Diana Clark
Abro la puerta del departamento de Daniel, entrando mientras siento un olor a licor que no me esperaba encontrar ni en mil años. Cuando vivíamos juntos no parecía ser muy aficionado a la bebida, pero parece que ha tenido más problemas de lo normal desde la muerte de su hermana.
La verdad es que no es algo que ha sido fácil de superar, incluso su ausencia me hizo sentir triste cuando tuve la boda por el civil con el que ahora es mi esposo. Fui consciente de cumplir su promesa a pesar de que ya no estaba, así que solo he tenido que seguir viviendo, mejorando en cada ámbito de mi vida y buscando los mejores horizontes donde sé que puedo seguir en pie.
Dejo reposar mi cartera en la alacena de la cocina, comenzando a recoger las botellas y desechos de comida que están regados en el lugar. Al terminar, casi media hora después, me dirijo a su habitación, notando el desastre que tiene allí.
Su ropa está tirada, hay más botellas, unas que otras rotas, tiene retratos en el suelo y la silla de visita está patas arriba. Suelto un suspiro, pasando una mano por mi frente.
—Dios, Daniel, qué sucedió contigo… —Musito, acercándome para despertarlo. Se remueve un par de veces hasta que abre los ojos, mirándome un segundo antes de cerrarlo de forma abrupta.
—Me va a explotar la cabeza —farfulla, pidiéndome con una seña que cierre la cortina de la habitación, aunque no lo hago. Me quedo observándolo, sin poder entender qué sucedió.
—¿Hace cuánto estás así, Daniel? —La pregunta lo hace bufar.
—Estoy bien, mamá.
—Bien mi trasero, Daniel. Estás hecho una porquería —refuto, poniéndome de pie —. Recogí todo lo que tienes en la sala y pienso vagamente que tu cuarto lo has mantenido ¿y qué es lo que me encuentro? Esta porquería, Dan. No puede ser posible que haya hecho tanto por ti y tú estás de esta forma —me levanto de la cama, señalando todo el lugar mientras se acomoda en la cama, mirándome.
—¿Y qué quieres que haga? Se muere Zara, Arthur se va, Cris estudia, Jon entra a la Universidad, mis amigos solo me presentan bebidas y prostitutas, tú te casas, me quitan el cargo en el equipo por pelear, Christopher se va a México a jugar y yo no tengo dinero para pagar este sitio y toda la mierda que me meto a la boca cada que voy al bar de la esquina —espeta, sin poder creer que está echándole la culpa a todos, menos a él —. Samantha me dejó hace una semana y no se siente bien, ¿sabes? Hay algo que me aprieta en el pecho, recordarlo apenas hace que me duela respirar porque yo la amaba, pero no se quedó a recoger mis pedazos. Es justo, los ando regando desde que papá murió, dejándome una responsabilidad que nunca quise y a la que nunca le hice honor —prosigue, bajando la cabeza —. Odiaba ser el que tenía que proteger a Zara de todo, el que debía sentar cabeza antes de tiempo, el que debía velar por la familia, secundándote a ti, mamá —su voz se rompe un momento y la mirada severa que he estado dándole deja de hacer efecto —. Sé que quizás no murió odiándome, sin embargo, le hice mucho daño por no saber lidiar conmigo mismo. A lo mejor ni siquiera me perdonó…
—Sí lo hizo —interrumpo, soltando un suspiro —. Te dejó una carta, ¿nunca la leíste? —Lo veo asentir, levantando la mirada —. ¿Entonces?
—Es cosa de no saber perdonarme a mí. Ella me amaba, mamá. Siempre fui su héroe después de papá, pero jamás me puse el traje para complacerla como debía —sus palabras son sinceras, por primera vez en mucho tiempo él me confiesa lo que siente —. Caí en la bebida, ahora no sé cómo sentirme bien sin sentir una gota de alcohol en mi sistema. Me hace pensar en que pude mejorar, solo que es algo momentáneo. Al otro día solo maldigo por el dolor —vuelvo a tomar asiento en la cama, tomando su mano.
—¿Podrás volver a jugar en algún momento? —Suelta una risa algo irónica.
—No puedo soportar mi propia presión ¿y ahora buscaré que alguien mande sobre mí? No, mamá —asiento, comprendiendo lo que dice.
—¿Me acompañas a un lugar?
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Editado: 12.01.2021