Voracidad

01. No me llamo Antonio, señorita.

Nix ondea los dos pedazos de metal en sus manos de tal forma que tal pareciera que pertenecían a su cuerpo. Era como ver una hermosa y letal danza.

Da un rápido movimiento lateral esquivando en golpe certero, una media vuelta con una daga en alto reteniendo la masa negruzca y una simple abertura aparece para ser aprovechada con un felino movimiento, no lo piensa y sin miramientos la compañera de su otra daga termina clavada en medio de los homoplatos, desapareciendo en el acto a tan repugnante criatura.

Respira a prisa y un suspiro cansado la abandona. Pasa su mano por el ahora largo cabello negro que está recogido estratégicamente para que no estorbe mientras está peleando.

Ésta era la última tanda del día y ella se lo agradecía enormemente a Izard, estaba cansada hasta decir ya no más y necesitaba con urgencia un baño porque ese despreciable olor estaba sumamente pegado a ella.

Bueno, su área estaba limpia y lista para ser invadida mañana por esas... lo que sea que fueran.

Iug, asco.

Lo único bueno del lugar que eligió para hacer la limpieza (como le decía ella educadamente) era que estaba cerca de las montañas árticas y podía sentir como la brisa arrastraba el olor a nieve y hielo. Era sumamente agradable.

Se dió la vuelta para regresar a la mansión.

El sol al frente de ella se estaba ocultando.

Alzó en alto lo que ahora era una sola daga de un acero tan brillante y pulido que destellaba un poco de azul, en serio amaba a sus dagas, nunca sin importar que cortase nada se quedaba sobre ellas, al final de cualquier batalla seguían igual de relucientes como al principio.

Si alguna vez les aparecía el dueño no se las iba a devolver, porque armas tan magníficas como estás se valoran como la propia vida.

—¡Hermana, te estoy hablando!

Volteó por encima de su hombro curiosa viendo como su hermana corría para alcanzarla, pero no entendía el porque venía corriendo si ella estaba caminando a un paso normal.

Sin darle más vueltas al asunto dejó que la daga tomara su usual forma; un anillo en el dedo medio, del cual por una pequeñas argollas en la parte superior salian dos delgadas cadenas que se enredaban en su muñeca.

¡En definitiva ella tenía el arma más increíble que podía imaginar!

—Oye, no te hagas la sorda que tienes oído fino —dijo su hermana cuando la alcanzó, respirando pesadamente—. ¿Podrías caminar como una persona normal?

Estaba caminando con ella lado a lado, debería agradecer.

Miró de arriba a abajo lo sucia que estaba Erisce; la cara estaba sudada pero limpia, el cabello por otro lado se veía pegajoso, lleno de hierbas, hojas y tierra, el uniforme negro con detalles en púrpura que usaba estaba empapado de la sangre o lo que sea que tuvieran las cosas esas que mataban.

—No, porque no soy normal —la mira con el entrecejo fruncido—. ¿Por qué estás tan sucia?

Erisce jadea indignada.

—Estaba exterminando nebulosas, no dando un paseo por el parque.

¿Qué era eso de nebulosas?

—Tal parece que te estabas jalando las greñas con las nebulosas y no exterminandolas —bufa aún sin poder entender porque siempre llegaba tan sucia.

¿Nebulosas? ¡Que chistoso! ¿A quién se le pudo ocurrir ese nombre tan ridículo?

La mansión se alzaba delante de ellas inmensa, negra y peligrosa, parecía un gran agujero negro.

—Te prefiero cuando estás callada con cara de aburrida —bufa Erisce, cruzándose de brazos.

—Sí, sí —hace caso omiso a lo que dijo su hermana—. ¿Nebulosas? Ni siquiera les queda —voltea a ver a Erisce con curiosidad—. ¿Quién les puso ese nombre? Si me dices que fue Ren te enseño a pelear sin ensuciarte tanto.

Erisce abre la boca sorprendida y en parte un poco ofendida, bueno no un poco, sino muy ofendida, pero no dice nada y solo alza una mano mientras niega con la cabeza.

Nix la ve atenta esperando una respuesta y muy en el fondo divertida con lo expresiva que es su hermana.

Una muy sucia Erisce abre la boca para decir algo pero solo vuelva a negar y entra a paso rápido a la mansión cuando la gigantesca reja sube.

—¿Y a ésta que mosca le picó? —se pregunta Nix renaudando su camino—. Si le pusiera el mismo ánimo en correr siempre, me podría seguir el paso.

Un suspiro sale de ella antes de pasar la reja negra hecha de hierro mágico. Cosas peligrosas.

—Hoy ha llegado un poco tarde, señorita —le dice el guardia de turno viéndola con una sonrisita.

—¿En serio? —pregunta solo por hacerlo y el guardia asiente—. Creo, Antonio, que mi hermana me ha entretenido hoy.

—No me llamo Antonio, señorita.

—¿Puedes creer que llamaron Nebulosas a los títeres esos salidos del infierno, Antonio? —preguntó Nix con un brazo sobre su estómago y el otro sosteniendo su barbilla.

—No se lo tome en serio que no es más que una ironía —dijo el guardia en un tono rendido—, y por segunda vez hoy, no me llamo Antonio, señorita.

—Lo sé, lo sé —una sonrisa feliz se hizo del rostro joven del guardia—, es solo que me parece ridículo, Antonio.

El guardia que no se llama Antonio deja caer los hombros y la sonrisa que tenía se perdió.

—Sí, es ridículo, justo como muchas otras cosas, señorita.

Nix desenreda los brazo y espabila unos momentos viendo hacia el laberinto de rosas que hay a unos cuantos metros a su izquierda.

—No creas que no entiendo tu sarcasmo, Antonio —le dice en el mismo tono de hoy al guardia que la ve irse con el entrecejo fruncido y viendo también hacia esa dirección.

Nix a diferencia de su hermana iba solo un poco sudada y una que otra mancha de tierra en el uniforme púrpura con detalles negros, nada más y eso fue porque la cantidad de nebulosas (como todos les llamaban) había aumentado considerablemente.

—Que no me llamo Antonio, señorita —susurra para si mismo el solitario guardia.

El hormigueo sigue a Nix, en su nuca y no se pierde incluso cuando está dentro de la mansión, eso le hace pensar sea su imaginación, pero la duda sigue perdida por ahí.



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En el texto hay: fantasia, romance, magia

Editado: 22.06.2023

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