puerta al fin abre, logrando que lo observe como si nada estuviese pasando.

—¿Qué pasa, mamá? —Entro aunque no me ha permitido el paso y doy la vuelta para observarlo. 

—¿Por qué no has ido a ver a tu hermana? —Suelta un bufido, cayendo en la cama sin prestarle importancia. Trago, incrédula.

—No me necesita —masculla —. Ahí está su novio y la mejor amiga. No me sorprendería si están cogiendo —sus palabras son como una bofetada que me deja aturdida, con la boca abierta sin poder creer todas las barbaridades que está diciendo.

—¿Qué pasa contigo, Daniel Clark? Yo nunca te he enseñado a hablar así sobre la gente que rodea a tu hermana. A nuestra familia —espeto, molesta, tratando de recomponerme aunque mi esfuerzo es en vano.

—Zara siempre nos ha dado problemas. Desde niña, siempre hay que defenderla, hay que salvarla de los bravucones, hay que mudarnos por su culpa y ahora tengo que darle todo el dinero de mi contrato y tienes que dar todo el dinero de tu trabajo solo para salvarle la vida —escupe, paralizándome —. ¿Y sabes qué, mamá? No voy a firmar nada para que tengas a tu niña casi muerta aquí en casa —concluye y no puedo detener mis movimientos porque lo golpeo en la mejilla sin poder evitarlo.

Su mirada hacia mí es de rabia y sé que quiere hacer algo que no puede así que solo suelta un gruñido en señal de molestia mientras siento las lágrimas corriendo por mis mejillas sin poder creer que esto esté pasando; porque no hay razón alguna para su repentino odio a menos que haya estado tomando demasiado después de la noticia del doctor o haya hecho lo que no quiero que me repita la voz de mi cabeza.

Doy un paso hacia él, cautelosa, esperando que no reaccione a lo que hago.

—No —me detiene, pero no le hago caso, así que lo echo a un lado, rebuscando entre su cama.

—¿Cuánto te costó? —Inquiero, quitándolo todo para luego quedarme quieta cuando veo la bolsa —. Daniel... —Me quedo a medias, sin poder continuar a la vez que tomo el material con suma cautela.

—Primero papá —murmulla de forma ahogada, sin verme a pesar de que me pongo frente a él —. Y ahora Zara, mi estrellita —sus manos se van a su cabeza, jalando su cabello en el acto, cayendo al suelo de rodillas —. No puedo más, mamá. No puedo más... —Quiero decirle algo, cualquier cosa que nos ayude a ambos o un consejo de madre que pueda ayudarle, sin embargo de mí no sale nada, ni siquiera para poder soltar conjeturas sobre cómo comenzó todo esto que nos ha destruido sin saber, sin verlo venir o imaginarlo. Y no puedo creer que he dejado a mi familia sola justo en los momentos más difíciles, pero lo hice sin darme cuenta, dejando de conversar con lo que queda de mi familia, dejando a un lado los pensamientos y sentimientos de mis hijos con la única opción de abandonarlos para llevar comida a la mesa.

Sostengo el rostro entre mis manos, sentada ya en la cama, observando de reojo a mi hijo. Ya hice lo que tenía que hacer con la bolsa para que no piense usarla en ningún momento de su vida.

—¿Tengo que meterte a Rehabilitación en contra de tu voluntad? —Demando y parece que lo he golpeado nuevamente al ver su expresión.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.