Capítulo uno: Parte dos.
“¿Existe una forma concreta de cerrar una herida que sangrará aún después de curarla?
—SNBrito.
Cierro mi casillero cuando ya tengo el libro y el cuaderno en mano. Mañana es mi último día de examen y es de Matemáticas. No me gustan los números, pero la mayoría de veces salgo ilesa de las pruebas. Creo que es más porque consigo que Mario me ayude cuando tiene un poco de tiempo libre.
Suspiro y camino de regreso al aula para tomar mi última clase. He quedado de verme con él esta tarde, pues no protestó cuando le pedí que me ayudara. La verdad, a él no le molesta enseñarme lo que no sé, con tal de hacerme feliz y que olvide lo que sucedió el domingo en la noche, hace cualquier cosa.
Antes de que el profesor entre al aula, mi celular vibra, marcando un mensaje. Rebusco rápidamente en mi bolso y lo saco para ver de qué se trata.
Mamá: Voy a llegar tarde a casa, debo hacer unas diligencias. Te quiero. PD: Dejé suficientes cosas para que hagas pasta. No olvides las papas de tu hermano.
Asiento y exhalo. Solo espero que esta tarde no pase nada de lo que me pueda arrepentir.
Guardo el celular y presto atención al profesor, esperando que esta clase no demore mucho para acabar.
A las una en punto el timbre resuena, indicando que se ha terminado la jornada de clases del día. Todos se levantan mientras que yo aguardo varios minutos hasta que los pasillos del aula y el pasillo que lleva a la salida, se encuentran parcialmente despejados. Entonces, me encamino a la salida.
Pego un brinco cuando siento a alguien tropezar conmigo y sigue de largo. Bufo.
—¡Agh! ¡Aprende a decir permiso! —Exclamo. El chico de cabello largo apenas voltea, no obstante, eso es suficiente para que mi mente recree un pequeño recuerdo. Lo he visto mucho, está junto con mi hermano en el equipo, pero él no parece reconocerme en lo absoluto. No se detiene mucho, por lo que se va sin decir nada. Tonto.
Niego, continuando mi camino y al llegar a casa me sirvo de lo que mi madre dejó preparado a la hora del almuerzo. Luego de comer, me doy una ducha, busco una ropa fresca para ponerme y vuelvo a la sala para ver un poco de televisión mientras espero a mi novio.
Cambio de canal hasta encontrar una buena película para pasar el rato. N cuanto doy con ella, suelto el control y me quedo embelesada con la cinta de "Capitán América y el Soldado de Invierno".
Dos horas después el timbre suena haciéndome apartar la vista de las últimas escenas de la película. Me pongo de pie y camino para ir a abrirle a Mario. Lo dejo pasar, cerrando la puerta detrás de él y, cuando me pongo frente a él para besarlo, me carga haciéndome enredar las piernas en su cintura, además de impregnarme en sorpresa por su acto.
—¿Cómo está la novia más bonita del mundo? —Demanda, besando mis labios repetidas veces. Sonrío para disminuir la tensión y le devuelvo el gesto mientras camina de a poco hacia alguna dirección que no veo debido a la forma en que estoy.
—Sorprendida por este acto tan cariñoso, ¿qué pretendes? —Murmuro, sonriéndole con ternura.
—Pues...Voy a darle la mejor tarde de su vida a esta chica tan hermosa —Frunzo el ceño un momento. No sé a qué se refiere sino hasta entramos en mi habitación y él me deja caer sobre la cama con delicadeza. Se quita la camiseta que lleva puesta antes de volver a acercarse hacia mí.
Vuelve a besarme con esa lentitud que me pone los pelos de punta y va bajando hacia mi cuello donde deja una marca en él. Por más que trato de razonar o de intentar alejarlo, no logro hacerlo. Mis sentidos se han centrado en las caricias que estoy recibiendo mientras que mis pensamientos racionales sobre lo que creo de esto, se van volviendo un eco casi inaudible dentro de mi mente.
Cierro los ojos cuando se deshace de la blusa que llevo puesta y la respiración se me corta. Mierda, ¿qué es lo que estoy haciendo? Mis párpados vuelven a abrirse, notando al chico frente a mí.
—Mario, creo que mejor no. No puedo —emito, acomodándome en el colchón. Busco la prenda que me ha quitado y vuelvo a colocármela, poniéndome de pie.
—¿Cuál es tu problema? ¿Por qué no quieres acostarte conmigo? —Inquiere, pasando una mano por su cabello, molesto. Me paro frente a él.
—Ya hablamos de esto. No estoy lista.
—¿Ah no? Pues parecías muy satisfecha con lo que estaba haciéndote —hago de mis labios una fina línea y le sostengo la mirada, molesta.
—Tú me tomaste por sorpresa, ¿qué querías que hiciera? ¿Qué no sintiera estas cosas?
—¡Es que aún no entiendo por qué no quieres tener intimidad conmigo! ¿Tienes alguna enfermedad o algo así?¨Porque si es así, dímelo ahora y dejo de insistir —masculla. Pongo mis brazos en jarra.
—¡No! Solo quiero que entiendas que no puedes obligarme a acostarme contigo cuando yo no quiero ni me siento lista. Estoy harta de ese temita, ojalá tuviera algún poder para eliminarlo —Exclamo, hastiada.
—¿Sabes qué? Me voy a casa. No voy a soportar que hagas un berrinche por un simple polvo —sus palabras me golpean como una trompada en la parte baja de mi estómago. Mis ojos se llenan de lágrimas y no evito caer en cuenta de que solo soy eso para él: un simple polvo.
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Editado: 12.01.2021