Cassie
No sé por qué estoy nerviosa al regresar a Londres definitivamente.
Amé Canadá, los cuatro años que viví allá fueron de aprendizaje y experiencias que me abrieron mucho la mente. Adquirí conocimiento que me será útil el resto de mi vida, y no hablo nada más de la Universidad y de la firma de abogados en la que trabajé hasta hace un mes, sino de haber hecho el viaje sola, de las personas que conocí, incluyendo mi amiga Brandy que se mudará conmigo en poco tiempo. Es tan loca por la vida y las leyes como yo y decidimos abrir nuestra propia firma en Londres. Yo siento que es mi lugar y Brandy ama Londres.
Abrocho mi cinturón y miro por la ventana mientras se realiza el aterrizaje.
—Estoy nerviosa. —exclamo en voz alta.
—¿Cómo? —pregunta el hombre sentado a mi lado.
—Ya se despertó—sonrío.
—Sí.
Quise ponerme a hablar con él al momento que me senté a su lado, para pasar el tiempo, y cuando me di cuenta me había dado la espalda y roncaba como tractor con la bujía tapada.
Los viajes en avión me dan ansiedad. Quiero llegar a mi destino enseguida y para no estar pensando en ello busco a personas para hablar, solo que no todos están dispuestos a hablar.
Sería más fácil que me pusiera mis auriculares, escuchara música o leyera un libro, pero hablar me parece una mejor opción y siempre busco una oportunidad.
—Estoy nerviosa por regresar a Londres después de cuatro años. Vine de visitas a lo largo de los años y mi familia también me visitó; sin embargo, no es lo mismo. Puede que me cruce con un viejo amor en el que no he dejado de pensar en años y ahora seguro está casado y con hijos. Se casó con la "pecho falsa" de Candy—me río—. Aunque no tendría que enojarme. Nunca le dije que estaba enamorada de él. ¿Le ha pasado?
Giro la cabeza y miro al hombre de unos cuarenta años vestido de traje que tiene cara de pánico.
—Lo siento, dejé de escucharla después de que dijo que estaba nerviosa por regresar a Londres.
Afirmo con la cabeza.
—Suele pasar. A veces siento que le hablo a alguien y en realidad hablo conmigo misma porque ese alguien no me escucha. Supongo que hablo demasiado.
—Yo solo quiero que aterrice el avión.
—¿Tiene miedo? —y al hacer esa pregunta me doy cuenta de que el hombre está sudando—. Piense en otra cosa, como que es más probable que muera en un accidente automovilístico que uno de un avión. Y si sucede, moriremos sin sentir nada… No es que diga que vaya a pasar… Oh, mire, ya estamos aterrizando.
Minutos después avisan por los altavoces que hemos llegado a Londres. Todos aplauden con entusiasmo y yo sin comprender por qué aplauden cada vez que se llega a un lugar. Estaría justificado si llegáramos a un lugar paradisiaco o fuéramos a ver a algún famoso guapo, pero llegamos a Londres y al ser verano hay turismo, aun así el día está lluvioso.
Yo lo único que deseo hacer es dormir
Bajo del avión, recojo mi maleta y saludo al hombre que viajó conmigo, este niega con la cabeza y veo que una mujer se acerca, me señala y comienza a gritarle.
Vaya, ¿será la esposa y piensa que hubo algo entre él y yo? Estoy loca, no tanto. Si iba a tener algo con alguien en un avión, hubiera elegido al copiloto o al joven del asiento de adelante que dejó de parecerme guapo cuando su novio se sentó al lado.
Aparto la mirada de la pareja discutiendo al momento que visualizo a mi hermano y mi sobrina caminar en mi dirección.
La mini panquecita agita las manos diciendo mi nombre. Alzo la mano y la saludo mientras intento no perder la cabeza ni la maleta en mi salida.
—Tía Cass. —exclama la pequeña.
Tyler suelta su mano y corre hacia mí, donde la recibo con un abrazo y muchos besos que la hacen reír.
—Te extrañé mucho, mi panquecita.
—Yo a ti. Ahora que estás aquí haremos fiesta de pijama y nos pintaremos las uñas.
Suelto una carcajada.
Lo que esperé para tener una sobrina para hacer esas cosas.
La hija de Sophie todavía es pequeña, no ha cumplido los dos años, y vive en París, por lo que tener a Safira cerca es mi consuelo para justificar que mis otros dos sobrinos estén en otro país.
No me puedo olvidar que Safira es mi ahijada.
Mi hermano abre los brazos y me refugio en ellos. Lo extrañé demasiado.
—Bienvenida de regreso. —exclama.
Lo miro y toco su mejilla.
—No me acostumbro a verte sin gafas. Ya no eres el panquecito de vainilla con gafas.
—Por causa de tu sobrina que amaba quitarme los anteojos de pequeña.
—Tía Cass, ¿me trajiste un regalo? Ya sé atarme las agujetas.
Bajo la vista a mi sobrina y asiento.
—Claro. Traje para todos y uno especial para ti—toco la punta de su nariz—. Hay que celebrar que sabes atártelas.
Editado: 15.10.2022