Voracidad

Prefacio

El mundo en el que se encontraba ella escondida era el más inclemente y peligroso; no por sus bestias o habitantes ya que de esos dos no había ninguno, si no por si mismo. Era un lugar solitario e inaccesible para vivir, pero ella estaba ahí, como si nada, parada en el centro, en la montaña de hielo y nieve más alta que alguna ves se haya visto.

La ferocidad de los vientos gélidos parecían no hacerle nada, la temperatura por el suelo mucho menos; parecía inmune a la crueldad de ese mundo inhóspito.

Ella no se unía con el ambiente; azul y blanco. Desentonaba el negro de su cabello corto, el rojo de su ropa sencilla y el color llameante de sus irises. Quizá lo único que tenía ese sitio y ella en común, sea el blanco de su piel.

La mujer estaba cruzada de brazos, sin voltearse a ver su visita, esperando a que diga el motivo de su búsqueda.

Los largos cabellos negros de la visitante no dejaban de ondearse a pos de los deseos del viento y éste se colaba impertinente por entre la ropa abrigada de la chica, que se encontraba temblando debido al frío del día, si hubiera llegado en la noche con seguridad ya estaría congelada.

—Morirás si no utilizas hechizos de refuerzo y protección —le advirtió sin darle una mirada, pero con evidente preocupación.

La visita tomó una bocanada de aire que resintió cada tramo por dónde pasó. Jadeo de dolor.

—No destroses tus pulmones en mi presencia, por favor.

Se calmó y empezó a respirar pausadamente sintiéndose mejor y menos molestias al hacerlo.

—¿Cómo es qué no te estás congelando con esa ropa delgada?

El interés de su pregunta hizo que la mujer al frente la volteara a ver por sobre el hombro con una diminuta sonrisa sagaz y unos ojos que brillaban turbios. Eso solo fue un instante, pero suficiente para que el desconcierto surcara el rostro de la abrigada mujer.

—¿Por qué no estás usando los hechizos que te indique? —preguntó en cambio, como si la respuesta no fuera de importancia.

—Porque no.

La mujer ataviada en rojo se rió a causa de la infantil respuesta.

—Entonces será mejor que hables rápido si no quieres terminar siendo un cubo de hielo —señala el cielo despejado—, porque eso que ves ahí no es buena noticia.

—Yo lo veo bien —dice con burla la visitante.

—Aquí las cosas no funcionan como allá afuera, pero... —baja el brazo y se da media vuelta— si lo que quieres es unirte a la decoración, por mí está bien.

—Deja de ser tan cínica —bufa abrazándose a si misma al notar que, aunque suene imposible, la temperatura está bajando.

—Y tu sigue cualquiera de mis dos opciones.

La duda se ve en los ojos encendidos de la visitante.

—No puedo.

—¿No puedes qué?

Silencio por parte de la chica abrigada.

—No puedo utilizar magia aquí —voltea hacia un lado y no deja de morderse los labios.

La mujer del cabello corto la ve entretenida.

—¿Cómo llegaste aquí entonces?

La del cabello largo empieza a dar vueltas para entrar en calor.

—Con un portal obviamente...

—Eso es magia.

—Pero aquí es muy difícil hacer ma-

—Habías dicho que no podías —le recuerda con voz suave.

—¡Sí! Que digo no, bueno si puedo, pero es extremadamente agotador y solo me queda energía para otro hechizo —frota sus manos enguantadas—. A-aquí es...

—¿Qué hay aquí? —le pregunta debido a que se calló abruptamente.

—La magia es muy escasa aquí, hermana —dice con firmeza viéndola directo a los ojos.

—¿En serio? —sonríe divertida—. Que interesante.

—¡Que no es interesante maldita sea! —grita señalandola—. Un ser que utiliza magia no debería estar aquí. Esto es como orozus para ustedes los cambiaformas.

Las divertidas expresiones de la cambiaforma se volvieron serias y la pesada mirada vió de arriba a abajo con suma atención a su hermana.

—Has reforzado tu cuerpo, que astuta —dijo al cabo de unos minutos con una minúscula sonrisa—. Bien hecho o si no la presión aquí no te hubiera dejado de pie mucho tiempo.

Sus llameantes ojos chocaron; unos más claros y brillantes que los otros. Eso advertía lo diferente que eran según la especie que heredaron de sus padres.

A una parecía importarle poco el revoloteo incesante de su cabello y la otra no paraba de quitárselo del rostro con fastidio.

La visitante estaba maldiciendo en su interior, por primera vez, el no haber heredado los genes de su madre, si hubiera sido así ella estaría relajada tal y como su hermana vestida en ropa sencilla y no congelándose.



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En el texto hay: fantasia, romance, magia

Editado: 22.06.2023

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