Camila
La mañana llegó demasiado temprano, aquel cuarto de hotel era terriblemente frío y parecía ser que el otoño podría ponerse peor. Aunque nunca había estado en esta parte del país, conocía muy bien cómo sería la temporada invernal. Bajé de la cama para chequear por puro instinto mi móvil y humedecí mis labios cuando al encenderlo vi todos los mensajes.
Me metí al baño para no despertar a mi hija mientras escuchaba los amenazantes mensajes de mi marido. Llevé una mano a mi pecho cuando también había llamadas de mi madre y, por último, de la única amiga que me quedaba.
«No me parece bien que te escapes así, como dejas a tu marido. Camina, está diciendo que te escapaste con un amante y que apenas te encuentre. Vas a quitarte a la niña, ¿le fuiste infiel?, ¿Dónde estás?»
El audio terminó mientras mi miedo crecía un poco más. La incertidumbre de saber si había hecho lo correcto quemó dentro de mi pecho, pero solo me abracé a mí misma pensando en por qué estaba haciendo aquello. Mis hijos merecían más que ver a su padre golpearme. Dios me aterraba que pudiera ponerle una mano encima a Abril, que era la única cosa buena que había hecho.
— ¿Mami? — limpié mis lágrimas rápidamente ante aquellas palabras —. ¿Estás en la ducha?
— ¡Ya salgo, cariño! — dije con prisas —. Vuelve a la cama.
El silencio vino desde el otro lado de la puerta, esparcí algo de agua sobre mi rostro recordándome que ya no tenía vuelta atrás y después de limpiar mi rostro salí al feo cuarto de aquel hotel. Abracé a mi hija sentada en medio de la cama antes de escucharla. hacerme la pregunta que sabía, tendría que contestar.
— ¿No vamos a volver con papá, mami? — ella me abrazó —. ¿Verdad?
— No, cariño — respondí colocando una de sus manitas en mi vientre —. Vamos a ser solo tú, tu hermanito y yo desde ahora.
— ¡Hermanito! — mi hija sonrió — ¡Voy a ser hermana mayor!, ¡De verdad, mami!
— ¡Si cariño…!
Susurré antes de recordarme que todo lo que hiciera con tal de darle una vida mejor a mi hija era lo correcto. Dejé a mi pequeña dormir un par de horas mientras iba por el desayuno a la pequeña cafetería junto a aquel hotel.
Las personas en ella me miraron extraño, pero supuse que ser una forastera en un lugar como este ocasiona esa reacción. Usé el par de billetes que me quedaban para comprar algo de leche caliente y pastelitos. Me dije que tenía que conseguir aquel trabajo para cuidar el señor Montenegro, sí o sí.
Caminé con prisa hasta el hotel y, mientras mi pequeña desayunaba, me preparé para la entrevista. No sabía qué tipo de persona era Daniel Montenegro, pero sin duda debía ponerme presentable, así que terminé usando un vestido negro de mangas largas y un par de botas. Después de haber vestido a mi hija, simplemente subí con todo al auto rezando para no tener que volver a aquel hotel
Seguí el camino hacia las afueras del pueblo y realmente no fue difícil ver la casa de Daniel Montenegro, era la única construcción a la derecha a treinta minutos de las afueras del pueblo. Giré en mi auto por el camino de tierra mientras la imponente mansión se veía cada vez más cerca.
Apenas estacioné el auto ante aquella increíble casa. Mi hija saltó de este, me apresuré para seguirla, pero antes de que pudiera tomarla del brazo, las puertas se abrieron y una mujer salió gritando con cara de molestia.
— ¡Este sujeto es un idiota! — se detuvo al verme —. ¿Tú eres la próxima? — bufó — huye, esto no merece la pena.
Lanzó su currículum al suelo y la vi prácticamente correr hacia una bicicleta. Tomé el currículum del suelo e intenté leerlo con prisas, pero mi hija decidió correr hacia el interior de la mansión y no tuve de otra que seguirla.
— ¡Ven aquí, Abril! — exigí antes de quedarme completamente inmóvil en medio de aquel lúgubre pero impresionante salón.
— ¡Mira, mami!, hay un piano aquí — salí de mi estupor para tomar a mi hija de la mano con severidad.
— No puedes hacer eso, esta no es nuestra casa, al dueño de la casa podría no gustarle que…
— La verdad es que no me gusta — esa voz vino desde mi espalda —. ¿Se puede saber quiénes son ustedes?
Me volteé ante la voz masculina, estaba lista para explicarle al anciano malhumorado que mi hija había escapado de mí por error y también estaba dispuesta a ofrecerle unas disculpas, pero no había un anciano cuando me volteé.
En su lugar había un hombre, de aproximadamente un metro noventa, ojos color miel, bajo unas tupidas cejas que combinaban a la perfección con el cabello negro perfectamente peinado. Era guapo, era un hombre que no podía pasar de los treinta y pocos.
Mis ojos se movieron por el traje negro que llevaba, una de sus fuertes manos se aferraba a un bastón de color negro tallado con lo que parecía la cabeza de un perro en su mango y tenía que admitir que aquel hombre era demasiado… Intimidante.
— ¡Yo soy Abril y ella es mi mamá Camila! — mi hija habló imprudentemente —. ¿Usted quién es, señor grandote?
— ¿Qué hacen en mi casa? — cuestionó ignorando a mi hija — si está buscando guardería, está en el lugar equivocado… — miró los papeles que aún llevaba en la mano —. Si está aquí por el empleo, venir con su hija no va a hacer la diferencia, pero estoy desesperado, así que sígame.