Volviendo a amar

029: El chico enamorado de un cadáver

Zara
 

“Hay que ser felices aunque el mundo se nos venga encima en un nanosegundo. No hay mejor regalo que sonreír ahí.” –SNBrito.
 

En el momento en que mi novio se va, me recuesto de la puerta sintiendo que una bruma de cansancio me azota a pesar de que he dormido lo suficiente después de haber estado con él en aquella casa que ahora iba a convertirse en nuestro pequeño nido y no precisamente para mantener relaciones íntimas, porque sé que eso pasa a segundo plano aunque ambos nos hemos entregado hasta el alma. Paso de manera instantánea una mano por mi rostro, pensando con qué cara iré a decirle a la señora Clark lo que he hecho. 
 

Al menos tiene que ser la primera en enterarse, aunque algo me dice que ya lo sabía mucho antes de que nos fuésemos. 
 

Suspirando, me acerco al comedor observando que hay una nota esperando para ser leída. La tomo entre mis dedos, comenzando a leer lo que tiene plasmado ahí; sus palabras son claras: ella siguió mi consejo, así que buscó al hombre con quien ha estado saliendo a escondidas y aparte me pide que tome una pastilla del día después que ha guardado para mí. 
 

Dejo salir una risa, negando. 
 

Lo bueno de esto es que tengo a un chico a mi lado que ha sabido preocuparse por mí desde el primer momento en que decidimos dar un paso casi definitivo para la relación; al principio pensé que tal vez no iba a ser necesario, pero al quedarnos en la ducha, se encargó de instruirme sobre lo que debíamos hacer de ahora de adelante. Si quería comenzar a llevar en cuenta mi vida íntima, entonces tendría que comenzar a ver a un ginecólogo, mientras que si surgían otros encuentros, él iba a encargarse de llevar la protección. Aparte, teníamos que hacernos los chequeos médicos cada tres meses para que siempre descartáramos alguna enfermedad venérea. 
 


 

Sí, estar con ese chico es casi como tener al príncipe azul que tanto deseé desde niña, solo que ahora no lo veo siquiera como eso porque él es mucho más que una etiqueta de cuentos de hadas y estereotipos de las películas animadas en las que ninguno de los dos vamos a encajar porque estamos haciendo la diferencia, cosa que nos agrada a ambos. 
 

Y no hablo de una diferencia donde encaja la mayoría, sino una donde cada quien tiene un mundo bajo encargo que debe empezar a crear en el momento exacto. No cuando quiera, no cuando el capricho exceda o cuando el tiempo no te dé más, sino cuando sientas que llega un instante que te llena, que te dice que el momento es justo ahí, por lo cual comienzas manos a la obra. Con el pasar del tiempo se ven los resultados, te das cuenta de que todo fluye con calma, sin quejas e insistencia sobre los hombros. 
 

Recuerdo que eso era muy distinto con Greena y Mario; al menos en mi relación tenía, por suerte, la dicha de negarme a mantener o no contacto íntimo con él siendo mi pareja, aunque debo admitir que mis negaciones siempre lo frustraban hasta el punto en que estalló ese día, cuando me dijo que solo sería «un polvo y ya». 
 

Me dolió bastante, creí que eso sucedía en las parejas normales que llevan años en lo mismo y uno de ellos tiene miedo de dar el paso, sin embargo, al estar soltera ese tiempo y luego conocer a Arthur, las cosas comenzaron a ponerse en su lugar.
 

Con Cristián también me sentí menos falsa, al tiempo que con él me sentía mucho más libre de lo que alguna vez estuve. Y no culpo a nadie de las experiencias que viví, porque de esa manera se va forjando nuestro camino junto a nuestro carácter; las decisiones a tomar, con el pasar de los días, se vuelven más claras y las prioridades van cambiando cuando estamos con personas que en vez de restarnos, de rebajarnos, de volvernos una nada, nos suman más de lo que creemos hasta el punto de comenzar a avanzar con ellas. 
 

Dejo salir una sonrisa, caminando a mi habitación para descansar un poco más antes de la cena. Necesito recuperarme de estar tanto tiempo en ese sitio, aparte de reponerme antes de que mi madre me interrogue como agente del FBI a un sospechoso. 
 

Por ahora no voy a llamar a Cristián. Capaz mi madre ya le dio el aviso de que estoy en casa, solo que no quiere venir porque o sabe que salí con Arthur o no quiere molestarme. Sea cual sea la conclusión de mi mejor amiga, la respeto y me respeto a mí porque me tiro a la cama con los brazos abiertos, dispuesta para dormir. 
 


 

Dejo salir un bostezo, mirando la hora del reloj en mi mesa de noche. Me incorporo al instante, yendo en busca de las pastillas que debo tomar. Ni siquiera puse una alarma para tenerlas pendientes y mucho menos comí al llegar, así que empezamos mal con las responsabilidades. 
 

Camino a la sala, buscando un vaso de agua en la cocina, tomándome el primer medicamento –de muchos–, antes de regresar para darme una segunda ducha. Al salir, me pongo un vestido y tengo que apretarlo con un cinturón en la cintura porque ya no tengo el mismo cuerpo que hace unos meses atrás, donde nada parecía preocuparme y tampoco tenía la noticia en mi cabeza de que estaba enferma. 
 

Pensar en que el primer tratamiento antes de la operación, se llevó una gran parte de mí, me hace sentir mucho más enferma. Las restricciones son lo peor, porque no puedo comer lo que quiero, sino lo que la dieta expresa de manera implícita. Si llega el caso de que rompo un poco las exigencias, entonces voy a estar exponiendo mi sistema a cosas que acelerarían la enfermedad y lo que quieren los médicos es que se quede donde está o desaparezca con los métodos empleados. 
 




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