Volviendo a amar

030: Caja de Pandora

Zara

“La vida solo pasa y solo porque pasa hay que aprender a aprovecharla hasta el último segundo.” –SNBrito.

Tratar de explicar la experiencia en el aire es mucho más complicado que hablar sobre cómo se siente vivir con el tiempo contado, con el reloj en cuenta regresiva, dejando todo lo que quieres hacer en una pausa porque a veces sientes que despiertas sabiendo que quizás ese día va a ser el último día en el que podrás ver a las personas que amas. Pero estar cayendo prácticamente al vacío, sostenida de un grupo de cosas que me protegen y saber que todos están esperando que llegue al suelo sana y salva es uno de esos momentos que hacen que se detenga el tiempo. Sentir la gravedad te paraliza, aunque en realidad solo acelera el proceso en el que te encuentras, sin embargo, disfrutar hace que olvides el problema y que las cosas fluyan tal como deben fluir, sin que nada intervenga, sin que nada pase, al menos en ese instante.

Cuando pones los pies sobre la tierra, cuando sientes que la gente te ayuda, cuando vuelves a respirar por cuenta propia te das cuenta que así es como se siente vivir. Aprendes a ver la vida de otra forma y te quieres volver a lanzar desde la altura, aunque no puedas porque en el aire no hay enfermedad, ni médicos; no hay tos, ni flema ensangrentada, no hay malas noticias un domingo en la mañana, no hay un «no podemos operar» no hay un «hizo metástasis, ya no podemos hacer nada».

En el aire no te dicen cuánto tiempo de vida te queda, no te dicen que posiblemente no cumplas el año, no te dicen que tus órganos van a ir deteriorándose junto con lo que queda de tus pulmones. En las alturas, cayendo en la nada solo existes, existe la gente que te ama, la que te odia, lo que te hace feliz, lo que te entristece, eso sí, nunca hay enfermedad. No hay malas noticias, ni camillas, ni lágrimas, ni angustias. Allí, en el aire, todo es mejor.

Hablando sobre mi experiencia en el aire al menos pude desahogarme, pude contar lo que ha pasado estas últimas semanas antes de que recibiera lo que no esperaba, lo que no quería escuchar. Desde las alturas se habla y se entiende mejor, pero con los pies en la tierra todo duele. Incluso el respirar con profundidad para evitar las lágrimas.

Frente a mí hay un espejo que refleja lo mal que me veo desde que supe que los medicamentos no estaban funcionando. Mi cuerpo y rostro han cambiado tanto que incluso me da miedo verme a mí misma hasta el punto de pensar en hacer algo que me perjudique y perjudique a todos; llevar esto con paciencia no ha servido de nada, pensar en lo positivo solo me ha hundido y nadie pueden sacarme del fango en el que estoy, ni siquiera el hombre que amo.

Bajo la mirada sintiendo arcadas y tengo que sostenerme del lavamanos para no caerme. Necesito sostenerme, porque no quiero regresar al hospital; tengo el tiempo encima, estoy a nada de colapsar y no pienso que pagarles por un bienestar que no me brindan sea algo que deba hacer.

—¿Zara? ¿Estás bien? —Cristián habla desde afuera del baño, logrando que sienta ganas de llorar —. ¿Necesitas algo? —Demanda, aunque no respondo. Termino de limpiar mis labios, mirando los rastros de sangre, antes de echarle agua y abrir la puerta para salir.

—Creo que ya tienes mucho aquí, Cris. Debes ir a casa, con tu familia —Sugiero, sabiendo que prácticamente ha hecho una casa en mi casa, tan solo para poder cuidarme.

—No me voy —sentencia —. Y creo que ya viene siendo hora de que te ingresen ennel hospital, ¿no crees? —Niego, sentándome con calma, sintiendo un poco de dolor en el cuerpo.

—No van a salvarme.

—Van a mantenerte con vida mucho más tiempo del que dijeron, Zara —suelto un bufido, tosiendo en el instante.

—No voy a morir en una cama de hospital. No quiero que nadie me recuerde por esto, por una maldita enfermedad. Siempre he querido ser alguien y la vida nunca me lo ha permitido —farfullo, viendo a mi amiga negar repetidamente.

—¿A quién culpas, Zara? ¿A ti? ¿A tu padre? ¿A tu familia? ¿A la medicina? —Fijo la mirada en ella, suspirando.

—La gente habla de un ser Todopoderoso que cuida y protege a sus hijos, conversos o no. Siempre dicen que todo es un propósito, que no abandona en las dificultades, pero si yo soy su hija y me estoy muriendo, ¿por qué no me salva? Yo no quiero morir. Si me muero, él se muere también, para mí y para todos —trago en seco, notando que no está nada de acuerdo con lo que digo. Sí, últimamente nos hemos contradicho, hemos descubierto que no congeniamos tanto como siempre habíamos creído.

—El cáncer es una condición del cuerpo. Nuestro sistema pierde y empiezan a sobresalir las células cancerosas que golpean una parte de nosotros —murmura, acercándose para tomar mi mano —. No creo que el Todopoderoso haya querido enfermarte, tampoco te ha dejado desprotegida porque tienes familia, novio y amigos que te aman. Hay gente que no tiene nada, que muere en una cama sin compañía, en la agonía de saber a dónde irá, sin esperanzas más que lande un médico porque no confían en otra cosa que no sea eso. Creo que sí te quiere salvar, aunque no te dejas —frunzo el ceño cuando acaba, solo que no aparto la mirada de ella.

 

—¿Desde cuándo te volviste religiosa, Cristián Dakar? ¿De qué me perdí? —La cuestión la hace reír.

—De nada, Zara, solo es lo que pienso. Nosotros somos responsables de lo que somos, lo que seremos, hay que dejar de echarle la culpa a alguien que quiere salvarnos.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.