Voracidad

03. Las lecciones del maestro.

Si le preguntas a un adulto sobre sus temores, te mentirá. Porque como podría alguien que ya conoce la vida y la ha recorrido simplemente aceptar que tiene miedo, bueno, eso no lo sé.

Lo que si sé es lo que causa esa mentira.

Una despiadada mentira, dicha cara a cara, con ojos que imitan sinceridad y una voz que llena de convicción cada palabra que sale envuelta en seda.

Nix sabía de ante mano que entre más rápido aceptes las cosas, mejor saldrás de esa batalla contigo mismo.

El que ella le mintiera, su madre, la llenaba de una emoción que podía comparar con la ansiedad y la adrenalina.

Esas emociones bajo su piel quemaban y su mente parecía un volcán que empezaba a estar activo. Estaba cerca de explotar y a la vez tan lejos.

Sí fue capaz de mentirme mirándome a los ojos, sobre algo tan importante como éso, entonces...

¡No, es mi madre! Sigue siendo ella. No pasa nada, tan sólo es la típica vergüenza de los mayores sobre la aceptación del miedo.

De rápidos y fuertes movimientos Nix de apresura para llegar al final de la gigantesca alberca que se encuentra en un ala de la mansión. Hiendo contra sus instintos se deja caer hasta que sus pies tocan el fondo.

A muchos metros bajo el agua y con una presión que es un juego de niños para ella, Nix coloca los brazos en posición para practicar un poco lo que su cuerpo ha estado olvidando.

Con las palmas derechas delante de ella —una para bloquear y la otra para evadir— y su cuerpo en posición, un pie delante del otro al igual que sus manos. Se prepara para sentir el lugar donde está con los ojos cerrados.

La extensión de la superficie que pisan sus pies, el movimiento superfluo del agua; maleable y sólida a la vez. Fuerte y frágil.

El silencio que ni siquiera su corazón se atreve a romper, se extiende y el hecho de que no se escuche nada la deja en espera y —siempre— alerta.

Y de pronto... Ahí está.

La razón por la cual los cambiaformas no suelen venir a ésta alberca en específico, es por el hecho de su extraña viveza. El agua aquí es de lo más mansa, cierto, pero el luchar contra tus instintos salvajes solo para tener una lucha con la sirena es tentar a la suerte, porque en el momento que pierdes el control sobre ellos estás muerto.

Y para los cambiaformas esto es prácticamente imposible, pero aquí estaba ella tentado a la delgada línea que la mantiene aquí.

No mires... Escucha. Siente. Predice. No luches, evade, Nix.

El combate que sabía su cuerpo no era para matar, era para defenderse sin lastimar ni a ella ni al contrincante. Era para que su cuerpo aprendiera y su mente se liberara sin llegar a causar daño.

Pero para todo lo contrario era que lo utilizaba.

Vamos, Nix, sigue mi voz, y recuerda lo que te he dicho; no importa que tan inmerso en el silencio aparente estar un cuerpo, si es físico tiene un sonido que no puede apagar; encuéntralo.

La voz de su maestro resonaba en su cabeza y una oleada de recuerdos intentaron quitarle la concentración.

Hay en nosotros mucho más por dominar que unos cuantos instintos, Nix.

Si pudiera exhalar lo habría hecho y estaría muerta a causa de eso, así que definitivamente había sido una suerte.

Su olfato aquí no servía de nada, así que solo se dejó caer al tacto que tenía a disposición y a la poca audición que era mermada por el agua.

Ciertas vibraciones pequeñas en el mármol le daba una pista de lo sutil y hábil que era la tal sirena, se movía de una forma que causaba que el agua ahí sonara bajo; desde afuera los movimientos seguramente no eran captados.

Las ondulaciones del agua corrían por todo su cuerpo, abrazándola y si se confiaba ciegamente ya sabía cómo terminaría. Dió un paso al lado izquierdo y volteó las palmas a su lado derecho, solo unos instantes después un golpe de lo que parecía aire pasó por su lado meciendo la trenza que caía desde una coleta alta.

Algo como un chasquido o siseo se dejó escuchar, evidenciando lo emocionada —o furiosa— que estaba la tal sirena, de seguro era porque fue capaz de esquivar su ataque.

Las acometidas empezaron a venir constantemente desde una dirección que era cambiada cada diez segundos. Eso era suficiente tiempo para ella, moverse de un lado a otro sin perder su posición era una acción que recordaba a la perfección.

La sirena se estaba descontrolando, así evidenciaban sus movimientos y la ofensiva se volvía cada vez más errática, tanto que los espacios de movimiento solo aumentaron, aunque así tenía que andar más alerta.

La provocación puede traer ventaja, sí, pero que no se te olvide la naturaleza de un animal acorralado y, Nix, yo sé que tú...

—¡Nix, Nix! ¡Sal de ahí ya! Nix, por favor, deja a la sirena en paz y no la provoques —su hermana susurraba como si fuera un pecado tentar a la sirena—. ¡Oye, muévete que si sigues ahí ella puede aparecer! ¡Nix!

Abrió los ojos y subió la mirada solo para encontrar a Erisce arrodillada al borde de la alberca, buscándola aunque era consciente de que no la encontraría.

La tal sirena ya se había ido y justo cuando estaba por dejar esos ataques a distancia, las cosas estuvieron a punto de colocarse interesantes.

Con la indignación y el enojo que se puede tener cuando te quitan tu entretenimiento, Nix subió mientras pedía que a su hermana no se le ocurriera salir con una de las suyas. No estaba de humor para eso.

Bocanadas de aire eran tomadas a prisa y cuando su respiración agitada se normalizó, se quedó flotando en el agua sin siquiera darle una miseria mirada a Erisce. El techo de vitrales se veía más interesante y la luz de la luna lo hacía resplandecer; los distintos tonos de azules hacían lucir a esa piscina como un mundo de solo agua y cielo; simplemente hermoso.

—Podemos hablar.

Eso ni siquiera sonó como un pedido, no, pero claro que no, a Erisce le encantaba ordenarle cosas.



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En el texto hay: fantasia, romance, magia

Editado: 22.06.2023

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