Camila
— ¿Así que te caíste de las escaleras? — El doctor Harris me miró con total incredulidad —. ¿El mes anterior también te caíste por las escaleras, Camila?
— No sabes muy bien que el mes pasado solo fui un poco torpe y terminé regalándome contra la mampara de la ducha, no fue nada grave — susurré con esa vergüenza que siempre acompañaba mis visitas al médico.
El doctor echó su silla hacia atrás, tomó mi expediente y lo colocó sobre la mesa antes de sentarse una vez más con una mirada de reprobación absoluta. Él sabía que estaba mintiendo, pero no podía hacer otra cosa que continuar con mi mentira.
— Camila si no haces las cosas bien no puedo ayudarte, si no me dices la verdad no puedo hacer nada por ti — repitió — hace cuatro meses llegaste aquí con una cortada de diez puntos en tu mano y dijiste que te acostaste levantando un plato roto, por no hablar de la última vez que decidiste accidentalmente derramar agua caliente sobre tu brazo — me miró con rectitud — ¡Déjame ayudarte Camila!
— ¡No hay nada en qué ayudar! — dije, poniéndome en pie—. Solo soy torpe y tonta, por favor, deme… deme la receta para las medicinas y ya está.
— No, no es así de fácil, Camila, esta vez es diferente — me mostró un examen del expediente — estás embarazada y juro por dios que no quiero verte aquí en urgencia porque perdiste a un bebé solo por no denunciar a tu marido que te…
— Olvide las pastillas — dije tomando mi bolso de la silla —. Olvide todo, doctor Harris, gracias por su tiempo.
Salí de aquel hospital con el pánico en mi cuerpo, no solo porque volver a casa me aterraba sino porque ahora estaba embarazada. No sabía cómo había sucedido, porque me había cuidado durante todos estos años para evitar traer otro hijo a esta relación que…
Dios, mi matrimonio era un trato familiar al que me habían arrastrado, estaba casada con un maltratador al que no podía dejar porque no tenía cómo sostener a mi propia hija. Me casé cuando apenas cumplía la mayoría de edad y la educación que creyó mi familia no incluía estudios o carreras laborales, sino como ser una buena esposa.
Respiré hondo y el dolor en mis costados me hizo tragar. Esta vez me había golpeado tan fuerte que incluso pasé dos horas tirada sobre la cama antes de ponerme en pie para venir al médico. La discusión había sido simplemente porque Agustín llegó a casa y estaba terminando la ensalada para la cena.
¡Dios debía haberla terminado antes!
Susurré aterrada mientras me abrazaba al volante del auto, aun en el estacionamiento del hospital. Comencé a llorar al pensar que estaba embarazada una vez más. Era difícil para mí ocultar todo esto de mi hija y Dios sabía que vivía en una pesadilla pensando día a día que en algún momento Agustín se atreviera a…
¡No pensaba tolerar eso!
Moví mis ojos hasta el examen que me había dado el doctor y simplemente me negué a seguir adelante con aquello. No por mí, sino por mi familia, prendí el auto con cuidado mientras miraba la hora por un instante en mi reloj.
Tenía justamente cinco horas para hacer algo tan loco como irme de aquel lugar, ignorar el hecho de que no tenía nada y tratar de ser mejor madre de lo que he venido siendo en estos años. Llegué a casa veinte minutos antes de lo estimado, no dije nada a la empleada después de mandarla a comprar verduras para el desayuno.
Armé de manera rápida un par de maletas para mi hija y yo antes de correr al auto una vez más. No sabía si aquello era lo correcto o no, pero cuando llegué al colegio de Abbi para llevármela un poco antes, sabía que no habría vuelta atrás. Me dije que aquello era lo mejor, que encontraría una forma de… de… salir adelante por mis hijos y simplemente conduje sin un rumbo fijo hacia el norte, jurándome ir lo más lejos posible de Agustín o de alguien que pudiera encontrarme.
Pasaban de las doce de la madrugada cuando detuve mi auto en lo que parecía un pueblo a las afueras de Minnesota. Tenía a mi favor que Willake era un nombre que jamás había escuchado mencionar. Las desiertas calles me condujeron hacia el letrero de color neón con la palabra Motel en ella. No tenía mucho dinero, pero esperaba que me alcanzara para un par de noches, así que cuando bajé del auto con mi pequeña dormida en brazos, traté de mentir una vez más.
— He… buenas noches, estoy buscando una habitación por un par de noches — dije al señor en la recepción de aquel lugar —. Acabo de… Mudarme y estoy buscando empleo, así que quería saber si tenía una…
— Son cuarenta dólares por noche, sin desayuno — me cortó —. Si quiere trabajo, puede mirar el tablero de anuncios en el pasillo o no. —El sujeto alejó sus ojos de mí para tomar una llave —. ¿Cuántas va a pagar?
— Yo… bueno… — maniobré para sacar de mi bolsillo doscientos dólares — gracias
Caminé por el pasillo buscando la habitación número diez, según decía mi llave, y estaba justo por llegar cuando vi el tablero de anuncios. Suspiré ante las cuatro ofertas en él. Tomé los cuatro volantes y, una vez dentro de aquella extraña habitación de color naranja, simplemente dejé a mi pequeña dormida en la cama para ponerme a leer los volantes.
Los trabajos estaban realmente fuera de mi alcance, al menos dos de ellos, ya que eran para contabilidad y administración de negocios. Me sentí como una tonta una vez más, tomé el último de los volantes para leerlo con un poco de esperanza.
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Editado: 06.04.2025