Los oídos de Nix estaban aborratados en un sumbido que no le dejaba escuchar más allá de esas voces que pertenecían a un recuerdo. A un simple momento que lo cambió todo para su padre en el pasado, y también lo hacía para ella en el presente.
—Es mi hija, Nazareth, no te metas en ello.
—¿Cómo que tu hija? ¡es nuestra hija, Lislun, no puedes sacarme de su vida de esa manera y mucho menos cuando yo puedo entrenarla!
—No me importa ¡ella es mi hija y punto! tú aquí no te metes y alguien con más capacidad la instruirá.
—Ah... ¿eso es lo que piensas? ¿es tu decisión definitiva? Erema, respóndeme.
—Sí. No quiero que te andes metiendo en la mente de mi hija. No hay vuelta atrás así que respeta mi desición.
—Que así sea. Y solo para recordartelo; yo nunca haría tal cosa. No soy ellos.
—Quizás no seas ellos, pero algún día harás lo mismo. Pasarás por encima de mí, solo porque eres hombre.
—Si algún día lo hago tengo la certeza de que no será solo porque me sale de los cojones.
Y en un tormentoso descuido o quizá un deseo de parte de alguno de ellos, la escena que Nix había dislumbrado hace tan solo algunos años atrás tomó contexto.
Sus manos temblaron y el dolor creció en su pecho. Si había sabido eso en el pasado estaría llorando por lo cruel que pueden ser los seres amados con los suyos. No debería ser así. No es justo.
No debería, pero lo es.
El dolor en sus encías la hizo salir del aturdimiento en el que se encontraba pérdida. Sus manos se volvieron un puño fuerte que resintió a sus palmas. Estaba evitando a toda costa no abrir o tensar su mandíbula.
Esta era una escena de lo más extraña y lo era aún más la actitud de ella y su padre. Algo más pasaba.
—¡Papá, basta ya! —Nix le habló directamente a su mente causando que detuviera esa cantidad de imágenes que le estaba mostrando y que ella no quería ver—. ¡Vótalos a los dos y al Bosquejo que está a un metro de distancia al noroeste!
El grito afónico por el dolor hizo que Nazareth se espabilara. Pero en vez de hacer lo pedido por su hija un aro de fuego se extendió por su brazo y llegó hasta ella para envolverla.
Lo siguiente que pasó fue que al intensificarse el brillo del fuego ellos dos desaparecieron y las puertas de la biblioteca se cerraron en un estruendo que de seguro sacudió a toda la mansión.
El fuego siguió danzando entre los dedos de su padre y le llamó la atención el hecho de que no estaba susurrando. Tan solo estaba ahí haciendo algo con ese fuego entre sus dedos que unos momentos después desapareció, sin dejar rastro alguno.
Nazareth dió un chasquido con los dedos y la oscura y enorme estancia se iluminó debido a que se corrieron las cortinas y que el enorme candelabro antiguo que colgaba desde una cúpula de vidrios transparente también se encendió.
Su boca se abrió de la impresión y entonces fue consciente de que el dolor de sus encías ya no estaba. El ardor específicamente en sus colmillos que empezaban a afilarse también había dado marcha atrás.
Abrió sus puños y vió que no tenía marca alguna cuando recordaba claramente el dolor de sus uñas creciendo y transpasando su piel.
La desesperación que estuvo sintiendo eclipsó cualquier sentimiento que había causado lo que escuchó. Ella estuvo a nada de convertirse.
Pensé que nunca nada me volvería hacer perder el control. Que ingenua he sido.
Su rostro se contrajo en una mueca y ciertos cálculos se hicieron en su mente; el dolor en su mandíbula no fue como lo recordaba. Y las uñas no habían crecido con la velocidad que debían. Nada, absolutamente nada había sido como debía, así que en conclusión...
Yo no perdí el control. Todo lo contrario.
Nix supo entonces que ella no estaba preparada para un enlace mental con su padre que fuera demasiado largo y mucho menos tan invasivo. Y eso había sido un error de su parte.
—Nix, no te quedes parada ahí —su padre la llamó desde una silla que parecía antigua y elegante como todo eso ahí.
Tenía una pierna sobre la otra y tenía un libro en la mano que desde donde estaba parada no podía verle el título. Una taza humeaba sobre la pequeña mesa y olía a toronjil de canela. Esa bebida solía gustarle mucho y la compartía cuando era una niña todas las noches con él, pero con el tiempo se volvió de vez en cuando hasta que al final, esas noches desaparecieron.
Con una sonrisa que iba desde melancólica a jubilosa, caminó hasta sentarse al frente de él.
Sus ojos se cerraron y no pudo evitar inspirar profundamente, llenándose los pulmones de ese olor que la relajaba y traía recuerdos claros. Nítidos.
Abrió los ojos y justo como antes abrió la palma de su mano y antes de siquiera parpadear una taza estaba en sus manos, humeando y con un cubo de azúcar en el fondo derritiéndose.
—¿Qué fué lo que pasó?
Nix no dejó de ver la taza blanca con bordes dorados y antes de dar el primer sorbo pasó su dedo pulgar por el borde como queriéndose asegurar de que todo era tangible. Real. Real.
Sus ojos se volvieron a cerrar disfrutando del sabor. Podría decir que no había probado algo tan placentero desde que se despidió de su maestro.
—Específicate, Nix.
Ella dejó la taza en la mesita y lo miró tratando de buscar las palabras adecuadas.
—El porqué de tu conversación con mamá —dejó escapar las palabras suavemente y él bajó el libro unos instantes después, pero su mirada estaba perdida.
El silencio fue apabullante y la incidiosa sensación de incomodidad se esparció rápidamente. No fue capaz de detenerla y la disculpa salió por si sola.
¿Cómo puedo ser tan desconsiderada? Esos son sus problemas y mientras éstos no afecten la vida de ninguna de las dos, no tengo porque saberlos.
—Fueron muchos motivos, pero solo fue uno el que de verdad le afectó —las palabras salieron lentas, cuidadosas. Estaba eligiendo que decir.